"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 8 de septiembre de 2017

El Che (1)


Nunca tanto se sacó de tan poco. Ernesto Guevara sólo ganó una gran guerra: la de los fotógrafos. Pero esa victoria ha valido por mil batallas.     
Sertorio

Nunca tanto se sacó de tan poco.
Ernesto Guevara sólo ganó una gran guerra: la de los fotógrafos.
Pero esa victoria ha valido por mil batallas.
Si algo hay que admirar en la estrategia comunista es su capacidad de elevar a los altares a sus dirigentes y de fabricar mitos con muy poquita cosa, verbigracia: La Pasionaria.

Uno podrá discutir la dimensión moral y política de Lenin, Stalin o Mao, pero es innegable su grandeza histórica, aunque sea maligna; hasta ahí podemos coincidir con el agit-prop.
Lo mismo nos pasa con alguna épica bolchevique que es inevitable admirar:
Las cabalgadas de la caballería roja de Budionni, la defensa de Leningrado o la resistencia de Vietnam ante la apisonadora norteamericana.
Bien es cierto que, más que un propósito ideológico, lo que animaba al Ejército Rojo y al Vietcong era el amor a la patria, esa fuerza que el marxismo rechaza.
Por eso, Richard Sorge, Wilhelm Pieck, Kim Philby, Janos Kádar o el matrimonio Rosenberg son unos perfectos héroes del comunismo, pues traicionaron a sus naciones para defender a la URSS.
Eran marxistas-leninistas antes que alemanes, ingleses o húngaros, cosa más acorde con esa ideología que siempre renegó de las patrias.

Sin embargo, el auge rojo del siglo XX no se puede desvincular del sentimiento nacional.
Allí donde triunfó, el marxismo-leninismo utilizó dos bazas:
La invasión soviética o la alianza con el nacionalismo revolucionario para más tarde suplantarlo.
En Europa del Este y Afganistán se optó por la primera opción, y el resultado fue el rechazo popular hacia la nomenklatura impuesta por el ocupante.
La segunda alternativa es la de China, Vietnam, Yugoslavia o la misma URSS desde 1941, cuando tira a la basura el internacionalismo proletario y vuelve a ser la Madre Rusia, cada vez menos roja.
Los regímenes surgidos de un movimiento campesino, nacionalista y revolucionario han sido más sólidos que los que nacieron de la mera imposición de una potencia imperial.

La revolución cubana pertenece a la segunda categoría, pero se diferencia de las otras en que el precio a pagar fue muchísimo menor.
Frente a los cataclismos sociales de China y Rusia o a la feroz lucha por la independencia de Vietnam y Yugoslavia, Cuba fue un escenario más suave.
Cuando Fidel entró en La Habana, muchos de los barbudos del Ejército Rebelde ni siquiera eran comunistas.
Más aún, la mayor parte de ellos albergaba la imagen negativa que la propaganda yanqui difundía de las hordas bolcheviques.
En realidad, el partido comunista de Cuba fue un aliado de Fulgencio Batista y condenó repetidas veces el aventurerismo de Castro.
Una de las paradojas de la revolución cubana es que se impuso a pesar del partido.

No fue la primera vez.

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