Un antiguo
mito, que México reclama para sus indios chocholtecos, habla de una lucha
ancestral entre el sapo y la serpiente.
Existen
distintas versiones y lecturas de esta historia:
El sapo,
animal torpe, lento e inerme se ve amenazado por la serpiente, ágil y
peligrosa.
El sapo no
tiene aguijones ni dientes, en cambio, la serpiente cuenta con grandes
colmillos de los que emana veneno.
La serpiente
se duerme y el sapo traza a su alrededor un círculo de baba, asquerosa pero
inocua.
La serpiente despierta y se encuentra
encerrada por una cárcel imaginaria, absurda, tan repugnante como inofensiva.
Cada vez que
pretende traspasar los límites impuestos por el sapo, éste le vomita una
creciente dosis de baba pegajosa hasta que la víbora sin entender los motivos pero
sin atreverse a enfrentar tal kafkiano destino, muere dentro del círculo.
Algunas
versiones afirman que se suicida inyectándose su propio veneno, otras que fenece
de hambre en los límites impuestos por su exótico carcelero.
No voy a
presumir de haber sido yo la que aplicó a la estrategia militar esta fábula.
Lejos de
ello quiero citar y reconocer en el General
Heriberto Auel, militar, profesor universitario de estrategia, ser el
primero al que le oí esta alegoría
aplicada a la política de “Derechos Humanos” como guerra subversiva por otros
medios.
La sociedad argentina se encuentra
circunscripta a su círculo de baba que le han impuesto los grupos
autodenominados “defensores de los Derechos Humanos” los que no son otra cosa
que el resabio de los grupos terroristas que quisieron tomar la Nación por las
armas.
La
domesticación que sufre nuestra sociedad frente a la “política de Derechos
Humanos” es producto de un largo proceso en el que ha intervenido la prensa,
los medios culturales en general, la educación y, particularmente, la indolencia de quienes han preferido
dejar hacer porque era más sencillo que recibir un baño de baba asquerosa.
¿Cómo
explicar, sino, que se imponga por ley la mentira de los 30.000 desaparecidos?
¿Cómo
explicar la morbosa exageración del caso Maldonado?
¿Cómo
entender que el gobierno, que ha recibido un espaldarazo electoral como ningún
otro en décadas siga postrándose ante hippies con carteles? ¿Cómo admitir que
un organismo internacional que ya no debería existir, como la CIDH, le ordene
liberar delincuentes y encarcelar inocentes?
La sociedad argentina vive presa en
una cárcel ficticia que han venido construyendo pacientemente desde que
perdieron por las armas las “orgas” que hoy se llaman “organismos”.
Han venido
doblegando a la sociedad con un miedo real a amenazas virtuales que se aplican
de a uno, sobre uno a la vez como ejemplo para disciplinar a los demás.
Una maestra
que pretendió dar a sus alumnos una clase de lo que fue el ataque al Regimiento
de Infantería Mecanizada R29 de Formosa,
otra maestra
que mostró a sus alumnos un video sobre el terrorismo de los 70s,
un veterano
de Malvinas, hoy funcionario que habló de 22.000 mentiras,
un profesor
universitario que quiso poner en contexto la guerra antisubversiva describiendo
los ataques terroristas…
Y así hasta
el infinito.
Todos
salpicados de baba como ejemplo para que los demás se autocensuren, temerosos
de emitir la verdad que perciben por sus sentidos y con su inteligencia.
Temerosos de
quién sabe qué.
Nadie atina
a explicar concretamente las consecuencias de liberarse de la mentira.
Las antiguas
“orgas” hoy “organismos defensores de los Derechos Humanos” pueden estar
complacidos, han perdido la guerra de las armas pero aprendieron el método de
imponer su voluntad con armas de utilería, que arbitrariamente marcaron.
Crearon algo
de la nada, sin nada, una “verdad” mítica admitida a fuerza de repetir
sistemáticamente mentiras.
Esta no es una guerra que ellos hayan
ganado sino que hemos perdido nosotros, por dejarnos dominar de a uno, por no tomar en cuenta
nuestra fuerza y no jugarnos por la verdad y la justicia.
Es una
guerra perdida por comodidad antes que por diferencia de fuerzas.
La
ciudadanía empieza a darse cuenta de que mientras dormía construyeron a su
alrededor una prisión hipotética, ilusoria de la que no se sale sin mancharse
la ropa.
Ya no
podemos seguir rodeados por delincuentes con armas de juguete.
Tenemos
colmillos poderosos que debemos usar porque en esta insólita guerra, como la
serpiente de la fábula, nos jugamos la vida…
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