Alfonso
Ussia
Periodista
del Diario La Razón de España.es
Con
el debido respeto, Santidad.
En
Venezuela no hay un conflicto.
Un
conflicto, en efecto, puede resolverse con el diálogo y la buena voluntad.
En
Venezuela, Santidad, el conflicto equivaldría a un mensaje con final feliz.
Ese conflicto al
que Su Santidad se refiere, es la dictadura comunista de un asesino ladrón que
ha ordenado ejecutar, en la calle y en las cárceles, a decenas de miles de
venezolanos, centenares de menores de edad entre ellos.
Ese
conflicto al que Su Santidad se refiere, ha arruinado a uno de los países más
ricos del mundo, torturado de hambre y necesidades al pueblo de Venezuela,
mientras sus mandatarios comunistas han acumulado fortunas cuyos ceros no
cabrían en la plaza de San Pedro.
Ese
conflicto, Santidad, proviene entre otros motivos de un matón que no aceptó los
resultados de unas elecciones que perdió.
De un
narcotraficante rodeado de narcotraficantes.
No
hace mucho que Su Santidad lo recibió en el Vaticano e intercambió con él las
sonrisas que previamente le había negado a Trump y a Macri.
La
misma sonrisa que Su Santidad regaló en diferentes ocasiones a su compatriota
ladrona, Cristina Fernández de Kirchner, de quien se sospecha que ordenó el
asesinato del fiscal que investigó sus corrupciones financieras, el origen
negro de su inmensa fortuna y sus relaciones con el simpático mundo del negocio
instantáneo.
Su Santidad
regala sonrisas a gentes muy extravagantes, como a la monja argentina y
dirigente del separatismo catalán, Lucía Caram, de quien
Vuestra Santidad tiene sobradas noticias, copiosa información de sus
actividades muy poco relacionadas con la fe en Cristo, y a la que sonríe
beatífico en cada ocasión que la ve.
El
conflicto de Venezuela, como Su Santidad lo define, ha originado que más de
tres millones de ciudadanos venezolanos vivan en el exilio.
Son
muchos millones, Santidad.
Tres
millones de granos de trigo apenas son nada.
Tres millones de
seres humanos escapados de su tierra para alcanzar el derecho a la
supervivencia, son muchos millones.
En
Venezuela, nación riquísima, se mueren de hambre, mientras Maduro y compañía
tejen con el beneplácito del comunismo internacional –del que no es del todo
ajeno el Vaticano–, inconmensurables fortunas, aún mayores que la de Georges
Soros, el baluarte y financiador de la corrupción sociopolítica del llamado
mundo libre.
Nuestro
presidente sin votos ni escaños, Santidad, a la primera persona que recibió
cuando ocupó La Moncloa, fue a Georges Soros, el financiero de Podemos y de la
persecución a los cristianos en todo el mundo.
Su
Santidad, y lo que escribo es un juicio de valor sin pretender rozar la falta
de respeto, es un Papa extraño, más argentino que extraño y menos emocionante
que argentino.
Decir
que lo de Venezuela es un simple conflicto equivale a elevar a Juan Domingo
Perón a la dignidad de un santo de la Iglesia.
Pero
hay un problema mayor aún que el hambre en Venezuela, Santidad.
La
muerte que espera en cada esquina por las bocas de fuego de los fusiles
bolivarianos.
La
estancia de miles de criminales del castrismo cubano en territorio venezolano.
La
tortura en sus prisiones.
Y ello no merece
la llana y simple definición de conflicto.
Se
trata de una tragedia.
Sus
obispos en Venezuela, Santidad, que sí están con el pueblo y no con los
tiranos, se sienten desamparados de los brazos y las palabras de Vuestra
Santidad. Me atrevo a creer que el gran
conflicto se lo han creado a Su Santidad sus informadores, su círculo íntimo y
curial mal elegido, porque no considero posible tan caprichoso proceder de
quien todos los que pertenecemos a la Santa Madre Iglesia veneramos como
nuestro Santo Padre.
El vaticano,
además de la Santa Sede, es un Estado.
Y
como tal, no puede mantener la equidistancia con los que matan y con los que
mueren, con los asesinos y con los asesinados, con los que roban y con los que
son robados.
La
autoridad de Su Santidad es la más respetada del mundo.
Una
palabra del Papa lo es todo.
Y
esa palabra ha errado su significado…
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