Con
la Gendarmería en el palacio de justicia
Largas
filas de ahorristas dispuestos a iniciar amparos judiciales en defensa de la
propiedad de sus ahorros eran una escena cotidiana en las calles de todo el
país durante enero de 2002, y el ministro Guillermo López y yo estábamos a
cargo de la feria judicial en la segunda quincena del más.
Ante
nuestro requerimiento de seguridad a la fuerza policial responsable de la Corte
Suprema se nos respondía que no podía darnos ninguna certeza de que el Palacio
de Justicia no fuera tomado por ciertos grupos revoltosos infiltrados que
incluso habían llegado a arrojar bombas de estruendo en el interior del propio
edificio, tanto en la planta baja como en las escaleras de acceso en los pisos
superiores.
Claro
que, en aquel tiempo, los tribunales trabajaban como disponía la tradición:
A
puertas abiertas.
La
importancia de la Policía Federal para frenar este avance había quedado en
evidencia unos días antes, cuando habían sido atacados la Casa de Gobierno y el
Palacio del Congreso, donde incluso se llegó a provocar un principio de
incendio.
Como
consecuencia, ambas sedes debieron ser prácticamente amuralladas con vallas.
Es
interesante destacar aquí que luego de nuestra caída, esa situación cambio.
Sin
pretender hacer un juicio de valor, para ingresar hoy se deben atravesar más
controles que en un aeropuerto o en una base militar de Medio Oriente, y ello
sin contar con el vallado permanente en el frente de acceso del Palacio, sobre
la propia vereda pública.
Una
verdadera fortaleza, controlada permanentemente por cámaras de seguridad desde
un sofisticado centro de control que incluso puede cubrir muchas cuadras y
manzanas a su alrededor y desde donde se monitorean también juzgados del
interior del país.
Así
las cosas, hablamos con el jefe del Estado Mayor del Ejército, teniente general
Ricardo Brinzoni, y éste nos informó que por la ley vigente no podía darnos
protección directa en este momento, “ya que solo tenía permitido proteger al
Presidente de la República”
Entonces,
luego de la correspondiente consulta con el presidente de la Corte y con los
ministros a los que pudimos contactar telefónicamente, procedimos a solicitar
el refuerzo de la protección del Palacio a través de la Gendarmería Nacional
encargando al administrador del operativo, conjuntamente con el jefe de
Gendarmería, comandante general Hugo Miranda, lo que efectivamente se hizo.
La
custodia de nuestra sede debió prolongarse varios meses.
Con
ese cuadro de situación, contra nuestros deseos y costumbres, intentamos y
logramos cumplir con nuestro deber.
Nuestra
convicción se fortalecía a medida que profundizábamos en el estudio de los
verdaderos horrores jurídicos de esa equivocada legislación de emergencia que
había sido implementada, cuyos decretos, leyes y resoluciones se sucedían y
cambiaban a un ritmo vertiginoso.
Y
en plena feria judicial nos tocaba analizar un nuevo caso de corralito.
Sin
embargo esta vez, por la gravedad de la crisis, si estaba en juego el fondo de
la cuestión:
Ya
no era el caso Kiper:
Ahora
se trataba nada más ni nada menos que de la propia vigencia de la Constitución
Nacional en su casi totalidad, pues debíamos decidir sobre los derechos
adquiridos bajo su amparo.
En
este caso, conocido como “Banco de Galicia y Buenos Aires s/ solicita
intervención urgente en autos: Smith, Carlos Antonio c/ Poder Ejecutivo Nacional
o Estado Nacional s/ sumarísimo”, o simplemente “caso Smith”, deberíamos
dirimir la constitucionalidad del derecho de propiedad afectado a través de las
restricciones de los retiros de los depósitos.
En
pocas semanas seria ostensible para el país y las naciones extranjeras cuáles
eran las verdaderas preocupaciones del gobierno de Duhalde y, en particular, de
los bancos.
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