Capítulo II
La
Corte en comisión
El
1º de enero de 2002, Duhalde era designado por el Congreso como Presidente
interno de la República.
Aunque la Corte no había tenido oportunidad de
pronunciarse aún sobre la constitucionalidad del “corralito”, la información
que le llegaba a la ciudadanía era equivocada.
Al
día siguiente Clarín consignaba:
“Los
cacerolazos también apuntaron contra los miembros de la Corte Suprema de
Justicia, por haber dado respaldo jurídico al corralito, en una polémica
decisión el viernes pasado”.
Los
periodistas Adrián Paenza y Jorge Lanata contribuían desde la televisión a
nuestro linchamiento político arengando a la gente a sumarse a los repudios y
los “escraches”, suministrando además la dirección de nuestros domicilios
particulares y filmaciones de los propios edificios para que nos fueran “a
visitar”.
Como
consecuencia, en Córdoba una verdadera horda destruyo una propiedad de la
familia política del juez Belluscio y agredió físicamente a su cuñado.
Antonio
Boggiano fue atacado en el shopping Patio Bullrich, y Julio Nazareno, Carlos
Fayt, Enrique Petracchi y yo mismo, y hasta mi propia madre (que tenía entonces
95 años y de desplazaba en sillas de ruedas), fuimos acosados, atacados e
insultados en las puertas de nuestras casas.
Una
vez que Duhalde se instaló en la Casa Rosada, empezaron a desfilar los
interesados en formar parte de su estructura de gobierno.
Uno
de ellos fue alguien que había sido primero periodista deportivo, después
escriba del presidente Menem y finalmente su ministro del interior:
Gustavo Beliz, quien planeaba
el derrocamiento puro y duro de la Corte proponiendo algo no previsto por la
Constitución:
Poner
en comisión a la Corte entera.
La
causal de remoción, para él, era que estábamos “identificados” con “los peores
vicios de la dirigencia política de los últimos años”.
Siempre
fiel a su estilo, se pronunciaba sin sutilezas:
“Apenas
aprobó el corralito a los depósitos, el cacerolazo se le fue al humo.
Es
un tribunal impresentable, irritante, que afecta la imagen de toda la justicia
y, por lo tanto, de las instituciones.
"Su
remoción es ahora o nunca” quiere decir que, como la imagen de la justicia
estaba devaluada, entonces se aplicaría una medida de facto en defensa de las
instituciones.
Sin
embargo, el periodista Eduardo van der Kooy informaba al día siguiente que el
nuevo presidente pondría en marcha otro plan con el mismo objetivo:
“Duhalde
dio un guiño además a un proyecto en Diputados que planteara el juicio político
a dos miembros de la Corte Suprema (Julio Nazareno y Adolfo Vázquez), pero
desechó otra propuesta de declarar a todos sus integrantes en comisión”.
Durante
esos días, los diarios informaban sobre distintas estrategias para ir en contra
de la Corte.
Después
prevalecería la idea de la remoción colectiva, que equivalía a la puesta en
comisión porque parecía más elegante.
Se
anunciaba una “muerte por asfixia” y también la idea de “lanzar una fuerte
presión política desde el gobierno y el Congreso para obligar a renunciar a los
miembros del máximo tribunal del país”.
¿Dónde
estaban por entonces los defensores de las instituciones?
El
2 de enero Eduardo Barcesat y Roberto Boico se presentaron en la mesa de
entradas de la Cámara de Diputados para pedir la remoción d e la Corte entera.
Se
trataba de un globo de ensayo para anticipar cómo reaccionarían la opinión
pública y la prensa.
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