"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 4 de febrero de 2019

La verdad desnuda - VI


Petracchi investigado

Mi relación con el doctor Petracchi tuvo siempre muchos altibajos, que iban desde situaciones conflictivas hasta momentos en que todo se normalizaba.
Pasaré a relatar algunas de esas circunstancias con la esperanza de que expliquen en parte su negativa a firmar el caso en cuestión.

Yo había llegado a la Corte proveniente de la Cámara Federal en lo Civil y Comercial, donde antes de mi incorporación había tramitado la “causa Azucarera Tucumana”, en la cual se había dictado un fallo a favor del Estado, según voto del doctor Octavio Amadeo, que fue dejado sin efecto por la Corte en una sentencia que en mi fuero de origen dejó muchas dudas.
También había tenido confrontaciones cuando ingresé al tribunal y Petracchi intentó disponer lo que yo tenía que hacer respecto del personal de mi vocalía, cosa que no admití.
Además, le recriminé por un accidente de tránsito ocurrido en oportunidad de salir de su campo en la localidad de Monte conduciendo un automóvil oficial.
A pesar de ello, por las obligaciones de la función, hubo períodos en que la necesidad de una convivencia aceptable nos llevó a tener una relación cordial.

En la época en que se desarrollan estos episodios (entre 1999-2002) pasábamos justamente por uno de estos últimos períodos amigables, cuando me pidió que interviniera a su favor frente a un juicio político que se le había iniciado, acusándolo de haber recibido un pago, vía Montevideo, por 580 mil dólares, que los denunciantes relacionaron con una supuesta coima en una causa que había llegado a la Corte por la resolución del rebalanceo telefónico.
Se había detectado una operación bancaria efectuada en 1998, poco antes de la salida del fallo en cuestión, por la cual el Federal Bank, sucursal Uruguay, propiedad de Raúl Moneta, ordenaba al Citibank de Nueva York una transferencia por ese monto a una cuenta en el Banco Santander a nombre de Petracchi.
Un grupo de diputados encabezados por Elisa Carrió, Graciela Ocaña y Gustavo Gutiérrez había promovido la investigación del caso.

El me aseguró que el dinero pertenecía a un primo suyo, el doctor Santiago Petracchi, que a su vez era abogado de Telefónica, y yo le creí.
Al borde de la desesperación me pidió que intercediera a su favor.
Llamé entonces al diputado Carlos Soria, que era miembro de la comisión investigadora que presidía Carrió, y éste concurrió a verme a la Corte.
Entonces le expliqué el motivo y accedió a escuchar a Petracchi de modo directo en mi despacho.
Lo llamé para que viniera a mi vocalía y así fue como tuvo la oportunidad de explicar su versión sobre el dinero y Soria se comprometió a interceder por él.

También intervine a su favor con quien luego sería vicepresidente de la República y dos veces gobernador de Buenos Aires, y por entonces diputado Daniel Scioli, que era otro miembro de la comisión que lo investigaba. La situación fue idéntica: Scioli fue a mi despacho, luego de mí llamado ingresó Petracchi y le transmitió la versión exculpatoria sobre el origen de esa remesa de dinero. Gracias a mi intercesión de buena fe la gestión dio resultado porque la diputada Carrió desactivó la investigación y Petracchi pudo hacer su descargo en la justicia.

Pero, ¿Qué tiene que ver todo esto con el "caso Smith”?
Unas semanas antes del fallo ocurrió el siguiente episodio, mencionado en el libro "Justicia era Kirchner", de Pablo Abiad y Mariano Thieberger.
En ese tenso clima existente en los comienzos de la Presidencia de Duhalde, en la feria de enero de 2002, el secretario de Estado de la SIDE, Carlos Soria, me llamó a mi celular oficial y me pidió una reunión urgente (¡ya mismo!, me dijo).
Me advirtió que mandaría un automóvil Ford Falcon blanco, pero sólo después de cambiar de coche en algún punto del camino y dirigirnos hacia un lugar de reunión que no me reveló.
Parecía una película de suspenso.

Ante semejante propuesta, y en medio de un turbulento clima político que se vivía por entonces, con amenazas de muerte contra mi persona y escraches a nuestro domicilios, fomentados personalmente por organismos oficiales y algunos periodistas, le respondí que no quería ningún coche ni chofer extraños, que lo hiciéramos todo de modo formal, que con gusto lo recibiría en mi despacho o iría al suyo si tenía algo oficial que decirme, siempre que fuera también un despacho público.

Convenimos entonces en reunirnos en su oficina en la SIDE; pero ante los temores que manifestaba mi esposa pensé que debía tomar algunos recaudos.
Así le preparé una lista de nombres y teléfonos a quienes llamar en caso de que yo no regresara en el término de tres horas.
El listado incluía, además de mis colegas del propio tribunal y de otros estados extranjeros, a magistrados de las cortes de Uruguay, Chile, Estados Unidos, Brasil, Perú y Costa Rica.
También a algunos políticos, eclesiásticos (los cardenales Jorge Bergoglio y Leonardo Sandri, el nuncio apostólico monseñor Adriano Bernardini y el arzobispo Rubén Héctor Di Monte) y otros diplomáticos amigos acreditados en Buenos Aires.

Dispuse que uno de mis custodios, el sargento Jorge Melo, se quedara esperado en la Catedral Metropolitana, le di instrucciones sobre qué hacer en caso de que no volviera en el caso de sesenta minutos, y me fui con otro custodio, el sargento primero Juan Carlos Giunta, que oficiaba de chofer, hasta la sede SIDE, donde hicieron ingresar el vehículo oficial de la Corte por la Av. Leandro N. Alem.
Allí me estaban esperando.
En la reunión, además de Soria se encontraba el flamante ministro de Justicia, doctor Jorge Reinaldo Vanossi.

El secretario de Estado de Inteligencia me dijo que conocía el voto que López y yo estábamos preparando en la "causa Smith” y me pidió que desistiéramos de esa posición jurídica.
Le adelanté que yo no pensaba cambiarlo si ese era el motivo de la reunión.
Entonces Soria hizo la objeción que otros utilizarían después y que consistía en que no había razón para que cambiemos el (supuesto) criterio utilizado para ordenar al doctor Kiper devolver su depósito.
Recordemos que todos se sentían decepcionados por el hecho de que la Corte hubiera (supuestamente) avalado el corralito.
¡Ahora parecían decepcionados de que la misma Corte (supuestamente) cambiara de opinión que los había decepcionado antes!

Les aclaré a Soria que la situación era distinta, en primer lugar por las modificaciones introducidas por el nuevo gobierno, que con el corralón habían agravado la situación de los ahorristas; pero además porque en aquel caso lo que se había hecho, siguiendo la opinión del doctor Belluscio, era no convalidar la conducta de un juez por mano propia haciéndose nombrar a sí mismo o a si representante (lo que sería igual) como oficial de justicia ad hoc.
En el "caso Smith”, en cambio, se iba a resolver el fondo del asunto analizándose si las leyes que afectaban los depósitos en divisas extranjeras, especialmente dólares, eran constitucionales o inconstitucionales.

Le expliqué que estábamos obligados a decidirnos en un sentido u otro por la situación de violencia que se vivía, que la Corte no podía dejar de definirse frente a las operaciones que se hacían en su contra haciéndola aparecer como culpable del desastre económico tras la caída de De La Rúa y que, por otro lado, con la nueva Ley de Emergencia Económica el gobierno acababa de obligarnos a pronunciarnos legalmente vía per saltum.
Además le manifesté que el voto ya se había consensuado con el resto de los ministros mediante conversaciones telefónicas, y especialmente relaté lo que había sucedido con Bossert y Petracchi.
Entonces, al mencionar a este último, Soria salto enfurecido gritado, palabras más, palabas menos:
“Decile a ese… que de la misma manera en que yo lo salvé a tu pedido por el tema del rebalanceo telefónico, le voy a levantar la mano a la Gorda, porque está absolutamente probado que el dinero era de él...."
"Y nosotros tenemos la prueba”.

En las palabas de Soria (de las que me hago responsable) no había puntos suspensivos, sino una expresión que me abstendré a reproducir.
Y “la gorda” a la que se referia era la diputada que había denunciado a Petracchi, es decir, Elisa Carrió.

Mientras Vanossi guardaba silencio, en ese pequeño debate la reunión quedó agotada. El gobierno conocía a través de su servicio de inteligencia el criterio mayoritario de la Corte.
A la sazón, digno es reconocerlo, el único que siempre estuvo a favor de la pesificación y en contra de los demás ministros fue el doctor Augusto Belluscio, que no firmó el "caso Smith”, pero que años después, ya caídos todos nosotros y derogada la jurisprudencia por ese mamarracho que es la "causa Bustos” (del 26-10-2004), como se verá oportunamente en próximos capítulos, no sólo la firmó, sino que su voto calificó nuestro impecable y ejemplar pronunciamiento constitucional de “funesto precedente”.
Pero siguiendo con lo sucedido en ese acuerdo del 1º de febrero de 2002, cuando después del cuarto intermediario Petracchi dijo que se abstendría de votar, le reproché su conducta señalándole que todo parecía indicar que Soria lo había llamado para decirle lo mismo que a me había dicho a mí, y se lo repetí palabra por palabra.

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