Petracchi
investigado
Mi
relación con el doctor Petracchi tuvo siempre muchos altibajos, que iban desde
situaciones conflictivas hasta momentos en que todo se normalizaba.
Pasaré
a relatar algunas de esas circunstancias con la esperanza de que expliquen en
parte su negativa a firmar el caso en cuestión.
Yo
había llegado a la Corte proveniente de la Cámara Federal en lo Civil y
Comercial, donde antes de mi incorporación había tramitado la “causa Azucarera
Tucumana”, en la cual se había dictado un fallo a favor del Estado, según voto
del doctor Octavio Amadeo, que fue dejado sin efecto por la Corte en una
sentencia que en mi fuero de origen dejó muchas dudas.
También
había tenido confrontaciones cuando ingresé al tribunal y Petracchi intentó
disponer lo que yo tenía que hacer respecto del personal de mi vocalía, cosa
que no admití.
Además,
le recriminé por un accidente de tránsito ocurrido en oportunidad de salir de
su campo en la localidad de Monte conduciendo un automóvil oficial.
A
pesar de ello, por las obligaciones de la función, hubo períodos en que la
necesidad de una convivencia aceptable nos llevó a tener una relación cordial.
En
la época en que se desarrollan estos episodios (entre 1999-2002) pasábamos
justamente por uno de estos últimos períodos amigables, cuando me pidió que
interviniera a su favor frente a un juicio político que se le había iniciado,
acusándolo de haber recibido un pago, vía Montevideo, por 580 mil dólares, que
los denunciantes relacionaron con una supuesta coima en una causa que había
llegado a la Corte por la resolución del rebalanceo telefónico.
Se
había detectado una operación bancaria efectuada en 1998, poco antes de la
salida del fallo en cuestión, por la cual el Federal Bank, sucursal Uruguay,
propiedad de Raúl Moneta, ordenaba al Citibank de Nueva York una transferencia
por ese monto a una cuenta en el Banco Santander a nombre de Petracchi.
Un
grupo de diputados encabezados por Elisa Carrió, Graciela Ocaña y Gustavo
Gutiérrez había promovido la investigación del caso.
El
me aseguró que el dinero pertenecía a un primo suyo, el doctor Santiago
Petracchi, que a su vez era abogado de Telefónica, y yo le creí.
Al
borde de la desesperación me pidió que intercediera a su favor.
Llamé
entonces al diputado Carlos Soria, que era miembro de la comisión investigadora
que presidía Carrió, y éste concurrió a verme a la Corte.
Entonces
le expliqué el motivo y accedió a escuchar a Petracchi de modo directo en mi
despacho.
Lo
llamé para que viniera a mi vocalía y así fue como tuvo la oportunidad de
explicar su versión sobre el dinero y Soria se comprometió a interceder por él.
También
intervine a su favor con quien luego sería vicepresidente de la República y dos
veces gobernador de Buenos Aires, y por entonces diputado Daniel Scioli, que
era otro miembro de la comisión que lo investigaba. La situación fue idéntica:
Scioli fue a mi despacho, luego de mí llamado ingresó Petracchi y le transmitió
la versión exculpatoria sobre el origen de esa remesa de dinero. Gracias a mi
intercesión de buena fe la gestión dio resultado porque la diputada Carrió
desactivó la investigación y Petracchi pudo hacer su descargo en la justicia.
Pero,
¿Qué tiene que ver todo esto con el "caso Smith”?
Unas
semanas antes del fallo ocurrió el siguiente episodio, mencionado en el libro
"Justicia era Kirchner", de Pablo Abiad y Mariano Thieberger.
En
ese tenso clima existente en los comienzos de la Presidencia de Duhalde, en la
feria de enero de 2002, el secretario de Estado de la SIDE, Carlos Soria, me
llamó a mi celular oficial y me pidió una reunión urgente (¡ya mismo!, me
dijo).
Me
advirtió que mandaría un automóvil Ford Falcon blanco, pero sólo después de
cambiar de coche en algún punto del camino y dirigirnos hacia un lugar de
reunión que no me reveló.
Parecía
una película de suspenso.
Ante
semejante propuesta, y en medio de un turbulento clima político que se vivía
por entonces, con amenazas de muerte contra mi persona y escraches a nuestro
domicilios, fomentados personalmente por organismos oficiales y algunos periodistas,
le respondí que no quería ningún coche ni chofer extraños, que lo hiciéramos
todo de modo formal, que con gusto lo recibiría en mi despacho o iría al suyo
si tenía algo oficial que decirme, siempre que fuera también un despacho
público.
Convenimos
entonces en reunirnos en su oficina en la SIDE; pero ante los temores que
manifestaba mi esposa pensé que debía tomar algunos recaudos.
Así
le preparé una lista de nombres y teléfonos a quienes llamar en caso de que yo
no regresara en el término de tres horas.
El
listado incluía, además de mis colegas del propio tribunal y de otros estados
extranjeros, a magistrados de las cortes de Uruguay, Chile, Estados Unidos,
Brasil, Perú y Costa Rica.
También
a algunos políticos, eclesiásticos (los cardenales Jorge Bergoglio y Leonardo
Sandri, el nuncio apostólico monseñor Adriano Bernardini y el arzobispo Rubén
Héctor Di Monte) y otros diplomáticos amigos acreditados en Buenos Aires.
Dispuse
que uno de mis custodios, el sargento Jorge Melo, se quedara esperado en la
Catedral Metropolitana, le di instrucciones sobre qué hacer en caso de que no
volviera en el caso de sesenta minutos, y me fui con otro custodio, el sargento
primero Juan Carlos Giunta, que oficiaba de chofer, hasta la sede SIDE, donde
hicieron ingresar el vehículo oficial de la Corte por la Av. Leandro N. Alem.
Allí
me estaban esperando.
En
la reunión, además de Soria se encontraba el flamante ministro de Justicia,
doctor Jorge Reinaldo Vanossi.
El
secretario de Estado de Inteligencia me dijo que conocía el voto que López y yo
estábamos preparando en la "causa Smith” y me pidió que desistiéramos de
esa posición jurídica.
Le
adelanté que yo no pensaba cambiarlo si ese era el motivo de la reunión.
Entonces
Soria hizo la objeción que otros utilizarían después y que consistía en que no
había razón para que cambiemos el (supuesto) criterio utilizado para ordenar al
doctor Kiper devolver su depósito.
Recordemos
que todos se sentían decepcionados por el hecho de que la Corte hubiera
(supuestamente) avalado el corralito.
¡Ahora
parecían decepcionados de que la misma Corte (supuestamente) cambiara de
opinión que los había decepcionado antes!
Les
aclaré a Soria que la situación era distinta, en primer lugar por las
modificaciones introducidas por el nuevo gobierno, que con el corralón habían
agravado la situación de los ahorristas; pero además porque en aquel caso lo
que se había hecho, siguiendo la opinión del doctor Belluscio, era no
convalidar la conducta de un juez por mano propia haciéndose nombrar a sí mismo
o a si representante (lo que sería igual) como oficial de justicia ad hoc.
En
el "caso Smith”, en cambio, se iba a resolver el fondo del asunto
analizándose si las leyes que afectaban los depósitos en divisas extranjeras,
especialmente dólares, eran constitucionales o inconstitucionales.
Le
expliqué que estábamos obligados a decidirnos en un sentido u otro por la
situación de violencia que se vivía, que la Corte no podía dejar de definirse
frente a las operaciones que se hacían en su contra haciéndola aparecer como
culpable del desastre económico tras la caída de De La Rúa y que, por otro
lado, con la nueva Ley de Emergencia Económica el gobierno acababa de
obligarnos a pronunciarnos legalmente vía per saltum.
Además
le manifesté que el voto ya se había consensuado con el resto de los ministros
mediante conversaciones telefónicas, y especialmente relaté lo que había
sucedido con Bossert y Petracchi.
Entonces,
al mencionar a este último, Soria salto enfurecido gritado, palabras más,
palabas menos:
“Decile
a ese… que de la misma manera en que yo lo salvé a tu pedido por el tema del
rebalanceo telefónico, le voy a levantar la mano a la Gorda, porque está
absolutamente probado que el dinero era de él...."
"Y
nosotros tenemos la prueba”.
En
las palabas de Soria (de las que me hago responsable) no había puntos
suspensivos, sino una expresión que me abstendré a reproducir.
Y
“la gorda” a la que se referia era la diputada que había denunciado a
Petracchi, es decir, Elisa Carrió.
Mientras
Vanossi guardaba silencio, en ese pequeño debate la reunión quedó agotada. El
gobierno conocía a través de su servicio de inteligencia el criterio
mayoritario de la Corte.
A
la sazón, digno es reconocerlo, el único que siempre estuvo a favor de la
pesificación y en contra de los demás ministros fue el doctor Augusto
Belluscio, que no firmó el "caso Smith”, pero que años después, ya caídos
todos nosotros y derogada la jurisprudencia por ese mamarracho que es la
"causa Bustos” (del 26-10-2004), como se verá oportunamente en próximos
capítulos, no sólo la firmó, sino que su voto calificó nuestro impecable y
ejemplar pronunciamiento constitucional de “funesto precedente”.
Pero
siguiendo con lo sucedido en ese acuerdo del 1º de febrero de 2002, cuando
después del cuarto intermediario Petracchi dijo que se abstendría de votar, le
reproché su conducta señalándole que todo parecía indicar que Soria lo había
llamado para decirle lo mismo que a me había dicho a mí, y se lo repetí palabra
por palabra.
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