Por María
Zaldívar
A
los tradicionales partidos españoles PSOE y Popular le aparecieron
competidores:
Podemos y
Ciudadanos.
Y
en los dos casos nacieron producto de la insatisfacción de los votantes con las
respuestas de ambos a sus inquietudes.
Si
bien intentaron representar socialdemocracia uno y la derecha el otro, a medida
que crecían y participaban se iban pareciendo cada vez más al sistema político
que, desde la tribuna, habían interpelado.
Podemos
le restó votos al PSOE y Ciudadanos al Partido Popular.
La
euforia inicial los hizo obtener, a ambos, éxitos electorales memorables que
luego no se tradujeron en modificaciones sustanciales del "status
quo".
Sánchez no logra
formar gobierno y España queda a un paso de una nueva elección
Así
las cosas, sus simpatizantes fueron perdiendo entusiasmo y la disconformidad
volvió a ganar espacio entre los españoles.
El
líder de Podemos agregó a su mala performance política, irregularidades
económicas que rozaron la corrupción, conocido tic de las castas gobernantes
sin distinción de continente.
Su
lujosa mansión y las noticias que daban cuenta del financiamiento chavista de
sus andanzas políticas lo pusieron en un plano de igualdad con aquella clase
dirigente que un día denostó.
A
los desencantados del PSOE se sumaron los desencantados de Podemos.
Ciudadanos,
que también defraudó, al menos no registra hechos de corrupción como Pablo
Iglesias pero se quedó a mitad de camino respecto de sus intenciones y promesas
iniciales.
Parecería
que también en España aplicó el "teorema Baglini", porque
a medida que se acercaban al poder, el arrojo político decrecía.
Fuerte
repudio de pasajeros de Aerolíneas contra mensaje político de un piloto
España
se deslizaba lentamente hacia una monocromía ideológica donde nadie parecía
estar dispuesto a representar su extensa historia nacional.
Y
cuando el avance de las variantes izquierdistas lucía inevitable y amenazaba
con inundarlos, emergió una fuerza que levantó las banderas del ser nacional y
la tradición, de la libertad y la familia, que repitió en voz bien alta que el
respeto por el individuo, sus elecciones y su trascendencia humana no se
negocian y que se contraponen con la moda de la ideología de género y todos los
males que de ella derivan.
Y
además planteó como imprescindibles las nociones de Estado chico y libertad
económica, así como también la unidad de España como un hito innegociable.
Así
nació VOX y desde sus comienzos tuvo que luchar contra la sonora campaña de
difamación de la que fue y sigue siendo objeto.
Así
y todo, millones de españoles se reconocieron en la flamante propuesta.
Sus
dirigentes no tienen temor a decir la verdad ni a dar la batalla cultural que
el momento reclama porque entienden que lo que está en juego, y en peligro, no
son un puñado de bancas sino un estilo de vida.
Una nueva voz en
España
VOX
incomoda al poder y al establishment porque los hace definirse y la política se
ha convertido en una ciénaga donde sobreviven, aunque sin gloria, quienes optan
por la tibieza y el “buenismo”.
La
Argentina muestra un devenir político similar:
Dos
partidos políticos históricos que se turnan desde hace casi un siglo en la
conducción del país; y ambos vienen defraudando al electorado que, en gran
medida, los elige alternadamente como el mal menor y ante la carencia de una
opción mejor.
Los inmigrantes
venezolanos revitalizan a la "vieja" España
Por
eso la aparición del PRO fue leída como una auspiciosa renovación:
Nuevas
personas y, fundamentalmente, nuevas prácticas que llegaban para desterrar
señores feudales del clientelismo y políticas probadamente fracasadas.
La vara de las
expectativas estaba alta para la fuerza liderada por Mauricio Macri porque allá
la pusieron ellos con su slogan.
La
propuesta “Cambiemos” fue tomada en serio por una importante porción de la
sociedad que ansiaba cambiar porque reconoció que, por la misma senda, el país
está destinado a profundizar el rumbo de decadencia que viene recorriendo hace
casi un siglo.
Exteriores
recurre la apertura de "embajadas" catalanas por servir al
secesionismo
Tras
cuatro años y, más allá del fracaso económico de la gestión, la sociedad
percibe que tampoco se combatió la raíz de esa decadencia y que el armado
corporativo y burocrático de un Estado obeso y cleptómano, solo ha cambiado de caras.
Se
aumentó el reparto de dinero público con la consecuente sobrevida de los
“punteros” que, solo por intermediar, son los auténticos beneficiarios de un
sistema perverso de consolidación de pobres…
Se
agrandó el tamaño del Estado con más organismos de dudosa utilidad y se
conservaron la totalidad de las estructuras perimidas que condenaron a la
Argentina a esta ruina que consume cualquier esfuerzo:
Los
privilegios que la casta política acumula desde hace décadas, un sistema
previsional quebrado y una madeja de impuestos que cada administración
multiplica.
El argentino trabaja
siete de los doce meses para el Estado y tiene claro que esa proporción es
confiscatoria y que la ecuación de un trabajador que produce contra cuatro
empleados públicos es insostenible.
Al
mantenimiento de ese "status quo" perverso, se sumaron lamentables
novedades:
El intento de
legalización del aborto y el aumento del gasto público para modificar
definitivamente los valores sociales introduciendo en la educación formal la
cuestionable ideología de género de manera compulsiva.
En
síntesis, las transformaciones anunciadas quedaron en promesas mientras que
introdujeron otras nunca contempladas en su plataforma partidaria; y, como
broche de una pobre gestión, una inflación agobiante que reemplazó ilusiones de
cambio por la certeza de la acumulación de más deuda para las generaciones
venideras.
Pero,
en contraste con lo que pasa en España, la Argentina no reacciona,
carece de una alternativa que proponga, sin temor, valores que nos rescaten de
la anomia en la que parecemos sentirnos cómodos y admita que la economía es el
menor de nuestros problemas.
No existe en
nuestro país una fuerza o un dirigente que se animen a rechazar la corrección
política y diga con todas las letras que nuestro problema es moral.
Nadie
se atreve a enfrentarse a la agenda que el feminismo impone en el siglo XXI y
que alienta la alteración de los valores básicos para la convivencia a través
del propio Estado.
Tal
es la miseria moral argentina:
El
oficialismo habría elegido una figura abortista para integrar la fórmula
presidencial porque los "focus group" indicaron que eso sumaría votos.
La oposición
kirchnerista avanza campante con su mochila de corrupción y muerte sobre sus
espaldas y
hasta el liberalismo se declaró tolerante con el aborto y el avance del estado
sobre la educación de nuestros hijos, postura que expone su debilidad moral,
que tiene argumentos para defender la moneda pero no la vida.
La crisis
argentina es política y es moral.
El
poder económico compite en desprestigio con los políticos y la clase dirigente
está teñida de corrupción y de desvergüenza.
Los
jueces orejean sus cartas para jugarlas en el momento oportuno y cuando una
sociedad ignora el imperio de la ley no le quedan reservas.
Ese
es el diagnóstico que falta:
La
Argentina no tiene reservas.
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