Por Carlos Mira
Lo
que hemos escrito aquí durante años está saliendo a la luz como los hongos
después de una intensa lluvia en el campo:
El
fascismo está desesperado por regresar al poder y no descarta ninguna opción
con tal de conseguir su objetivo.
Si
para lograr esa meta debe hundir a los argentinos en la miseria lo hará.
Nunca
le interesaron los argentinos…
Solo le interesa
el poder para enriquecerse.
El
fascismo en la Argentina lleva el nombre temporal del kirchnerismo, de Cristina
Fernández, de La Cámpora, del marxista Kicillof (obviamente un fascista), del
grupo de choque “intelectual” que responde a Laclau y a Chantal Mouffe.
Ese
grupo, al mando de los Kirchner, ha dispuesto dinamitar todo lo que queda en
pie para terminar con la utopía de un gobierno no-peronista terminando su
mandato de acuerdo a la Constitución.
La
demostración del 24A terminó de encender esa furia.
Ver
por televisión a cientos de miles de argentinos en todo el país parándoseles de
manos para decirles que no la tienen ganada aun, los embarcó en una furia
clasista y resentida que venían ocultando con gran esfuerzo, pero que ese día
les salió por todos los poros de su totalitaria piel.
La calle es de
ellos.
¿Cómo
podía ser que estos garcas -como los llamó Grabois en un vómito de sinceridad
brutal- nos copen la parada?
La
orden emanada desde Cuba fue la de terminar con la impostura de la moderación
dialoguista.
“Nosotros
no somos eso”.
Alberto
Fernández debía dar una señal clara de que lo que se busca es hacerlo hocicar a
Macri, que entregue su sangre en la plaza pública, rendido a los pies de las
hordas colectivistas.
Siguiendo
las directivas de La Habana como si fuera un cordero, Alberto Fernández filtró
a través del sicario periodístico Gustavo Sylvestre, la idea de que el FMI
había hablado de “vacío de poder” y de que convendría “un adelantamiento de las
elecciones” para que Fernández asuma la presidencia.
El propio Fondo
desmintió eso el mismo viernes en un increíble comunicado oficial a minutos de
la medianoche.
Debe
ser la primera vez que dicha institución se ve involucrada en una indiada
semejante.
En
medio de todo se encuentran los argentinos, los mismos argentinos por los que
la mal nacida jefa de la banda dice desvivirse.
No
hay palabras en el idioma castellano para calificarla.
La
Real Academia debería inventarla.
Un fallo de la
Cámara Federal también hizo lo suyo:
El
tribunal no hizo lugar a ninguno de los 51 recursos de nulidad presentados por
Fernández de Kirchner y sus secuaces en el juicio de adjudicación de obra
pública de Vialidad Nacional.
La
jefa explotó.
“Los
voy a destruir” habrá
gritado como una imaginaria Cruela Devil frente al espejo de su rencor en el
trópico comunista.
Ordenó
a las filas del Instituto Patria organizar una ofensiva final contra los que
marcharon el 24 y contra los jueces que aún no se someten a la bota de su
poder: “Quemen todo, háganlos vomitar sangre”.
En
estas columnas anticipamos todo esto.
Lo
venimos diciendo desde hace rato.
Nos
referimos a ello como “la Máscara de Alberto”, “¿Es Alberto Fernández
Venezuela?”, “Unidades de Medida”,
“Por
el fascismo o contra él”, “Fernández, el amoral”, “Siembra y Cosecha” y decenas
de columnas más que se han escrito aquí pronosticando lo que está ocurriendo
hoy.
No
hay en ello ningún mérito como no sea el haber descripto sin pelos en la lengua
lo que significa el aquelarre kirchnerista.
Resta
saber si Alberto Fernández es lo mismo que éste estiércol o no.
Por
ahora va demostrando que sí.
No
sabemos si es porque su naturaleza innata está hecha del mismo excremento, si
es por conveniencia o si es porque creía que desde adentro iba a poder dominar
al monstruo del totalitarismo.
Pero
lo que importa son los hechos.
Y
los hechos dicen que viene prefiriendo seguir las órdenes de La Habana (aun
cuando eso signifique el incendio de millones de argentinos) a pararse de manos
frente a una jefa desquiciada.
Ahora
algunos han dejado trascender la idea de que el ex jefe de gabinete y Sergio
Massa se han reunido para pensar alguna estrategia que domine el submundo del
lumpenaje y de la locura golpista.
Tarde.
Tarde
para dos impresentables que sea por los motivos que fuese, prestaron sus
personas para que una banda de delincuentes vuelva a acercarse al poder.
¡Y
pensar que el presidente Macri debió salir a pedir disculpas por lo que había
dicho el lunes 12 de agosto en una conferencia de prensa!
¡Salió
a pedir disculpas, como también lo dijimos aquí en ese momento, por decir la
verdad: que todos los indicadores económicos habían sucumbido porque había
ganado el kirchnerismo!
Esa
verdad de Perogrullo es lo que está repitiéndose hoy de modo recargado:
La
reacción de quienes intentan proteger su propiedad frente a confiscadores
seriales.
Los
argentinos (o una mayoría electoral decisiva de ellos) no tiene la menor idea
de lo que se está jugando aquí.
Creen
que el país puede manejarse a sablazos de furia, venganza y rencor y que de ese
coctel explosivo saldrá algo que les convenga.
Pobres:
No
tienen ni la más mínima idea de lo que la delincuencia tiene planeado para
ellos.
Quizás
merezcan lo que les espera por ser tan inocentes, tan pusilánimes, tan
resentidos, tan clasistas y tan creyentes de la idea de que es posible retirar
de la hoya más de lo que se pone.
¡Despierten
muchachos!
Son
apenas carne de cañón.
No
valen nada para los que los adulan.
Para
ellos son solo una masa de estúpidos.
La
única pregunta que queda sin responder es si es justo para el resto de los
argentinos, para aquellos que trabajan, para los que pagan la fiesta de los
lúmpenes con sus impuestos, para los que serán los confiscados de mañana; si es
justo, que esta ameba fluida de delincuentes ocupe cada rincón de la Argentina
y se proponga robarlos sin que nadie los defienda.
La
respuesta es no: No
es justo.
Para
ellos solo quedará la resistencia libertaria o el destierro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario