Francisco
Olivera
LA
NACION
Hay
peronistas que, ya fuera de toda posibilidad de volver a cargos relevantes,
pueden expresar libremente sus ganas de que Alberto Fernández triunfe y
contrastarlo, al mismo tiempo, con la frágil situación en que deberá ejercer el
poder.
Es
una conclusión a la que el sector privado, tanto o más necesitado de una
reactivación, llegó bastante antes porque lo experimenta cada día en sus
resultados: Empresas como Vicentín, en
concurso preventivo, o Celulosa, en cesación de pagos, son solo algunos de los
ejemplos que en los últimos días hicieron más evidente la crisis.
La efervescencia
electoral puede haber empujado hasta ahora a parte del Frente de Todos a
suponer que bastará con haber impedido la reelección de Macri y con que la Casa
Rosada vuelva al ejercicio de lo que la militancia llama "la
política", pero estas expresiones de deseo empezarán a ponerse a prueba el
martes, cuando asuma el nuevo gobierno y se encuentre con las mismas
inconsistencias que la Argentina padece al menos desde 2010 y que Macri
subestimó en 2015 por motivos muy similares, cuando pensó que el fin del
kirchnerismo significaría en sí mismo un aluvión de inversiones.
Es
una trampa que supera cualquier esfuerzo retórico: la estructura productiva del
país no alcanza a generar la cantidad de dólares que necesita para sostener el
gasto de una sociedad que cree merecer vivir mejor y, más aún, haber hecho ya
suficientes esfuerzos al respecto.
Eduardo
Duhalde deslizó algo de todo esto anteayer, durante el acto por la mención de
honor que el Senado le dio al ex ministro Horacio Jaunarena.
"Si
los argentinos seguimos peleando, esto termina muy mal", dijo el ex presidente,
que definió el actual escenario como peor que el de 2001:
No
solo existe mayor precariedad económica estructural, planteó, sino también
menos tolerancia callejera que entonces y escasos consensos para superarla.
La
referencia a aquel colapso interpela a quienes en el Frente de Todos pretenden
que la administración de Alberto Fernández emule la de Néstor Kirchner, entre
2003 y 2007.
Y
es muy similar a una comparación que Guillermo Moreno, ex funcionario de
Cristina Kirchner, hizo hace tres semanas en el programa que Daniel Tognetti
conduce en Radio del Plata.
Según
Moreno, dados los desequilibrios macroeconómicos, fiscal y externo, que tiene
la Argentina, el próximo presidente está destinado a la función más ingrata de
la política: la de volver a
equilibrar las cuentas.
El
rol de Remes Lenicov, no todavía el de Lavagna.
"Si
no trabaja de Duhalde no puede ser Kirchner", dijo sobre Alberto
Fernández.
"Si
el Tío Alberto es exitoso, todos los peronistas van a estar detrás de Alberto.
Pero
para ser exitoso tiene que ser Duhalde y mejor que Duhalde, porque no se tiene
que ir al año y medio; como Kirchner y mejor que Kirchner, porque tiene que ser
reelegido, y como Cristina y mejor que Cristina, porque después no tiene que
venir un gobierno oligárquico", agregó.
Estas
alegorías, que provienen de ámbitos muy lejanos a la ortodoxia económica y que
sitúan al presidente electo en una etapa anterior al gobierno de aquel a quien
reconoce como su maestro, coinciden en
realidad con una idea que comparten en voz baja industriales y colaboradores de
Alberto Fernández:
El
modo de devolverle a la economía cierta competitividad será, además de cambiar
el cálculo de las jubilaciones más altas, una nueva devaluación.
Rumbo
difícil de transitar y no exento de costos políticos que deberá atenuar o al
menos disimular.
Es
el sentido que los empresarios más optimistas respecto de lo que viene les
encuentran, por ejemplo, a las epopeyas que el presidente electo comparte en el
Grupo de Puebla, y que avalan una
convicción que él repetía en la intimidad en los inicios del kirchnerismo:
Los
proyectos son siempre más aceptables desde la izquierda.
"Es
así -coincidió ante este diario un ejecutivo español-.
Son
los gobiernos socialdemócratas los que encaran las reformas.
“Los
de derecha fracasan".
El PJ necesita
lo de siempre, resguardar su continuidad, y Cristina Kirchner, evitar
la cárcel:
Los
proyectos pueden coincidir en el tiempo, pero son distintos
Esta
suposición, atractiva y probada en política interna, puede sin embargo volverse
un mensaje confuso en política exterior.
Más
en el estado en que está Donald Trump, hipersensibilizado por dos obsesiones
del año próximo:
Su
impeachment y su reelección.
El
presidente republicano ha entrado en fase de ensimismamiento operativo:
Su
última decisión sobre los aranceles para el acero y el aluminio no contempló
siquiera los intereses de su mejor aliado regional, Jair Bolsonaro.
¿Está
la Argentina en condiciones de pelearse con la principal potencia del mundo si
pretende renegociar su acuerdo con el FMI y su deuda privada?
Alberto
Fernández deberá además lidiar desde el inicio de la gestión con un prejuicio:
Parte
de la diplomacia norteamericana desconfía de la relación que su socia, Cristina
Kirchner, cultivó en los últimos meses en Cuba.
El
otro punto sensible es el Mercosur.
Anteayer,
desde la reunión de líderes del bloque en Beto Gonçalves, el presidente
brasileño pareció enviarle una nueva advertencia:
"No
podemos perder más tiempo, necesitamos un Mercosur más eficiente, sin aceptar
retrocesos ideológicos".
Son
circunstancias que lo obligan a ser cuidadoso hasta en su universo de aliados.
Su primer test
al respecto como presidente, la reunión del Grupo de Puebla en Santiago, uno de
los epicentros de la brisa bolivariana, prevista para la semana próxima con su
participación, tuvo que ser cancelada.
"Comunicamos
que, debido a que en Chile no hay estabilidad política, hemos decidido
postergar la fecha del encuentro nacional del #GrupoDePuebla", publicó el
martes el foro en Twitter.
Estos
equilibrios serán necesarios para encaminar a la Argentina hacia una normalidad
económica sin la cual no hay proyecto político que aguante.
"Desde
el martes, ya en funciones, van a conocer a un Alberto más tranquilo, parecido
al de los años de Néstor", dijeron esta semana en el Frente de Todos a
empresarios inquietos por el tono y los conceptos con que Cristina Kirchner se
había defendido el lunes ante el tribunal oral. En el peronismo y en el Frente
Renovador confían en que una mejora pronta y palpable circunscriba a la ex
presidenta solo a los asuntos donde la imaginaron desde el principio, sus
causas judiciales. La han aceptado como jefa política, pero convencidos de que
no conspirará contra la estructura que le permitió regresar al poder.
El
PJ necesita lo de siempre, resguardar su continuidad, y Cristina Kirchner,
evitar la cárcel:
Los
proyectos pueden coincidir en el tiempo, pero son distintos.
El desafío de
Alberto Fernández es sobreponerse a esa otra fragilidad.
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