En
cuanto al propio De Vido, qué pasaría si algún fiscal mirara la fundación que
administraba su esposa y en donde los principales empresarios vinculados al
Estado hacían aportes.
Habría
que tener cuidado porque si alguien investigara esta entidad se encontraría con
cuestiones del pasado y del presente.
¿Quién
la manejaba?
¿Quién
cobraba los aportes?
¿Quiénes
aportaban?
Este
tipo de fragilidades revelan la importancia de los procedimientos.
Este es el problema
que afronta centralmente el Gobierno y principalmente Alberto Fernández, por
muchas razones.
Tal
vez la más importante es que hay una contradicción política muy difícil de
manejar y que, a medida que pasa el tiempo, queda más evidente.
Como
presidente peronista pretende despegarse y tomar distancia frente a lo que
fueron años de escandalosa corrupción.
Y,
¿cómo
lo hace?
Proponiendo
una gran agenda de saneamiento institucional que pretende superar a la de
Macri.
El problema es
que tiene al lado a alguien que es su vice, que espera que se demuestre que
todas las acusaciones de corrupción fueron una arbitrariedad.
Tal
vez por eso el lunes pasado Cristina Kirchner entró a Olivos a las 11 de la
mañana y se fue a las 3 de la tarde.
Cuatro
horas de discusión con Alberto Fernández y la ministra de Justicia Marcela
Losardo para que le expliquen cuál era la reforma judicial que estaban
pensando, que se había anunciado el día anterior en el Congreso y de la que
ella no sabía demasiado.
Esta cuestión no
solamente pone de manifiesto contradicciones dentro del oficialismo, sino que también saca a relucir un tema que
se tiene que resolver inminentemente, ligado a los juicios por corrupción, y
que es nada menos que la designación del Procurador General de la Nación.
Alberto
Fernández decidió que sea el juez federal Daniel Rafecas, y si el Gobierno
consiguiera los votos de los senadores Vega, Solari Quintana, Romero, Basualdo,
Crexell y Weretilneck podría lograrlo
sin necesidad de contar con el apoyo de la oposición.
El
Procurador General de la Nación va a tener o tendría, según lo que se conversa
en el seno del Gobierno, muchísimas facultades que hoy tiene la AFI (los
servicios de inteligencia), por lo que se estaría ante una cuestión mucho
mayor.
Porque el
Procurador General de la Nación es el que litiga frente a la Corte en
cuestiones de corrupción, y su
dictamen es crucial para el destino de todas estas causas y además va a tener
un enorme poder político porque se le van a transferir funciones de los
servicios de inteligencia.
Pero,
¿por qué Alberto Fernández insiste en ir para adelante con una agenda
institucional tan visible cuando, al mismo tiempo, él sabe que está
condicionado por la pretensión de Cristina Kirchner de que se cierren las
causas judiciales?
Una explicación
posible es que mientras no esté arreglado el tema de la deuda el Gobierno se
encuentra en pausa, atento a la figura de Martín Guzmán y a cómo este resuelve
ese problema.
¿Qué
quiere decir resolver el problema de la deuda?
Se
trata de solucionar un enorme desequilibrio de financiamiento.
La Argentina
tiene un gran problema de financiamiento y sin entender esto no se entiende
cuál es el conflicto con el campo.
Una
señal del problema es que el Banco Central, que tiene restricciones para
hacerle adelantos financieros al Tesoro, está llegando al tope permitido por la
ley. Es decir, una fuente de financiamiento del Tesoro, dado que no hay
desembolsos del Fondo Monetario Internacional ni del mercado, es el Central.
Pero está
tocando el límite.
Martín
Guzmán se estaría quedando también sin esos recursos.
Esto vuelve
mucho más importante la presión impositiva.
Por eso la suba
de retenciones, y también la discusión de la deuda.
Y
vuelve más importante la cuestión energética, porque si sumamos los subsidios a
la energía que el Gobierno está pagando el
año que viene tendría medio punto más de déficit primario, aun considerando
los ingresos del impuestazo de este año.
Quiere decir que
estamos ante un problema de financiamiento del Estado de primera magnitud.
En
este contexto se inscribe el problema de la deuda pública y la negociación de
Guzmán.
Alberto
Fernández giró en este tema, como en tantos otros, desde decir que él quería
una negociación amigable a la uruguaya, a
decir ahora que no le puede mostrar los números a los acreedores, a
aquellos a los que se les pide que resignen sus contratos y cobren menos y más
adelante, porque son jugadores de póker.
Pasamos de una
negociación híper amigable a una muy dura.
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