Por
Christian Sanz
Cuando
me siento mal anímicamente, sólo hay una cosa que me hace sentir bien.
Ese
algo es escuchar mi tema favorito: "Escuela solitaria", de Tommy
Shaw.
Esa
música va liberando de mi persona todas las broncas y angustias de mis fracasos
recurrentes.
Es
una hermosa costumbre que me invita a volar hacia lo más hondo de mí mismo.
Quienes
me conocen bien, saben que eso es así desde siempre.
Es
como un ritual que no dejo de hacer toda vez que necesito liberarme.
Desde
hace años y años.
Siempre
creí que mi vida estaba signada por esa canción.
Su
letra es tremendamente triste y, de alguna manera, me hace sentir identificado.
Habla
de un tipo que se fue de su casa y le dice a su mujer, luego de meditar acerca
de sus vidas, que se dio cuenta que estaba equivocado.
Le
confiesa que luego de partir de su hogar aprendió la lección en la soledad de
sus propios pensamientos.
De
ahí su título: "Escuela solitaria".
Toda
la canción gira alrededor del ruego de este hombre para volver a su hogar e intentar
convencer a su mujer de que finalmente ha cambiado.
Jamás
lo logra.
Yo
siento muchas veces que debo escapar de todos lados, que necesito una
experiencia similar.
Y
especulo con que a la mayoría de la gente le debe pasar lo mismo.
Es
como si uno necesitara encontrarse consigo mismo para poder entender las cosas
más obvias de la vida.
Parte
de esto me lo comencé a plantear luego de mi separación en el año 2000, después
de algunos abriles de matrimonio.
He
caminado durante horas en la más profunda soledad de la noche y he escapado de
los lugares más insólitos sólo para intentar entender algunas cosas sobre el
amor y la convivencia.
Desde
que me separé, nunca había escrito nada específico sobre el tema.
No
porque me costara asumirlo, sino porque siempre me ha costado entenderlo.
La
separación es un poco como la muerte.
Cuesta
entender que la persona a la que solíamos besar, abrazar y tener a nuestro lado
a diario ya no esté ahí.
Uno,
que estaba acostumbrado a encontrar la contención necesaria de cada derrota en
su media naranja, se encuentra con que de pronto está completamente solo. Con
una incómoda sensación de desamparo, imposible de abandonar.
Es
raro, pero luego de toda separación uno se vuelve un extraño para el otro.
De
golpe, toda esa confianza que existía entre dos personas se disuelve como si
nada hubiera existido antes.
Es
increíblemente abrupto.
Y
es algo que cuesta asumir.
Tal
vez porque siempre encontramos el recuerdo de lo todo lo que fue en ciertas
rutinas cotidianas que nos superan.
Algún
tema musical, o la imagen de algún objeto específico, o tantos libros
recordatorios o ciertas frases involuntarias, etc.
Uno
quisiera tener la capacidad de olvidar todo de una buena vez y para siempre.
Y
se dan sensaciones encontradas.
Por
un lado, el hecho de acordarnos de tantas bellas anécdotas nos gratifica y, por
el otro, nos genera tremendas e inevitables angustias.
Lo
peor de todo es que esos recuerdos son recurrentes.
Vienen
a joder cada tanto.
Y,
muchas veces, en los momentos menos oportunos.
Es
difícil hablar de la separación como algo genérico.
He
aprendido con el tiempo que, para cada persona, es algo muy personal.
Algunos
lo sufren eternamente mientras que otros lo olvidan a poco de sucederles.
A
mí, en lo personal, me ha costado tremendamente superarlo.
Y
realmente debo agradecer esa superación a cada una de las pocas personas que
estuvieron conmigo en la desesperación de mi amarga soledad de esos días (*).
Luego
de toda separación queda una especie de cicatriz imborrable, que nos acompañará
eternamente.
Es
una herida que solemos acariciar cuando necesitamos justificar nuestra tristeza
en días grises.
La
gran enseñanza de todo esto es que ningún recuerdo es malo.
Todo
es positivo en la medida que sepamos aprender de nuestros errores y vivamos a
futuro conscientes de no repetir pasados vicios.
Mientras
tanto, yo seguiré aprendiendo de mis aciertos y desaciertos.
Tratando
de ser lo más objetivo posible y meditando acerca de lo que quiero a futuro
para mi vida.
Sin
olvidarme de aquellos a los que realmente estimo y teniendo en claro que soy el
único hacedor de mi propio futuro.
Es
un largo camino, en el que sólo cada uno de nosotros puede lograr su propia
"graduación de enseñanza" sobre la vida.
Una
enseñanza que solamente puede ser comprendida en el total aislamiento de ese
particular lugar interior de cada uno: nuestra propia "escuela
solitaria".
(*)
A
la cabeza de mis agradecimientos se encuentra Eliana Toro, mi actual
compañera de aventuras, la mejor persona que conocía en toda mi vida.
Es
mi gran amor, con quien espero culminar lo que me resta en este duro sendero.
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