Un
trabajo de análisis del Departamento de Estado sobre la renovada violencia
política argentina, realizado el 16 de abril de 1975, evalúa que:
“La
violencia terrorista dirigida a socavar el gobierno del presidente Perón se ha
renovado en los dos últimos meses.
En
meses anteriores, la presión de las fuerzas de seguridad había dado lugar a una
reducción en la actividad de la guerrilla y fomentado la impresión, en parte
por la publicidad, que el gobierno de Perón fue ganando ventaja sobre el
terrorismo.
Eventos
posteriores han dejado claro sin embargo que los terroristas conservan su
capacidad para producir hechos de violencia, incluso en la provincia de
Córdoba, donde supuestamente habían sido derrotados”.
El
sábado 26 de abril se reunió la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical.
Todos los oradores trataron la cuestión de la violencia extremista.
El
jefe del bloque de senadores, Carlos Perette, llegó a revelar que en los
episodios de Ezeiza del 20 de junio de 1973 “hubo cuatrocientos muertos,
ochocientos heridos y un solo procesado.”
El
titular del bloque de diputados nacionales, Antonio Tróccoli hizo hincapié en
lo que denominó “la violencia protegida”.
Y
Balbín, sin nombrarlo, le respondió a los sectores afines al dirigente Raúl
Alfonsín:
“Para
los que dicen que somos blandos: el punto esencial de esa entrevista (la que
mantuvo con Isabel Perón el martes 15 de abril) fue la violencia, y ahí acusé
que había un sector del país que estaba cerca de la Casa de Gobierno, que está
ejerciendo una violencia protegida.”.
El
canciller Juan Alberto Vignes buscó acercar a Isabel Perón a los gobiernos
afines del Cono Sur.
En
abril de 1975 viajó a Santiago de Chile, donde entre el 9 y 11 tuvo oportunidad
de analizar cuestiones técnicas de la relación bilateral y cotejar con su
colega chileno “puntos de vista sobre determinados aspectos de la situación
internacional y, en particular, sobre temas que interesan especialmente a
América Latina.” (Comunicado conjunto del 11 de abril de 1975).
También
condecoró con la Orden del Libertador al canciller trasandino, almirante
Patricio Carvajal Prado, e invitó a Augusto Pinochet a realizar una visita a
Buenos Aires.
La visita se
concretó por espacio de seis horas el viernes 18 de abril, pero Pinochet
no salió de la base aérea de Morón.
De
todas maneras encontró la oportunidad para aconsejar a Isabel de Perón.
Lo
hizo durante un corto trayecto que recorrieron en automóvil y los testigos
fueron el Edecán Naval, otro acompañante y el chofer presidencial.
“Señora
-le dijo- para gobernar hay que ser duro: palo, palo y palo”.
En
Morón firmaron una declaración conjunta, en la que ambos países ratificaron sus
derechos sobre la Antártida; expresaron la mutua voluntad de mejorar las
condiciones del transporte por el estrecho de Magallanes; constituir empresas
binacionales; llegar a acuerdos por el gas y promocionar el turismo bilateral.
Para ser
sinceros, al margen de los dos mandatarios, en otros salones, conversaron los
especialistas en Inteligencia sobre la cuestión de la infiltración marxista en
ambos lados de la cordillera.
En
la Argentina operaban elementos del MIR (Movimiento de Izquierda
Revolucionaria) y, en Chile, el PRT-ERP auxiliaba a la extrema izquierda.
Como
era de esperar, la izquierda, en todos sus tonos, condenó la cumbre.
Además,
otros sectores se mostraron disconformes por el tratamiento que Vignes daba al
diferendo del Beagle.
Bastaba
con leer los artículos de la revista Estrategia dirigida por el general (RE)
Juan Enrique Guglialmeli.
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