Por
Carlos Mira
La Argentina
tiene el problema más serio del mundo.
Ningún
país podría encontrarse en su camino con una dificultad mayor.
Las
demás naciones pueden tener inconvenientes de distinta índole, pero ninguna de
ellas padece el nivel dilema que tienen los argentinos:
El país se
angustia por lo que prefiere.
No
hay drama mayor para una nación.
Vivir en
permanente frustración por lo que no son otra cosa que las consecuencias de sus
preferencias constituyen una encerrona de la cual es muy difícil salir.
La
Argentina no tiene un problema económico o social o político.
Tiene
un problema médico…
Un problema de
orden psicológico profundo que le impide resolver lo que no son otra cosa que
los efectos de esa causa madre.
Que
un país viva en conflicto por lo que son las consecuencias de sus preferencias
libres, constituye una dificultad de tal magnitud que, sinceramente, no sé si la cuestión tiene solución.
Pues
bien, ¿y cuál es esa maldita preferencia?, ¿qué es lo que los argentinos
secretamente prefieren y contra lo que luego se enojan cuando efectivamente esa
preferencia se materializa?
Esa preferencia
no es otra que la pobreza: Los argentinos prefieren la pobreza.
Por
supuesto no van a admitirlo a viva voz.
De
hecho viven enojados contra la pobreza.
O
al menos eso dicen.
Porque
lo que en realidad les ocurre en materia de “enojos” es algo bien distinto.
Si
uno analiza las corrientes que imperan consciente o inconscientemente en el
espíritu argentino verá que lo que mayoritariamente sobresale, lo que
culturalmente predomina, es una oposición a la riqueza.
En
efecto, el argentino está en guerra contra la riqueza.
La
corriente mayoritaria que emerge desde las entrañas más profundas de la cultura
nacional consiste en una resistencia impenetrable contra la riqueza, contra la
idea de ser rico.
El
Papa Francisco es quien mejor ha expresado la esencia de esa corriente con su
frase “la riqueza es el estiércol del diablo”.
Quizás
no haya un resumen más perfecto de la morfología social que distingue a los
argentinos que esas palabras de Bergoglio.
La riqueza es un
pecado.
Sin
embargo, en un retorcimiento que complica aún más el problema, es un
determinado tipo de riqueza y un determinado tipo de rico el que el argentino
desdeña y por el que siente un profundo asco.
La
riqueza que los argentinos repugnan es la que se produce como fruto del éxito
lícito.
Paralelamente
entonces al tipo de “rico” que el argentino odia es al que obtuvo su riqueza
por la vía del triunfo en la vida laboral legal.
Contrariamente,
no se observan condenas firmes contra los que, incluso obscenamente, pavonean la riqueza que hicieron como
consecuencia de actividades ilícitas, provengan ellas de la corrupción pública
(funcionarios ladrones, sindicalistas mafiosos) o de actividades delictivas
“privadas” como los narcotraficantes o los delincuentes comunes.
El
prototipo del argentino que es resistido socialmente (“resistido” viene de
“resentimiento”) es aquel que tuvo éxito material en la vida por la vía del
trabajo lícito.
Es
ése el que defeca el “estiércol” del diablo”.
Por
lo tanto, a ese personaje hay que bajarlo de donde está y, por supuesto, no es
un modelo a imitar o a emular sino un arquetipo al que envidiar, maldecir y
destruir.
Obviamente
la persecución y eventual destrucción de los que generan riqueza hace que no se
genere riqueza (es una perogrullada, pero en la Argentina parecería necesario
aclararlo) y al no generarse riqueza, se obtiene pobreza.
Parecería
que, siguiendo un silogismo normal, los argentinos deberían estar felices
porque finalmente consiguieron lo que buscaban: d
Derrotar la
riqueza, destruir al rico y materializar la pobreza (que, siguiendo, a su
vez, el razonamiento del Papa debería ser el estado de gracia más cristalino
del ser humano por ser el opuesto al “estiércol del diablo”).
Pero
no.
Cuando
llegan a lo que debería ser su éxtasis, estallan en queja y buscan a más ricos
a quienes ir a robarles lo que les queda por la vía de entronizar gobiernos que
expolian con impuestos confiscatorios la riqueza lícita generada por otros.
Parecería
que lo que los argentinos buscan, finalmente, es una pobreza tolerable
igualmente distribuida.
Es
decir, una pobreza “hasta ahí”, igual para todos.
(Excepto
para aquellos “ricos” a los cuales los argentinos no resisten –es decir, no
tienen “resentimiento” contra ellos- como los funcionarios corruptos -que dicen
que vienen a sacarle a unos lo que ganaron “injustamente” a costa de otros- los
sindicalistas mafiosos, los que “encontraron un curro o un yeite” -el típico
“vivo” argentino que “le encontró la vuelta”- u otros personajes del submundo
ilegal respecto de los cuales el argentino no muestra un nivel de ofensa
ostensible)
Como
se ve, la profundidad de la enfermedad sociológica del país es de tal dimensión
que las dudas sobre su verdadera solución son muy grandes.
El
nivel de deterioro mental masivo que sufre el país implica un retorcimiento tal
de los valores constructivos de la vida pacífica y progresista que uno duda
seriamente de que tal extravío tenga vuelta atrás.
El
enamoramiento del pobrismo ha llevado a la Argentina a ser una sociedad
completamente conflictuada, encerrada en una encrucijada de la que le será muy
difícil salir.
Vivir
en queja por las consecuencias que trae lo que se venera representa un problema
de una complejidad tal que las soluciones no vendrán de la aplicación de tal o
cual programa económico sino de un proceso de introspección que lleve a cada argentino
a darse cuenta del nivel de contradicción en el que vive.
Mientras
ese complejo severo no sea removido del alma argentina, el país no tendrá solución.
Nadie
vivirá mejor, venerando vivir peor.
Y
si se considera que vivir monacalmente es mejor que vivir en la abundancia, los
argentinos deberían renunciar a la abundancia y acostumbrarse a los límites
materiales de la vida monacal.
Ahora,
recurrir al delito, a la corrupción, al robo o al narcotráfico para producir
ilegalmente lo que se niegan a generar bajo el imperio de la ley no hará que el
país sea rico.
Lo
que probablemente surja (o, mejor dicho, se
consolide) es una nueva nobleza compuesta por mafiosos, funcionarios
corruptos, narcos amparados por el poder y revolucionarios de pacotilla que vivirán
como reyes.
Pero
los argentinos honrados se hundirán en la pobreza.
En
esa misma pobreza que su pontífice tanto les enseñó a reverenciar...
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