Por
Martín Polo
Las
cuentas públicas están en su peor momento.
Caída
en la recaudación y disparada del gasto derivaron en el mayor desequilibrio
fiscal en décadas que se financia en soledad con emisión monetaria.
Ya no alcanza
con lograr un acuerdo por la reestructuración de la deuda:
De no mediar
reformas estructurales, el desequilibrio fiscal se tronará insostenible.
Es
un monstruo grande y pisa fuerte.
Desde
hace tiempo que todas las miradas se concentran en la renegociación de la deuda
y parece haber conceso entre las partes en cuanto al ahorro de pago de
servicios de deuda por los próximos años.
Sin
embargo, la sostenibilidad no está asegurada en tanto y cuanto el Gobierno no
apunte a un programa de reformas que equilibre las cuentas públicas que este
año terminaría con uno de los peores resultados de nuestra rica historia de
insolvencia fiscal.
La
esperanza de lograr superávit primario se fue muy temprano.
Ni
bien asumió y habiendo recibido un
resultado primario casi equilibrado (0,4% del PIB), el Gobierno marcó la
cancha en que el equilibrio fiscal no iba a ser su prioridad en el corto plazo.
Más allá del
amague que una Ley de Emergencia que aumentó la presión impositiva e
interrumpió la movilidad jubilatoria, la política fiscal arrancaba con un alto
componente discrecional y expansivo.
Así
lo marcaron los números de los primeros dos meses del año (en ese entonces el
Covid-19 sólo era un cuento chino) en
los que el gasto primario se aceleró del 34% al 49% mientras que los
ingresos desaceleraron del 60% al 37%.
Así, por primera
vez en 4 años, la dinámica del gasto superaba a la de los ingresos.
La
aceleración del gasto la determinaron los subsidios y los salarios en tanto que
la moderación de los ingresos fue por la previsible desaceleración en los
ingresos por retenciones y menor ingreso de capital.
Esta
performance fiscal no era la mejor carta de presentación a la hora de encarar
un proceso de renegociación de deuda en la que el gobierno decidió hacerla sin
plan.
Empeoró en
marzo.
Como
sabemos, el Covid-19 se transformó en pandemia y con ella llegaron las
cuarentenas.
En
Argentina comenzó en la tercera semana de marzo y las consecuencias no se
hicieron esperar.
Con
apenas 10 días de ASPO, la actividad cayó 10% y las presiones para subir el
gasto aumentaron.
Así
fue y la tendencia del primer bimestre se consolidó en marzo:
Los ingresos
subieron 31% en tanto que el gasto primario lo hizo al 70%, de los cuales 10
puntos del alza lo explicó el gasto “extraordinario” por la pandemia
(excluyendo estas partidas, el gasto creció 63%).
Cerraba
así un primer trimestre con un déficit primario anualizado de 2,5% del PIB
(versus un superávit de 0,6% en los primeros tres meses de 2019).
El
peor de todos.
La
extensión del aislamiento obligatorio y las medidas adoptadas por el gobierno
para asistir a las empresas y a familias llevaron al peor resultado fiscal de
la historia.
Las cuentas
públicas fueron golpeadas por los dos lados:
El
derrumbe del nivel de actividad y la exención del pago de cargas tributarias
hizo que los ingresos marcaran un alza de 8% en tanto que el gasto primario,
impulsado por los ATP para empresas y el IFE para las familias, se disparó al 87%.
Sin
estas erogaciones especiales, el gasto primario creció al 50%.
Con
esta dinámica, el resultado primario del segundo trimestre marcó un déficit
primario anualizado de 12% del PIB, todo un récord.
Semestre en
rojo.
Así
las cosas, el primer semestre del año los ingresos crecieron 21% mientras que
el gasto primario lo hizo al 74% (50% sin los gastos extras) por lo que el
déficit primario se disparó hasta 3,6% del PIB (-7,2% anualizado), unos
$889.806 millones que sumando los intereses pagados (cayeron por efecto del
default desde abril) marcaron un déficit global de 4,8% del PIB o $1,187.535
millones.
Sin
otras fuentes de financiamiento, el gap fue cubierto enteramente con
transferencias del BCRA que generaron una fuerte expansión de la base
monetaria.
¿Cómo
sigue?
Si
bien la aceleración de la inflación y mejora de la actividad le darán aire a
los ingresos, con la extensión de la cuarentena y la demora en algunos
programas de asistencia el gasto continuará creciendo muy por encima de los
ingresos por lo que nos lleva a otro semestre de fuerte desequilibrio fiscal.
El año termina
con déficit primario de casi 7% del PIB y de 9% en el global.
En
otras palabras, el BCRA deberá transferir al menos otros $1.000.000 millones en
lo que resta del año.
Con este marco,
con reestructurar la deuda no alcanza.
Más
temprano que tarde el Gobierno deberá dar una señal clara y contundente de cómo
reencauzar las finanzas públicas, en un entorno político y social complejo.
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