“Vine
acá para terminar con los odiadores seriales”.
Eso,
exactamente eso, dijo el Presidente de la Nación en el acto virtual del Día de
la Independencia.
¿Quiénes
son los odiadores seriales?
¿A
quiénes se refiere el Presidente cuando se propone tan inmensa e imprecisa
tarea, tan enorme desafío?
¿Qué
tiene pensado hacer Alberto Fernández para terminar con los susodichos
“odiadores”?
Alberto
Fernández se esmeró ayer en volver a presentar una imagen de equilibrio y
moderación.
Rodeado
de gobernadores, empresarios y sindicalistas, sumó guiños a dirigentes de la
oposición.
Definió
a Horacio Rodríguez Larreta como su amigo y reforzó las señales que lo llevaron
a mostrarse en dulce diálogo presencial con dos intendentes recontra PRO, Jorge
Macri y Néstor Grindetti.
Lo
hizo casi sobre el final de una semana intensa en la que las crispaciones de la
política volvieron a encender todas los fuegos.
En este
escenario la frase de los odiadores mete ruido.
Apuntala
la idea de que Alberto Fernández habla a dos audiencias al mismo tiempo.
Su
discurso no solo no logró aplacar el creciente malestar que ayer se expresó en
las calles cuando miles de personas salieron a manifestar con consignas
diversas, superpuestas y legítimas, sino que alimentó la feroz pulseada que
mantiene en tensión a los extremos.
La
palabra “odiadores”, como sus sinónimos “odiantes” o del inglés “hater”, son
vocablos que refieren a los usuarios de internet que utilizan las redes
sociales para difamar, despreciar, descalificar u hostigar destructivamente a
personas.
La
expresión elegida por Alberto Fernández para apaciguar resulta muy poco ajustada
en una semana que estuvo signada por el revoleo de tweets absolutamente
agresivos y desafortunados de los que fue parte activa el mismísimo Presidente
tan afecto a retuitear.
Alberto
no explicó quienes, según su mirada, son aquellos con los que “hay que
terminar”, y abrió múltiples interpretaciones que solo suman recelo, inquietud
y desconfianza.
Quién
odia a quién y por qué, es una pregunta que demanda precisiones del
oficialismo para saber dónde estamos parados.
El
Jefe de Estado tiene que ser más concreto si lo que pretende es apaciguar los
espíritus desasosegados por tanto mensaje cruzado, y recuperar la credibilidad
que supo concentrar en el inicio de la pandemia y que fue auto limando con una
seguidilla de gestos destemplados y silencios cómplices que avalaron el
desatino de los extremos que animan al Frente que lo llevó al poder.
Si
repasamos las declaraciones de allegados al oficialismos de los últimos días
puede que encontremos algunas pistas.
Todas
conducen a colegir que mientras Alberto Fernández pretende reacomodar su
relación con los sectores más moderados, envía, al mismo tiempo, señales a los
que fogonean la confrontación desde los sectores más ultras del oficialismo.
Mayra
Mendoza, alineada con el kirchnerismo puro y duro, fue absolutamente explícita.
La
Intendente de Quilmes dijo que “el banderazo es antidemocrático y que esto “fue
parte de Macri, Vidal y Patricia Bullrich que promueven el odio constantemente
y buscan generar el caos en el país”.
Eduardo
Valdez también echa mano con frecuencia a la expresión un tanto más antigua que
la utilizada por Fernández.
El
diputado habla de "profetas del odio” y en general lo hace para encuadrar
a sectores de la oposición que plantean reparos frente a cuestiones puntuales,
o sea, que piensan diferente.
Esta
semana calificó de esa manera a los firmantes del comunicado que reclamaba el
pase a la Justicia Federal de la investigación del asesinato del acaudalado
secretario de CFK, Fabián Gutiérrez.
Una
pieza malhadada por lo inconsulta y acelerada, pero propia de un clima en el
que, como dice CFK, todo tiene que ver con todo.
Ni
hablar de otros tantos mediáticos de la política que se engolosinan masticando
discursos de odio en su forma más directa y brutal.
El
caso de la inefable Hebe, el verborrágico Luis D' Elía, pasando por los
Gregorio Dalbón y los Daddy Brieva que no se dan tregua a la hora de despachar
sus incontinencias.
El
regreso a la “conversación pública” de quienes se enriquecieron con vértigo
exponencial durante la gestión kirchnerista no ayuda en un momento que se
pretende olvidar los millones de dólares que en bienes y efectivo, se
escurrieron por los ductos de la corrupción.
El
móvil brutal asesinato de Gutiérrez remite a la pasional rapacidad que suele
generar el dinero ajeno cuando se acopió de manera fácil y se ostenta con tanta
impudicia como impunidad.
Tampoco
parece apaciguar los espíritus alterados por el encerrona física y la
dificultad económica, el regreso a casa de Lázaro Báez, otro exitosísimo
emprendedor de la década ganada que logró succionar de los dineros públicos una
inmensa fortuna que hizo propia.
Está
por verse si Alberto Fernandez podrá encarar sin sobresaltos la tarea que se
autoimpuso de descomprimir el odio que anida en los extremos justo en el
momento en que desde el Patria se trabaja denodadamente para traer a escena a
Mauricio Macri activando las causas espejo que lo complican.
Nada
ni nadie es más funcional a las estrategias que buscan la impunidad para los
actores de la corrupción K que el fantasma del ex Presidente fatigando los
pasillos de Comodoro Py.
La
seguidilla de causas que llevan a Macri a abandonar el aislamiento y el
silencio, son mucho más que útiles a quienes en el Frente de Todos ya están
pensando en el armado electoral para el medio término.
Con
el bueno de Mauricio obligado a posicionarse en una lista para tener fueros que
lo protejan de la andanada K, las posibilidades de los sectores moderados de
Juntos por el Cambio de sumar densidad política para construir un proyecto
alternativo se complican hasta lo imposible.
Lo
que se dice: matan a dos pájaros de un solo tiro.
No
son pocos los dirigentes cambiemitas que esperan a Mauricio Macri un gesto de
autocrítica y han puesto su liderazgo bajo cuestión. Una eventual candidatura
complica los planes del espacio. No esperan de él más que la humildad de
reconocerlo y dar un paso al costado o resignar para otros los primeros
lugares. Sueñan con un espacio macrista sin Mauricio.
El
ex presidente ya no toma decisiones solo.
Sus
máximos alfiles no le responden.
María
Eugenia Vidal ya no cree deberle nada a nadie.
Está
dispuesta a elegir cómo y para quién juega.
Casi
todos coinciden que el inesperado 41% que iluminó la noche de octubre en la que
Macri perdió el poder por 7 puntos no le pertenece y que debe abrir el paso a
otras generaciones más dispuestas al diálogo y la búsqueda de consensos.
Verlo
volver al ruedo para protegerse de la venganza plasmada en las causas que le
reavivan es una amenaza a cualquier proyecto de una construcción política
alternativa al oficialismo.
Obtura
de manera perversa a los que quieren volver a ejercer el poder después de la
oportunidad pavorosamente perdida.
No
la tiene fácil el Presidente si va por los “odiadores”.
Tendrá
que enfrentar a muchos de los suyos que no conocen otro método que el de la
confrontación.
Tendrá
que encontrar la manera de neutralizar el discurso odiante que curten con
brutal desparpajo tantos electrones no tan libres del planeta K.
Tendrá
que abandonar la postura impasible frente a las “ideas locas” de los que
librepensadores de su extremo pero por sobre todo tendrá que desarticular los
mecanismos de odio que se construyen desde laboratorios del Patria para diluir
las responsabilidades penales en el chiquero de la prácticas políticas de los
rivales.
Hay odiantes de
los dos lados y se retroalimentan entre sí.
¿Está
realmente dispuesto Alberto Fernández a encontrar más respaldo en los sectores
moderados de la oposición que en muchos de los suyos?
¿Logrará
sostener en entendimiento con Horacio Rodríguez Larreta y con los intendentes
que hoy lo acompañan cuando llegue el despiadado tiempo de la post pandemia?
¿Se
dejará acompañar o sacará a escena al otro Fernández, su lado B, el que
confronta, el que señala, el que divide?
“Si
se empieza a instalar un discurso de odio, hay que desarmarlo rápidamente,
porque si no sucede lo que pasó ayer:
“Se
agrede al que piensa distinto”, dijo este viernes el Jefe de Gabinete Santiago
Cafiero.
Apenas
un rato después el mismísimo vocero presidencial Juan Pablo Biondi subió desde
su cuenta personal un tweet incendiario.
“Mauricio
Macri, libres de vos y tu inutilidad que nos hubiera llevado a contar muertos
de a miles dentro del país fundido que dejaste.
Por
respeto a los argentinos que votaron hace menos de un año (Capaz que no te
acordás), silencio”.
Ambos se sientan
en la mesa chica, integran la burbuja de Alberto Fernández.
En
algo no están logrando ponerse de acuerdo.
Si
algo alimenta la venenosa caldera del odio es el uso destemplado de las
palabras.
Es
prudente que todos los que están tomando decisiones sobre nuestras vidas
aflojen con las redes. Les está haciendo mal tanta ligereza.
No
es tiempo para fanatismos.
No
hay espacio para las posturas radicalizadas de uno y otro extremo.
El problema que
desvela a los argentinos no pasa por la libertad personal de Mauricio Macri ni
por los desvelos judiciales de Cristina Kirchner y su parentela.
Es
tiempo de imponer el sentido común de los moderados.
La
salida hacia la reconstrucción se presenta extremadamente difícil y demanda una
búsqueda consensuada de los atajos.
El pavor frente
a una estampida inflacionaria, el desempleo, la pobreza y la inseguridad son las
urgentes preocupaciones de los millones de argentinos que a duras penas logran
hacer pie en la incertidumbre de este tiempo pandemial.
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