Por
Mónica Gutiérrez
Los
que no tenemos miedo alguno a volar.
Los
que subimos a un avión como quien sale a hacer running o a pasear un perro sin
registrar temblores de pánico ni sobresalto en alguno, reconocemos, no
obstante, una circunstancia como particularmente inquietante, que suele alterar
al mejor plantado:
La necesidad de
hacer tiempo en el aire.
Suele
ocurrir con cierta frecuencia que, cuando se está llegando al aeropuerto de
destino te mandan a sobrevolar a una zona de espera por falta de condiciones
para aterrizar y la máquina empieza a
dar vuelta en redondo aguardando pista.
Esa
sensación de estar suspendido a la espera de quién sabe qué es sencillamente aterradora.
En
estos días de pandemia, cuarentena eterna, interminables gestiones por la
deuda, y lo más desconcertante aún, de constantes idas y venidas presidenciales
sobre cuestiones de fondo, se recrea en el inconsciente de muchos esa temida
posibilidad.
La
idea de estar en el aire esperando llegar a algún sitio en tierra firme,
consumiendo de manera acelerada el combustible que nos queda.
El
miedo a que de buenas a primeras todo se venga a pique.
La palabra
“procrastinar” es trending topic en estos días.
Viene
del latín (procrastinare).
El
que procrastina pospone tareas importantes, posterga, dilata, deja para después,
la patea para adelante.
Psiquiatras,
psicólogos y profesionales de las más diversas especialidades se han dedicado a
estudiar que tienen en la cabeza los “procrastinadores seriales”. Casi todos
coinciden en que las personas que entran en estados de procrastinación crónica
lo hacen por aversión o sentimientos
negativos hacia la tarea que los requiere.
Por
eso definen la actitud procrastinadora como el encierro en un círculo vicioso
que brinda alivio en lo inmediato pero que profundiza la dificultad para salir.
A
la idea de que Alberto Fernández “se enamoró de la cuarentena”, con la que se
pretende explicar la eternidad del confinamiento, le sigue ahora la percepción de una suerte de conducta procrastinadora que desborda la
administración sanitarista de la pandemia y que hoy se extiende a casi todos los planos de la gestión.
Atribuir
esta dilación de casi todas las cuestiones de la administración del gobierno a
razones emocionales, de sesgo genético, de inseguridad personal o baja
autoestima sería un análisis demasiado estrecho considerando la gravedad de los
temas que se posponen y el CV del supuesto procastinador, alguien que, no solo
ha estado durante seis años ejecutando decisiones políticas tomadas por otros
en el más alto nivel, sino que además se
jacta de conocer como nadie la botonera del poder.
El Presidente
hace gala de su experiencia a la hora de
gestionar sino, y muy especialmente, de su capacidad para unificar lo
diverso.
Lo
expresa y lo promociona como uno de sus mayores activos políticos.
Administrar
diferencias, cohesionar, moderar, aglutinar sería lo suyo.
En las últimas
semanas es manifiesto que esta tarea se le está complicando.
Esto
admite una razón.
El mismo es una
de las partes que debe encastrar de manera aceitada para que el mecanismo
funciones y se pueda gobernar….
Y las piezas más
sensible de ese engranaje son solo dos.
Esto
lo obliga a repetir hasta el aburrimiento que todo lo conversa con CFK pero que
las decisiones finales le pertenecen en exclusividad.
El Presidente tiene razón cuando dice que la
gente está confundida.
Alberto
Fernández utilizó esta expresión para calificar el impulso que sacó a la calle
a la gente bandera en mano en plena pandemia el pasado 9 de Julio.
Lo que confunde
a la gente es la actitud presidencial, ir y venir sobre sus propias
convicciones y seguir sobrevolando las más urgentes de las cuestiones mientras
quemamos el tanque de reserva.
La
mirada más comprensiva y piadosa sobre la figura presidencial sugiere que sus
indefiniciones se corresponde con una
estrategia tendiente a suavizar las
implacables tensiones que combustionan en el interior de su fuerza política y
que el paso de la últimas semanas ha agravado hasta lo exasperante.
Para
quienes así piensan Alberto Fernández es un tiempista.
Está
regulando para aplanar la curva ideológica.
Para
otros tantos, el “hacer tiempo” del Jefe de Estado tiene que ver con la
necesidad que obtener el visto bueno de los sectores más radicalizados de la
coalición que gobierna y que se alinean en la vereda del Patria.
Alberto
Fernández ha dicho una y otra vez que
“no se va a pelear con Cristina nunca más.
Solo
alguien que está dispuesto a ceder puede garantizar el respeto a una premisa de
tan difícil cumplimiento.
Los intentos de
avanzar en una gestión para la post pandemia se estrellaron contra una cruda
realidad.
Por
fuera de las tareas de fortalecimiento del sistema y cuidado sanitario, todo lo
demás le está demandando enfrentar las irreconciliables diferencias que anidan
en el Frente.
A
la seguidilla de la pasada semana se sumó en la que hoy termina la embestida de
la designada embajadora en Rusia, Alicia Castro, quién cruzó vía Twitter a quién será su Jefe en el caso de que
efectivamente llegue a asumir, el Canciller Felipe Solá quien definió al
de Venezuela como un gobierno
autoritario en el que “hay una gran facilidad para meter presos políticos”
“Después
de las aclaraciones de @alferdez es llamativo que el Canciller siga machacando
contra Venezuela.
Sería
oportuno que se exprese contra la proscripción y condena de Correa en Ecuador,
el gobierno de facto de Bolivia que posterga la elecciones, la situación de
Chile y de Brasil”, tuiteó Castro.
La
ex sindicalista y dos veces embajadora en Venezuela y Reino Unido, fue
propuesta por CFK.
La
suerte que corra su pliego en el Senado será indicativa de quien está obligado
a ceder para sostener la tan pregonada amistad entre el Presidente y su Vice.
Para
enfrentar esta suspicacia de que la unidad en la diferencia lejos de sumar
paraliza, el Ejecutivo hizo saber este
viernes que la próxima semana anunciará 60 medidas “para un futuro más
definido”.
No
trascendieron detalles de lo que se anunciará.
No
estamos frente a un plan sino de medidas para “levantar una perilla y poner
todo esto en marcha”.
Un
anticipo que no contradice en absoluto las declaraciones de Fernández al Financial Times en las que
aseguró sin titubear que “francamente, no creo en los planes económicos”, y se
definió como “la persona más pragmática que existe”.
Eso
está fuera de toda discusión.
La
próxima semana viene con mucha tela para cortar.
Este
miércoles comienza el tratamiento de la moratoria impositiva.
Los
diputados se reunirán en sesión mixta (46 diputados y el Presidente de la
Cámara presenciales y el resto de manera virtual).
El
temita se las trae.
Desde
la oposición ven venir un caballo de Troya.
Si bien están
dispuestos a acompañar la iniciativa
piensan resistir los artículos que, no solo permiten el ingreso a las expendedoras de combustibles líquidos,
tragamonedas y juegos on line, sino que además, extienden el beneficio a empresas quebradas sin continuidad.
Pretenden
sumar alguna compensación o premio para los que pagaron e impedir que resulten beneficiarios los que siendo agentes de retención se
quedaron directamente con la plata de la AFIP.
Sería
la primera vez en la historia que ocurre algo así, aseguran.
Creen que la ley
es un traje a medida para el grupo que lidera Cristóbal López.
La presentación del proyecto de Reforma de la
Justicia también tiene a los opositores con la guardia en alto.
Se
teme que solo se avance con los cambios que favorezcan la delicadísima
situación procesal de la ex presidente.
Por
el momento nadie sabe de qué se trata pero temen que la “cajita feliz” incluya
alguna sorpresita indeseada.
Está
terminando julio y el virus no afloja,
crecen los casos y el sistema sanitario está cerca del límite, los datos de la
economía son alarmantes, la inseguridad explotó y la situación social se
complica dominada por la fatiga y la desesperación.
Así
nos encuentra agosto cuando se nos sigue diciendo que todavía el pico no llegó.
Desde
Juntos por el Cambio se evalúa que la situación del poder es muy compleja y que
más temprano que tarde Alberto Fernández
va a tener que decidir.
El
Presidente tiene que tomar decisiones y tiene que hacerlo en tiempo y forma,
esa es hoy su tarea y la postergación, cualesquiera sean las razones que la
disparan, tiene un altísimo costo político y económico.
Todos estamos
ansiosos por recuperar alguna certeza.
Queremos
tocar tierra, emerger de este limbo 2020, dejar cuanto de flotar en el vacío, salir de este modo “en
pausa” que no solo frena sino que, prolongado en el tiempo, destruye planes, emprendimientos y proyectos
personales de los que no viven solo pensando en surfear el presente.
¿Dónde
está el piloto?
son las preguntas de la hora.
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