Por:
Rubén Lasagno
Eduardo Duhalde
es un típico peronista:
Habla
por un micrófono y elude la justicia y la moral por otro lado.
Pero
él tiene varios récords logrados.
Siempre
estuvo metido en medio de los tsunamis políticos argentinos, como hacedor o
como colaborador, como pensador de la maquinaria política destituyen te desde
Alfonsín a la fecha o como actor primario en los deslaves de la política
nacional.
Ahora,
cuando en realidad debería estar ocupado en jugar con sus nietos, sacó del
bolsillo los fantasmas de las neo dictaduras y pateó el avispero, como si su
palabra fuera una sentencia seria y firme y un oráculo peronista que la
sociedad debe escuchar, después de ver y repasar la historia de un hombre que
fue el artífice del caos liminar que se batió sobre la Argentina, desde 1983 en
adelante.
Lo
peor, es que los periodistas que lo llaman para entrevistarlo, no se lo dicen
en la cara.
En
sintonía con el argumento de que en Latinoamérica hay un avance de “la derecha”
(como si él fuera de izquierda), Duhalde dijo que se viven tiempos donde los
golpes militares son una advertencia y para ello señaló que es necesaria la
“unidad y el consenso” (¿?).
“No
se puede seguir así, para que haya elecciones tienen que ser consensuadas y
borrar estas cosas que no sirven para nada que van por el camino opuesto de los
consensos y los acuerdos”, dijo y agregó “Argentina corre el riesgo porque
este es un desastre tan grande que no puede pasar nada bueno”.
Como
si no conociéramos “la capacidad dialoguista” de Duhalde, a lo largo de estos
últimos 40 años.
Entre gorilas y
corruptos
En
este país quien no está de acuerdo con la hegemonía peronista es “un gorila”
y también, quien está dentro del esquema
del partido de Perón, es caracterizado como un corrupto, contribuyente del caos
y la destrucción de la Argentina de los últimos 70 años.
Es
decir, es necesario elegir desde qué punto del universo político y social nos
ponemos para determinar si en el país binario propuesto y determinado por los
peronistas, o se está con ellos que en su concepción endogámica no existe nada
después “del movimiento” o se es un flácido argentino incompetente, que no
tiene posibilidad de sobrevivir sin la fuerza de la raza neofascista que nació
en la Argentina del 45.
El peronismo es
fundacionalmente un partido maniqueo.
En
él conviven el bien y el mal y son los que pontifican, sobre elevan el discurso
ejemplificador y moralista sobre sus adversarios políticos, exacerban las
críticas lógicas y después siembran el caos, corrompen las instituciones y destruyen
todo a buen ritmo y sin pausa.
El
kirchnerismo, como ala fundamentalista del Perón que Néstor y Cristina lo
llamaban “el viejo hijo de puta”, es un
ejemplo claro del numen que tiene el engendro.
Eduardo Duhalde
es una de las pocas piezas arcaicas que sobreviven a la ideología trucha de
este neo-peronismo al que se le pegan radicales como las moscas y se le despega
gran parte de la sociedad cada vez más decepcionados por los objetivos oscuros
que persigue.
Duhalde
fue el que durante el menemismo partió en dos o cuatro al Justicialismo, solo
por tironear del poder para quedarse con la mayor porción y de hecho por muchos
años fue el articulador interno del peronismo bonaerense que conducía a “los
barones” del conurbano.
Fue Duhalde el
cultor, articulador, ordenador y ejecutor ideológico de la salida de Raúl
Alfonsín y la caída del presidente Fernando de la Rúa, quien
irreconciliable con la inteligencia humana, fue construido por la propaganda
política y solo diciendo todo lo contrario a lo que iba a hacer, ganó el sillón
de Rivadavia (no fue el único: Macri y Alberto son sinónimos); luego de una
asonada callejera con 30 muertos potenciada desde los entretelones oscuros del
poder con el ex gobernador bonaerense a la cabeza, se fue en el helicóptero que
el propio Duhalde le había apostado en la terraza en casa de gobierno.
El
gobierno de Duhalde no se puede decir que haya sido “de lo mejorcito”.
Típico
gobierno peronista, afiebrado de discursos altisonantes y acciones
discrodantes, nadie olvida las frases antológicas como aquella que trataba de
darle tranquilidad a los que depositaban dólares de recibir dólares o la
muchachada aplaudiendo a rabiar ante el discurso de cesación de pago de
Rodriguez Saa.
Un desastre más,
que solo abonó a los negocios políticos, financieros y económicas del propio
Duhalde y sus amigos.
La
Argentina, como tantas veces, volvió a ser un botín.
En
el 2003 armó al candidato ficticio Néstor Kirchner, lo enfrentó a su
archienemigo Carlos Menem y propulsó a la presidencia a su elegido, con un
escaso 20% de aceptación en una sociedad cansada, incrédula y partida, que vio
en el estrábico sureño la posibilidad de escapar a la miseria y cofundó con su
voto una de las épocas más corrupta y de saqueos que hayamos vivido los
argentinos.
Duhalde
minimizó y subestimó al sureño, que cuando pudo afianzarse lo eyectó de su
entorno.
Cuando
Néstor Kirchner pateó a Duhalde del tablero y se apropió del país, el eterno
dirigente peronista se transformó en un enemigo íntimo y batalló en todos los
frentes junto a su esposa “Chiche”, contra el matrimonio santacruceño.
La
llegada de Cristina Fernández terminó por sepultar todo esfuerzo del bonaerense
por resurgir y solo tuvo una vuelta triunfal cuando Mauricio Macri asomó como
una opción desesperante ante los dislates del kirchnerismo.
En
el 2015 Duhalde trabajó a destajo para que su enemiga platense se fuera del
poder.
Apoyó
a todos y cambió su brújula a medida que las veletas políticas iban alineándose
tras la dueña del FPV.
Ganó
Macri y al poco tiempo Duhalde comenzó a recoger las velas para volver a darle
lugar al peronismo que cultiva su errática concepción del poder y nuevamente, apareció su veta golpista.
Y
desde las sombras socavó la gobernabilidad presidencial, aprobó el helicóptero
de cartón en la plaza y tomó la posta del peronismo acéfalo y sin
representación, para reinstalar, no solo al peronismo, sino su arcaica figura
llena de ideas vetustas y destitutivas; pero no pudo, aunque él no haya
evolucionado, la sociedad sí.
Y
Mauricio Macri terminó su mandato.
Por primera vez
un gobierno no peronista, llegó al final.
Un
gran éxito, dentro del fracaso, que no debería llamar la atención, pero llama
la atención porque enfrente, el
peronismo representa (históricamente)
el movimiento más antidemocrático
que ha tenido este país, inclusive por sobre los partidos de izquierda que
nunca tuvieron un papel determinante en la construcción de nuestra democracia.
El último acto
Y
la última obra de Eduardo Duhalde, fue abonar la vuelta del “peronismo” en
manos de Alberto Fernández y Cristina Fernández, cuando en realidad el
bonaerense sabía que jugaba para la vuelta del kirchnerismo más atroz y
vengativo.
Duhalde
lo hizo y no le tembló la mano, porque su concepto de país es el del caos
permanente y sabe que sus ideas traídas de la era cuaternaria de la política
argentina, aún tiene adeptos entre los que añoran la corrupción y muchos de los
que se soplan los pelos de la muñeca, para ver la hora.
Y
por estos días debemos aguantar las declaraciones paleontológicas de un hombre
que quiere tener protagonismo, en este caso para armar otro caos que le permita
barrer del tablero “al Alberto y la Cristina” y colarse tras algún otro, no
importa quien sea, porque a Duhalde no
le interesa la democracia ni el país y si hay un golpista agazapado entre los
argentinos, es él y sus ideas destituyentes.
Propia
de la génesis que lo marcó desde joven, donde la opción fue “peronismo o
militares”.
Claro,
Eduardo Duhalde todavía no despertó del sueño setentista que postergó a la
Argentina y género, como hoy, el paradigma del partido maniqueo, ese mismo que
en Ezeiza enfrentó la derecha y la izquierda intestina que se pelearon a muerte
por su propio líder y comenzaron a sumergir a la Argentina en la postergación y
la espiral continua del fracaso, de la cual no hemos salido hasta el presente y
no podemos avizorar ningún futuro.
(Agencia
OPI Santa Cruz)
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