Y ese es otro de los grandes problemas del kirchnerismo en sus distintas versiones:
La
dificultad para administrar la convivencia entre mayorías y minorías.
El
presente argentino además subraya ese desafío en la medida en que la mayoría,
el 52% de los argentinos, no votó al binomio Fernández - Kirchner.
La
idea de que el oficialismo gobierna y la oposición se mantiene en su rol es
cuestionable en Argentina:
Por
un lado, en este caso, por el peso de cada sector: un 41% de los votos es una
parte sustantiva de la sociedad, que debe ser escuchada.
Por
otro lado, porque las demandas estructurales insatisfechas durante tantas
décadas exigen un cambio de lógica en el que el punto de vista de la oposición
sea incorporado como dato en el presente.
Y
no patearlo hacia adelante para cuando arme un partido y gane las elecciones.
Las
mayorías son siempre temporarias.
Nada
bueno dura tanto: tampoco el poder.
Y
un país en marcha piensa el presente en función de un futuro sustentable:
Los
volantazos en las visiones del mundo no le convienen a nadie.
En
las sociedades con una paz social naturalizada, los cambios de gobierno se
perciben apenas en las diferencias marginales de sus políticas.
Difícilmente
se vivan con estrés por la gente de a pie.
La
vida ciudadana está volcada a otras cuestiones: no hay pérdida de energía
social en el correr agotador detrás de un futuro que se escapa de las manos.
La
velocidad en la escalada del dólar es la representación de ese horizonte de
bonanza que es escurre entre los dedos.
La
definición más inquietante de Alberto Fernández esta semana, en la entrevista
con Horacio Verbitsky, tuvo que ver con eso, con la utopía de la hegemonía
pero-kirchnerista.
Para
Fernández, su gobierno es "el último proyecto para que todos juntos no
permitamos que el conservadorismo vuelva a hacerse cargo de la Argentina nunca
más".
Es
decir, la negación, exclusión y borramiento de la mirada de un 41% de los
argentinos.
Pero
no de los dirigentes opositores sino de las ideas y visiones de la argentina
que la ciudadanía que integra ese 41%.
Esa
ilusión de excluir al otro distinto es otro de los grandes problemas
argentinos.
Hay
tolerancia de género al infinito.
De
religión. De origen.
Pero
la tolerancia hacia el que piensa políticamente distinto no encuentra su lugar
en la gramática política.
No
hay lenguaje inclusivo que integre a los que piensan distinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario