Carlos Mira
El gobierno de Cristina Fernández sigue haciendo méritos para congraciarse con las más férreas dictaduras de la Tierra y no dejar dudas acerca de con quién se encolumnar el país.
Como todo el
mundo sabe esa porción de océano, incluido principalmente el Mar Argentino, se
halla sometida a una intensa actividad pirata ilegal de buques mercantes chinos
que depredan los frutos de ese mar impunemente, llevándose esas riquezas y
depredando el futuro de ese recurso.
Brasil ha tenido algunos éxitos esporádicos de alerta debido a que posee una Armada funcional y operativa con cierto alcance tecnológico, pero la Argentina es solo un testigo mudo de cómo China se lleva sus riquezas sin poder hacer nada.
Brasil
y Uruguay rápidamente enviaron las autorizaciones de ingreso del Cutter Stone a
sus puertos, pero con la Argentina
enseguida comenzaron los inconvenientes.
Detrás
de una explicación evasiva se intentó sugerir el puerto de Mar del Plata para
que la nave pudiera atracar.
El punto es que
todo el mundo sospecha que la respuesta fue solo dilatoria y a sabiendas de que
dicho puerto no cuenta con la profundidad de dragado suficiente para que amarre
un buque de la envergadura del de la US Coast Guard.
Todo
indica que ese ofrecimiento fue hecho a propósito para poner a los
norteamericanos en el lugar de ser ellos los que desecharan la escala.
Lejos
de hacer esto, Washington solicitó autorización para amarrar en el puerto de
Buenos Aires.
La autorización
le fue denegada.
La decisión causó una profunda sorpresa en las autoridades consulares norteamericanas y en el Departamento de Estado y la consideraron una “profunda ofensa”, según confirmaron fuentes de Washington.
Es
más, algunas de esas fuentes entendieron que el gobierno argentino estaba
prefiriendo aliados “alternativos”
antes que una cooperación entre la Armada local y la Guardia Costera
norteamericana.
Por “aliados alternativos” algunos interpretan las coaliciones internas locales del kirchnerismo que deben rendir pleitesía a sus bases de izquierda antinorteamericana. Pero otros entienden que se refieren a priorizar la relación con China y no lastimar ese vínculo por la vía de una flota que expulse a los depredadores del mar.
Esta
interpretación es muy llamativa y grave.
Primero
porque resulta muy consistente con otras políticas conocidas del gobierno
kirchnerista (del actual y del que terminó su mandato en 2015) y segundo porque
confirmaría que el gobierno de la Sra.
Fernández podría tener intereses personales involucrados en la facilitación de
la Argentina como cabecera de playa China en América Latina.
Ya conocemos la entrega de la soberanía nacional que la Sra. Fernández hizo de lo que hasta ese momento era una porción del territorio de la provincia de Neuquén y ahora pertenece al Ejército Rojo de la República Popular China.
Todo
el mundo sabe que la Argentina no recibió prácticamente contraprestación alguna
por ese regalo salvo alguna visita “científica” a la base previamente
autorizada desde Beijing.
Se ignora si la
Sra. Fernández recibió alguna contraprestación personal.
Del mismo modo ahora, la intempestiva negativa a que el Cutter Stone amarre en un puerto argentino, se torna incomprensible cuando el objetivo de la misión era ayudar a la Armada nacional a ahuyentar a los piratas chinos del Mar Argentino, toda vez que, “para la tribuna”, el tema es recurrentemente expuesto como un “problema” que la pobreza argentina no puede enfrentar:
Si no podés
resolver la depredación del mar porque sos pobre y cuando te vienen a ayudar
preferís ponerte del lado de los que depredan, algo huele mal.
En
la administración Biden están completamente estupefactos.
Antes
de asumir, Biden habló telefónicamente con Alberto Fernández y, luego de la charla, el canciller argentino
salió a inventar un párrafo completo de la conversación que según el propio
presidente no existió.
Luego,
cuando el demócrata asumió, inauguraron las relaciones con la Argentina con un
esquizofrénico “saludo” de Felipe Solá en donde, con tono cócoro, el canciller le advertía al nuevo presidente podo
menos que no iba a tolerar una actitud divisionista como, a su juicio, había
desarrollado el gobierno de Trump.
A ese improperio diplomático le siguió la pretensión de que el nuevo presidente ejerza la influencia del voto de los EEUU en el Board del Fondo Monetario Internacional, para resolver la refinanciación de la deuda argentina con el organismo.
Y
ahora se le suma la ofensa de negar amarre a un buque estadounidense.
Resulta
increíble esta sucesión de hechos.
O,
más bien, increíble si uno no analiza el contexto.
Porque
si lo hace se irá dando cuenta cómo las fichas caen y se acomodan como si
fueran un rompecabezas resuelto.
No hay dudas de
que detrás de todo están las órdenes de la dueña del gobierno.
Y
la dueña del gobierno tiene dos causales para dar órdenes: Su resentimiento y su conveniencia material y estrictamente personal.
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