Carlos Mira
Alberto Fernández dio en el Congreso el discurso de un canalla.
Sólo
un canalla puede mentirle en la cara al pueblo como lo hizo el presidente.
Solo
un canalla puede decir que persigue la unidad cuando lo único que hace es
alentar un discurso de odio, divisor y de persecución a todos los que no
conformen la banda presidida por su jefa.
Solo un canalla
puede advertir que iniciará un embate contra un poder de la República diferente
e independiente del suyo, como es la Justicia.
Solo
un canalla puede anticipar que abrirá una investigación criminal por una deuda
que se tomó para pagar los desaguisados que dejó el gobierno de quien hoy le da
las órdenes como si fuera su lacayo.
Solo un canalla puede intentar justificar el escándalo de las vacunas contra el Covid 19 que fueron expropiadas para uso de la nomenklatura gobernante.
Solo un canalla
puede pintar como exitosa una gestión que dejó al país en los primeros puestos
mundiales en muertos por cada 100000 habitantes, con una de las economías que
más cayó en el mundo, con cientos de miles de empresas quebradas, con decenas
que tomaron la decisión de irse del país, como miles y miles de empleos
perdidos.
Solo
un canalla puede elevarse a un altar de impunidad cuando ha destacado como
ejemplar la gestión de un gobernador que ha montado verdaderos campos de
concentración en Formosa o que ha elogiado con los mismos calificativos a
dirigentes gremiales que les impiden trabajar a las empresas argentinas.
Solo
un canalla puede perseguir la impunidad de sus jefes pretendiendo manipular los
tribunales que van a juzgarlos.
Solo un canalla
puede ser tan obtuso frente a la Constitución.
Solo
un canalla puede tergiversar la realidad como si los que escucháramos fuéramos
idiotas que no sabemos lo que persiguen -que no es otra cosa que la riqueza que
producen otros, la impunidad para los que robaron y la venganza contra los que
no piensan como ellos-.
Alberto Fernández se ha superado a sí mismo en el terreno de la desvergüenza.
Ha
sumido al país en una pobreza alarmante, lo está convirtiendo en una gigantesca
villa miseria y no sólo no pide perdón sino que alardea de una gestión pavorosa
que está destruyendo literalmente a la Argentina.
Lo
único que se le ocurre, frente a cada variedad de problemas, es crear una
comisión con el nombre del problema, generando más gasto a cargo de los ya
fundidos bolsillos de los argentinos y más burocracia ineficiente y
acomodaticia que se disfraza de militante para robar más dinero público.
El
presidente miente descaradamente y se presenta como el gerente de una banda que
lo contrató para que le maneje sus problemas con la Justicia.
Hace
gala de su sectarismo, hablando del peronismo como si semejante cachivache
fuera el dueño del país.
En el capítulo de la deuda el presidente elevó su canallada a la enésima potencia.
El
gobierno de Macri (que nadie niega fracasó económicamente) tuvo que encargarse
de los muertos que le dejó la pésima gestión de su procesada antecesora que
hasta se dio el lujo de hacer experimentos en el ministerio de economía (tal
como Mengele experimentaba con humanos) poniendo a un burro al frente que
gestionó los peores acuerdos que la memoria económica del país recuerde, incluidos los de YPF y el Club de París,
cuyos efectos tuvo que pagar el gobierno de Cambiemos.
Tres
cuartas partes del préstamo del FMI fue utilizado para pagar deudas que Macri
heredó de la comandante de EL Calafate y el cuarto restante se utilizó para
financiar un déficit que el gobierno había achicado de las guasadas
kirchneristas, pero que aún no estaba equilibrado.
El presidente debería tener prohibido el uso de las palabras “coronavirus”, “pandemia”, “vacunas” y todo lo relacionado con una gestión horrible en materia de lo que el mundo ha vivido en 2020.
La Argentina
está entre los países con peores índices en todo lo que se refiere a la gestión
de la salud.
Y,
para rematar una actuación deplorable, el gobierno generó una casta de
privilegiados (todos perteneciente a su
propio ejército) cuando llegó el momento de la vacunación.
No
conforme con eso, frente a la indignación de la gente, el presidente salió,
ofuscado, a redoblar la apuesta y a casi sugerir que los argentinos le debían
pedir disculpas por organizar un festival en donde los suyos se colaron en la
fila.
Cuesta
encontrar un caradura mayor.
El kirchnerismo ha venido a cagarse en la Argentina.
Como
Cristina Fernández se cagó en todo y apareció en todo momento sin barbijo, como
desafiando las leyes aplicables al resto de los esclavos, ese movimiento
delincuencial disfrazado de partido político le ha dado un golpe de gracia a lo
que podían ser las últimas esperanzas del país.
Es
muy difícil que la Argentina deje atrás tanta desvergüenza y tanta inversión de
los valores que hacen grande a los países.
El
kirchnerismo vino a envilecer los cimientos más profundos del bien y a instalar
en su lugar los designios del mal.
El presidente es sólo una careta desfigurada, un compadrito mal habido y un gestor indigno.
No
hace otra cosa que empujar al país a un pasado vergonzoso.
Su
discurso de hoy no es más que una pieza más de una retórica que solo sirve para
confirmar la sospecha de que la Argentina no tiene remedio.
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