Carlos Mira
Todos conocen la inclinación “todista” del castrochavismo kirchnerista.
Ese berretín está presente siempre, incluso en las últimas elecciones presidenciales cuando ese conjunto de impresentables utilizó el nombre de Frente de “Todos” para ganar y volver al poder.
Una
parte importante de la sociedad sabe que se trata de un slogan de marketing
demagógico y populista que sólo sirve a los fines de conseguir los objetivos de
acceder al poder y conservarlo.
Pero
hagamos de cuenta por un momento que somos un conjunto de inocentes y que nos
ponemos a analizar fríamente el “todismo”.
¿Qué
hay detrás de él? ¿Qué se quiere decir cuando se lo enarbola y qué se persigue con su constante
repiqueteo? (Últimamente, incluso, con el tedioso agregado de “todos” y
“todas”).
Con un gran esfuerzo de desaprensión, digamos que la idea detrás de ese concepto (aplicado con éxito no solo en la Argentina sino en muchos países que caen presos del populismo) es que no se permitirá el progreso de algunos si no se da el progreso “de todos”.
Algo
así como “nadie podrá asomar la cabeza hasta que no la asomen todos”.
Este
parche, blandido sobre una sociedad sometida desde hace décadas a millones de
discursos resentidos que inflamaron la vena odiosa de la envidia, ha dado
resultado. O, al menos, ha producido los resultados electorales buscados por el
populismo fascista.
Hoy en día el mundo no admite el acceso al poder por la vía de aventuras militares o paramilitares: la comunidad internacional exige una validación “democrática” que provenga de la legitimidad del voto mayoritario.
Ese
mecanismo es una suerte de salvoconducto que los gobiernos deben exhibir para
que su legitimidad quede demostrada.
De
modo que los buscan llegar al poder para establecer verdaderos regímenes
autoritarios o directamente totalitarios deben, previamente, arbitrar los
medios que le aseguren el acceso al poder por la vía pacífica de las
elecciones.
Las
elecciones se ganan con masa electoral, de modo que la clave para todos estos
trasnochados acceda al gobierno estará dada por la capacidad que tengan para
conformar esa masa crítica de electores.
Naturalmente si esos electores llegaran al convencimiento de que su única posibilidad de tener acceso a lo mínimo indispensable para vivir proviene de lo que puedan darle los personeros del populismo, éstos habrán conseguido el preciado salvoconducto.
¿Cómo
se relaciona este análisis con la teoría del “todismo”?
Muy
sencillo. Si la idea es que nadie puede progresar hasta que no progresen
“todos”, simplemente no habrá progreso porque el progreso es desparejo por
definición.
Solo
una sociedad que ha sido bombardeada por décadas con mantras que dicen que es
efectivamente posible construir una trama social en donde los ingresos sean de
hecho iguales, puede creer que el progreso puede darse simultáneamente de modo
igual y parejo en toda la comunidad.
El
progreso es un proceso acumulativo que comienza por algunos y va sumando capas
geológicas como la bola de nieve suma capas de polvo por cada vuelta que da.
Si una imaginaria “ley de nieves” considerara socialmente injusto que unas capas de nieve se formen antes que otras y por lo tanto prohibiese su formación no habrá bola de nieve para nadie, ni para las que habrían sido las primeras capas ni para las que hubieran sido las últimas: la aspiración de que la bola se forme completa y de una sola vez para “todas” las capas hará que no haya “ninguna” capa.
¿Y
qué ocurre en estos regímenes cuando se verifica que nadie está progresando,
que no hay, directamente, “bola de nieve”?
Para estos regímenes es un éxito. Es lo que se comprobó la semana pasada con la publicación de los índices de pobreza: para el castrochavismo kirchnerista tener 42% de pobres y 6 de cada 10 chicos menores de 14 años en la pobreza es un éxito, no un fracaso. Ya pauperizaron medio país; ahora les falta la otra mitad. Ese ejército de votantes que no progresa se va convenciendo cada día más que su única posibilidad de subsistencia es la teta del Estado, en otras palabras, la dependencia de la nomenklatura kirchnerista.
Allí
está su salvoconducto para eternizarse en el poder.
El
populismo sabe que si no permite que algunos asomen la cabeza primero, nadie la
asomará. Y como precisamente eso es lo
que quiere, maliciosamente “vende” el verso igualitario de “habrá progreso para
todos o no habrá progreso para nadie” porque que nadie progrese es el
desideratum de su estrategia: si todos están hundidos, todos dependerán de
ellos.
Cuenta
un ex asesor económico de Hugo Chávez que cuando entrevió los problemas que se
avecinaban para la economía del país pidió una audiencia con el comandante y lo
fue a ver. Cuando le planteó sus temores, Chávez le respondió: “me parece que
usted no entendió lo que es la ‘revolución…’ Nosotros no podemos sacar a los
pobres de la pobreza porque los pobres son los que votan por nosotros… Entonces
nosotros tenemos que mantener a los pobres, pobres, pero “ilusionados…” Si
nosotros sacáramos a los pobres de la pobreza, ellos ya no nos precisarían y
dejarían de votar por nosotros”.
La mayor máquina de pobres es la prohibición del progreso. El progreso se prohíbe por la vía de impedirlo a algunos bajo el argumento de que debe ser para “todos”. El progreso como suceso único ocurrido para todos en el mismo instante, no existe.
Por
eso, cada vez que leamos “todos” en las proclamas kirchneristas tengamos el
buen tino de leer “ninguno”. Cuando escuchemos “no queremos un país para
algunos sino un país para todos” leamos “no queremos un país para nadie que no
seamos nosotros”.
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