Por James Neilson / Revista NOTICIAS
Que Néstor Kirchner y señora quisieran que el vicepresidente Julio Cobos regresara cuanto antes a su reducto andino puede entenderse.
Para quienes nunca han tolerado el menor atisbo de disenso en la servidumbre, tener que resignarse a convivir, aunque sólo fuera institucionalmente, con el jefe de facto de buena parte de la oposición, es una humillación diaria que les molesta muchísimo, de ahí sus frecuentes estallidos de ira.
Pero los Kirchner y sus laderos distan de ser los únicos que estén procurando desalojar a Cobos del lugar que ocupa.
Con la excepción previsible de los deseosos de encontrar un lugar privilegiado en el “proyecto” que se ha formado en torno al mendocino, casi todos los políticos del país quisieran privarlo de un puesto que tantos beneficios le ha dado, aunque por motivos que podrían calificarse de tácticos la mayoría es reacia a decirlo en público.
Lo mismo que los oficialistas, radicales orgánicos y peronistas disidentes ambiciosos, como el chubutense Mario Das Neves, insisten en que es reñido con la ética ser a un tiempo vicepresidente de un gobierno kirchnerista y referente de la oposición, que el hombre debería elegir entre los dos papeles así supuestos y que de todos modos hay que poner fin a la situación risiblemente anómala que se ha creado.
Mientras tanto, Cobos se defiende hablando de su “compromiso con la ciudadanía” que en el 2007 votó por él y Cristina y lamentando que “algunos dirigentes y funcionarios consideran que el único rol del vicepresidente es callar o renunciar”. O sea, sigue resistiéndose a abandonar el cargo.
Es lógico: si no fuera por él, Cobos jamás hubiera podido erigirse en la gran esperanza de la Argentina moderada.
El vicepresidente comprende muy bien que la indignación que sienten los Kirchner y los consejos amables de amigos radicales como el jujeño Gerardo Morales que también hacen gala de su apego a las formalidades, tienen mucho más que ver con intereses políticos que con cualquier prurito ético, razón por la que se resiste a prestar atención a sus planteos.
Desde su punto de vista, el problema es otro.
De mantenerse en sus trece, Cobos correrá el riesgo de que un buen día Néstor decida tirarle el Gobierno para entonces dedicarse a hacerle la vida imposible, lo que no necesariamente lo ayudaría a triunfar en las próximas elecciones presidenciales.
Por motivos evidentes, no es su intención complacer a sus adversarios y rivales con una renuncia prematura, pero es consciente de que no le convendría verse a cargo de un país agitado por una crisis institucional fenomenal y otra económica provocada por la incertidumbre.
Por lo demás, si lograra superar tales dificultades, tendría que conformarse con un solo período en el poder, lo que no sería grato en absoluto para alguien consciente de que aquí los presidentes suelen ser tomados por patos rengos cuando sólo les queden dos años antes de la fecha fijada para el fin de su mandato.
Si bien Cobos figura como vicepresidente, debe su popularidad a que para una proporción nada desdeñable de la ciudadanía, encarna una alternativa viable a los Kirchner.
A su manera, es el presidente soñado.
Aunque a esta altura es imposible averiguar lo que pasaba por la mente colectiva del electorado en octubre del 2007, es legítimo sospechar que quienes votaron por la fórmula ganadora imaginaban que como presidenta Cristina se asemejaría mucho más a su compañero coyuntural que a su marido, Néstor.
Desgraciadamente para la gestión de Cristina, los encantos de Cleto no resultaron suficientes como para seducirla.
En lugar de probar suerte con el estilo tranquilo, sensato y conciliador patentado por el vice, Cristina optó por exagerar las características menos atractivas que comparte con su cónyuge, de ahí la transformación repentina de su imagen de aquella de una mujer esclarecida que estaba resuelta a mejorar el estado penoso de las instituciones nacionales, en la de una vengadora altanera y rencorosa, obsesionada por fantasías ideológicas que estaban en boga en los años setenta del siglo pasado, que sólo pensaba en castigar a sus presuntos enemigos sin preocuparse del todo por las consecuencias.
Desde que los kirchneristas se encargaron de difundir un clima destituyente para intimidar a sus adversarios, el vice sabe que un buen día podría verse obligado a asumir el mando de un país convulsionado.
De alejarse Cobos de la vicepresidencia a tiempo para esquivar lo que para él sería una trampa acaso mortal, el próximo en la línea de sucesión presidencial sería el titular del Senado, el que por ahora es el peronista José Pampuro, seguido por su homólogo de la Cámara baja, Agustín Rossi, pero luego del 10 de diciembre podrían producirse novedades, de las que una, por extravagante que parezca, sería que Néstor Kirchner se las arreglara para reemplazar a Rossi, colocándose tercero en la cola.
Por supuesto que en tal caso la eventual renuncia de Cristina desataría un embrollo infernal, sobre todo si el senador para entonces presidenciable decidiera dar un paso al costado, ya que de intentar Néstor tomar las riendas estallaría de ira, buena parte del país.
En cierto modo, el escenario resultante se parecería al que se dio en 1973 cuando, luego de borrarse Héctor Cámpora, hizo mutis el presidente provisional del Senado, Alejandro Díaz Bialet, lo que dejó el país en manos del yerno del brujo José López Rega y coleccionista de corbatas Raúl Lastiri.
La gran diferencia sería que en aquel momento Juan Domingo Perón disfrutaba del apoyo de una mayoría infatuada, mientras que tal y como están las cosas, hoy en día a Néstor le costaría volver a ser elegido intendente de Río Gallegos. S
Según parece, el ex presidente apuesta a que el hundimiento del Grupo Clarín le permita recuperarse milagrosamente de lo que ha perdido a partir del 2007: es una ilusión equiparable con la que se apoderó de Carlos Menem cuando caminaba hacia la salida.
La ofensiva más reciente de los kirchneristas contra Cobos fue gatillada por su encuentro amable con Mauricio Macri, Francisco de Narváez y otros opositores.
Se supone que el propósito de la reunión fue enseñarles a los santacruceños cómo debería ser un diálogo civilizado, puesto que es perfectamente posible que la próxima campaña electoral sea un mano a mano entre Cobos y el jefe porteño. Asimismo, no puede sino preocupar a los Kirchner la capacidad de Cobos para congeniar no sólo con sus ex y futuros correligionarios radicales sino también con los líderes de la centro-derecha.
Bien manejado, el transversalismo así supuesto podría permitirle aumentar su caudal de votos.
Según las encuestas, Cobos sigue siendo el político más popular del país.
¿Lo es por sus cualidades personales o porque a la gente le encanta el espectáculo de un vicepresidente rebelde que cada tanto se las arregla para enfurecer a una pareja crónicamente irascible?
Para Cobos, se trata de un interrogante clave.
Si cree que su protagonismo se debe casi por completo a sus propias características, abandonar su cargo no le costaría mucho, ya que con un poco de esfuerzo podría seguir obligando a los Kirchner a atacarlo.
En cambio, si resulta que su imagen reluciente es consecuencia de que es el único miembro del gobierno kirchnerista que se anima a llamar la atención a sus discrepancias con Cristina y Néstor, al renunciar se convertiría en un político más del montón, uno que sería presa fácil de los buitres, de los que algunos llevan boinas blancas, que sobrevuelan la arena política nacional.
Para Cobos, habrá sido aleccionador lo que le sucedió a Roberto Lavagna luego de separarse de los Kirchner; por un rato, el ex ministro de Economía pudo desempeñar el papel de una alternativa respetable al régimen rústico establecido por los santacruceños, motivo por el que algunos radicales lo adoptaron, pero pronto descubrió que fuera del gobierno careció de poder de convocatoria.
Es que los radicales poseen un aparato extenso sin disponer de ningún dirigente presidenciable.
Cobos, como Lavagna en su momento, parece presidenciable, pero no cuenta con una base de sustentación organizada.
La UCR y Cobos, pues, se necesitan mutuamente, pero esto no quiere decir que les será sencillo alcanzar un arreglo.
Por ser cuestión de un partido viejo que tiene sus propias tradiciones y manías, muchos dirigentes de la UCR quieren que Cobos pague un precio elevado por su decisión de acompañar a Cristina en el 2007.
No les importa demasiado que si Cobos aceptara subordinarse a ellos con humildad excesiva se reducirían sus posibilidades de triunfar en las elecciones próximas.
La hostilidad que sienten se hizo evidente en las elecciones correntinas del domingo pasado en que el titular del comité nacional de la UCR, Gerardo Morales, respaldó a uno de los primos Colombi y Cobos a otro.
Morales ganó el primer round de aquel encuentro y espera rematar en el ballottage.
Si lo hace, muchos políticos entenderán que el carisma del vice no es lo bastante poderoso como para permitirle modificar el curso de los acontecimientos fuera de su propio feudo, lo que sería un revés no sólo para Cobos sino también para la UCR que, en vez de dedicarse a ayudar al precandidato que con toda probabilidad llevará los colores partidarios cuando se celebren las próximas elecciones presidenciales, parece estar más interesada en cortarle las piernas.
Por James Neilson, Periodista y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”
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