"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 19 de septiembre de 2009

Sí: los pajaritos se alejan y las flores caen, pero...

- Yo no soy tu cajero automático

IGNACIO RUIZ QUINTANO /Abc.es

Eso le decían el otro día en la puerta de la Casa Blanca al huero, chirle y hebén Obama los manifestantes a los que la corresponsal de «El País» tomó por nazis.

Nazis, ¿por qué?
Ni exigían aborto ni exigían eutanasia ni exigían la eliminación de los símbolos cristianos, que fueron, junto con el pleno empleo de los campos de trabajo, las «conquistas» más sonadas del nacional socialismo.
Esos manifestantes sólo pretendían hacerle ver a Obama que ellos no son... sus cajeros automáticos.

Víctimas, y no lo saben, de la paradoja de la tolerancia de Hume, los tolerantes devotos de Obama creen que oponerse a la política de Obama es de nazis.
La política de Obama consiste en transformar al ciudadano corriente en cajero automático del político de turno: vas por la calle, te pilla Obama, te introduce por la oreja el pin «reforma sanitaria» y te retira el dinero que lleves en el bolsillo.

Tú gritas, pero nadie te oye, porque los manolos del bombo del periodismo, que hoy son todo el periodismo, se encargan de tapar los gritos con sus ruidajeras.

La última, por ejemplo, la ruidajera de Harvard, esa Universidad que doctoró
«honoris causa» a Almodóvar, ex empleado de Telefónica y cineasta: "De no sacar adelante la «reforma sanitaria», vienen a decir en Harvard, cuarenta y cinco mil americanos -desde luego, más de los que se despachaban en los anales de Leganés- morirán cada año.
¿Cómo no conmoverse ante tamaña matanza?

En lo que vaciaba los cajeros automáticos de la gran nación americana, Obama, sin rubor, posó para su retratista, Pete Souza, en mangas de camisa y haciendo que trabajaba en su mesa del Despacho Oval -«la lucecita de El Pardo», ya se sabe- mientras su chiquilla Sasha se parapetaba detrás de un sofá en el afán de imitar a J. F. K. con su hijo John John en el camelo de Camelot, pero todo indica que esa chiquilla, si se parapetaba en el sofá, era porque había visto los planes defensivos de su papá, que, con los persas siempre de por medio, tanto lo aproximan a Carter, el manisero.

«Maní/ Maní/ Si te quieres por el pico divertir/ Cómete un cucuruchito de maní...» Y el manisero se va, el manisero se va, y se lleva su escudito (antimisiles) de maní. «Me voy/ Me voy».

Lo malo de Obama al tomar al ciudadano corriente por un cajero automático al modo como Descartes tomaba a los animales por máquinas («¡es una máquina!», tranquilizaba Descartes a Malebranche, que se dolía de los aullidos lastimeros de una perra preñada y apaleada) es que sus aduladores lo imitan.

En Madrid, Gallardón, para sufragar la kermese olímpica, ha abordado a los vecinos con una Tasa por Prestación del Servicio de Gestión de Residuos Urbanos digna de un emperador de la China.
El pin municipal para extraer los euros de los cajeros automáticos: «+ ecológico».

De los patriotas catalanes, ¿qué podemos decir? Su pin: «Som una nació».
Aunque, para pin, el de Zapatero, que esta semana ha soltado 263.550 euros a la «Associació Catalana per la Pau» -bien jamona ha de estar la tal Pau- «para fortalecimiento de la educación sexual y reproductiva en los campos de refugiados del Líbano», el país, ay, de los cedros. Pin zapateril: «Un pequeño esfuercín».

No nos extrañaría que Obama tapara el hueco de Churchill -retirar su retrato fue lo primero que hizo al entrar en el Despacho Oval- con un retrato de esa máquina de hacer parados que es el Mugabe de León.

Sloterdijk dice bien: después del psicoanálisis, el inconsciente ha dejado de servirnos como patria; después del arte moderno, tampoco nos vale la tradición; y después de la biología moderna, apenas puede hacerlo ya la «vida».

Nuestra única patria es el cajero automático.

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