Amigos:
¡ Ya llegó a la Argentina !
"Terminéstor Kirchner" avanza sobre las instituciones, incluido el Poder Ejecutivo de su esposa. La oposición que lo derrotó en junio, hoy no reacciona.
Por James Neilson
No se equivoca la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuando nos advierte que está en marcha un plan de desestabilización.
Desde que se hizo evidente que su propia gestión no sería tan balsámica como habían previsto aquellos optimistas irremediables que tomaron en serio sus palabras de campaña sobre la necesidad de mejorar las instituciones nacionales, una camarilla de conspiradores está socavando lo que todavía quedaba de ellas, vaciándolas de contenido, con el propósito de transformar la Argentina en lo que podríamos llamar una democracia trucha, un simulacro en que el Poder Legislativo y el Judicial parezcan funcionar como es debido pero en realidad se vean subordinados a la voluntad de una sola persona.
El conspirador en jefe es, cuándo no, el ciudadano privado Néstor Kirchner.
Aunque el ex presidente no desempeña ninguna función formal en el organigrama gubernamental, nadie ignora que es el gran mandamás nacional.
De él dependen por completo la política exterior del país, el manejo de la economía, la conformación del Gabinete y muchas, muchísimas cosas más.
Si un ministro no le gusta, lo echa sin miramientos.
Hay jueces que tiemblan cuando oyen hablar de él.
Los mandatarios provinciales tienen que ponerse de rodillas ante él para pedir limosnas que, con suerte, les permitirán llegar a fin de mes sin tener que enfrentar una rebelión de estatales.
Es dueño de la caja, o sea, de todo el dinero aportado por los contribuyentes, y está habituado a gastarlo a su antojo, con discrecionalidad absoluta.
Dispone de lo que en efecto son milicias privadas, equivalentes a su modo a las camisas coloradas de su amigo venezolano Hugo Chávez, cuyos líderes son personajes prepotentes como Hugo Moyano, Luis D’Elía y la jujeña Milagro Sala.
Para estupor de buena parte del país, todo hace pensar que Kirchner, con la anuencia de su mujer complaciente, se ha propuesto llevar a cabo una suerte de autogolpe con intenciones parecidas a las que motivaron al entonces presidente peruano Alberto Fujimori en abril de 1992, aunque por ser tan distintas las circunstancias, Kirchner tendrá que concretarlo poco a poco, en cámara lenta, no de manera fulminante.
A diferencia del “chino”, el santacruceño no es presidente sino una especie de príncipe consorte, pero parecería que en la Argentina actual rigen normas dinásticas y que el poder presidencial es un bien ganancial.
Por lo demás, hasta ahora cuando menos Néstor no ha tenido que clausurar el Congreso porque, al fin y al cabo, no es más que una escribanía que autoriza cualquier barbaridad que le envíe.
¿Cambiará esta situación grotesca el 10 de diciembre, cuando, después de una espera tan larga como exasperante, debería de empezar a sesionar el Congreso que fue producto de las elecciones del 28 de junio pasado?
Puede que no.
Con un poco de ingenio, Kirchner sería capaz de inventar un pretexto supuestamente legal para estirar los plazos.
Asimismo, a esta altura entenderá muy bien que abundan los legisladores presuntamente opositores, trátese de ideologizados pop y nac o de oportunistas necesitados de dinero o ciertos privilegios, que por motivos rebuscados estarán dispuestos a prestarle sus votos.
Es posible, pues, que el 10 de diciembre pase sin que, para alivio de la mayoría abrumadora de la ciudadanía, el todopoderoso príncipe Néstor se vea metamorfoseado en un sapo común.
Sea como fuere, al acercarse el Día D, la tensión va en aumento.
Consciente de los peligros que le acechan, Néstor ha ordenado –mediante instrucciones precisas o guiños, lo mismo da– a sus huestes emprender una ofensiva furibunda contra la multitud de enemigos que lo rodean.
Entre estos están los porteños, blancos de los ataques de piqueteros de distintos pelajes, de sindicalistas kirchneristas o antikirchneristas que le son funcionales, que se las han arreglado para hacer de la Capital Federal un aquelarre cotidiano.
También está en la mira la prensa independiente, la que, en opinión de los oficialistas más exaltados, no es nada más que una cohorte de dinosaurios resueltos a mantener sojuzgado al pueblo engañándolo con mensajes distorsionados para que se resigne a vivir en un mundo regenteado por capitalistas cínicos, imperialistas neoliberales y otras alimañas.
Para que los medios aprendan a respetar a los líderes populares, los muchachos de Moyano optaron por aprovechar una disputa sindical –desde el punto de vista del camionero, todo lo que se mueve sobre ruedas es suyo, suyo, suyo– para bloquear la distribución de los matutinos porteños Clarín y La Nación y, huelga decirlo, de Noticias.
Por fortuna, no lograron impedirla, pero las dificultades que provocaron fueron enormes.
Néstor, Hugo, Luis y compañía dan a entender que encarnan la voluntad popular y que por lo tanto tienen derecho a pisotear las normas de la falaz democracia burguesa.
Tamaña pretensión puede considerarse exagerada, ya que los tres se encuentran entre los dirigentes más desprestigiados del país, pero parecen haberse convencido de que sólo se trata de un error.
Como escribió en su poema “La solución” el comunista Bertolt Brecht luego de la rebelión en 1953 de los alemanes orientales contra el régimen también comunista de la “república democrática”:
“Después de la sublevación del 17 de Junio,/ La Secretaria de la Unión de Escritores/ Hizo repartir folletos en la Stalinallee/ Indicando que el pueblo/ Había perdido la confianza del gobierno/ Y podía ganarla de nuevo solamente/ Con esfuerzos redoblados. ¿No sería más simple/ En ese caso para el gobierno/ disolver el pueblo/ Y elegir otro?”.
Pues bien: Kirchner, repudiado de modo sonoro por el pueblo efectivamente existente incluso en su hipotético bastión del Gran Buenos Aires, decidió que la mejor manera de solucionar el problema así supuesto, consistiría en remplazarlo por otro pueblo a su juicio mejor, más popular, conformado por piqueteros y la clientela más pobre de los caciques del conurbano, o sea, por aquellos “negros” que Cristina, en un arranque sorprendente de racismo, dijo son víctimas de la pornografía social de los odiados medios de difusión.
¿Conviene al gobierno kirchnerista que desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego el país se haya visto cubierto de un clima “de crispación” pesado, que se multipliquen los paros salvajes que angustian a millones de personas y que los piqueteros hagan gala de su capacidad para actuar como un ejército de ocupación cortando toda ruta o calle que les parezcan adecuadamente neurálgicas?
De acuerdo con la lógica política normal, no le conviene para nada, ya que uno supondría que el Gobierno sería el más perjudicado por tales síntomas de desgobierno.
Pero puesto que las elecciones de junio, más la evaporación de su propia popularidad, han enseñado a Kirchner que de respetarse las formalidades democráticas no le correspondería otro destino que el de esperar la llegada de agentes policiales enviados por un juez deseoso de obligarlo a rendir cuentas por el crecimiento explosivo de su patrimonio, lo que realmente sucedió a los fondos de Santa Cruz y otros asuntos igualmente desagradables, el ex presidente y primer caballero, ha elegido cambiar de juego.
Apuesta a que en última instancia, la mayoría prefiera el orden, por autoritario que fuera, a la anarquía tal vez sanguinaria, razón por la que quiere brindar a sus compatriotas la oportunidad de elegir entre lo que los peronistas llaman “gobernabilidad” –es decir, él– o alguna de las fuerzas de la oposición fragmentada, ya sea la UCR, la Coalición Cívica-ARI de Elisa Carrió, el PRO o los peronistas disidentes.
En otras palabras, quiere subrayar la diferencia entre su propio don de mando y la debilidad al parecer congénita del amorfo aglomerado opositor.
En resumen, Kirchner cree que en vista de la virtual imposibilidad de que la ciudadanía se reconcilie con él y su mujer, no le cabe más opción que la de desprestigiar a todas las eventuales alternativas.
Eliminadas estas, lo único que quedaría en pie sería el kirchnerismo puro.
Así las cosas, podría parecerle realista a Néstor suponer que, de sentirse constreñida la mayoría a elegir entre la Guatemala conocida y la Guatepeor de las pesadillas de quienes temen que el país pronto degenere en una inmensa zona liberada, una proporción suficiente del electorado decidirá aferrarse al mal menor kirchnerista.
De ser así, nos aguardan semanas, meses y tal vez años de convulsiones sucesivas.
Ya que es del interés del “hombre fuerte” del Gobierno hacer creer que es el único que está en condiciones de gobernar la Argentina, le ha venido de perlas que a partir de su derrota en las elecciones legislativas, el panorama social se haya deteriorado de forma dramática y que a pesar del rebote acaso pasajero de la economía internacional aquí los problemas planteados por la inflación, la falta de inversiones, el caos sindical y la efervescencia piquetera se hayan agravado.
¿Lograrán los líderes opositores frenarlo a tiempo?
En teoría, deberían poder hacerlo, pero parecería que todos están tan desconcertados como el que más por los estragos que está provocando el caudillo patagónico que sólo atinan a protestar, de este modo haciendo todavía más bochornoso el clima de crispación que, a juzgar por lo que está haciendo, Néstor está resuelto a seguir calentando.
Revista Noticias
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