"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 21 de enero de 2010

Naturaleza y palabras...


Hay una tradición entre los trabajadores de los viveros que dice: a las plantas hay que hablarles, decirles palabras suaves, dulces, amorosas.

No hay una comprobación científica para dicha afirmación, pero muchas circunstancias y hechos ocurridos parecen confirmarla.

En mi temprana juventud, durante un tórrido verano, en épocas que los meses de verano eran de vacaciones, compartí con mi familia un descanso en una quinta en Moreno, conocido en esa época por su sequía, tan es así que se le recomendaba a los asmáticos, como la Córdoba chica.

Mi padre y otros parientes resolvieron a fines de diciembre plantar un cerco de ligustrina en dos costados de la finca, aproximadamente unos 120 m de plantación, contra la opinión de los entendidos que decían que se iban a secar y no prosperaría.

Casi todos nosotros ayudamos a plantarlos, los regábamos a la mañana y al atardecer, y le decíamos a las plantas que los íbamos a cuidar, que no se preocuparan y cantábamos durante el riego.
De hecho el ligustro progresó sin inconvenientes y parte de él, todavía existe en la quinta.

La naturaleza se nos brinda en todo su esplendor.
Está ahí, a nuestra disposición, creada por la divinidad y evolucionada durante millones de años para ser más adecuada y útil a nuestras necesidades.
Su vida se rige naturalmente y sus ciclos son eternos.
Pero los cataclismos pueden destruirla.
También puede destruirla la actividad humana.

En el grupo de los mamíferos, junto con su capacidad de abstracción, su inteligencia superior y su espíritu, el hombre se ha distinguido también por ser el gran depredador.
Su actividad es la mayor fuente de alteración de los ecosistemas y de los regímenes normales de la naturaleza.
Sus ensayos muchas veces nefastos, hacen estragos incalculables e irremediables.

Hemos aprendido el cuidado de la naturaleza, porque no hubo época ni generación que no haya tenido en su educación, ni en sus ciclos de enseñanza un ítem destinado a la protección de lo natural.

Más no hemos ejercido ese cuidado adecuadamente.
Hemos trasgredido las reglas, hemos pretendido cambiar los elementos. Quisimos enmendar la creación.

Muchas veces han sido actos de soberbia, de perversión, de ignorancia o de irresponsabilidad.

Muchas veces han sido irrecuperables.
Baste considerar la cantidad de especies animales y vegetales que han desaparecido por el accionar humano.

Y como en este mundo, nada se pierde, y todo se transforma, las palabras que emitimos quedan transformadas en sonidos a nuestro alrededor.

Y pueden ser palabras dulces, amigables, como ríspidas, rencorosas o despreocupadas.

Hablamos y hablamos, casi sin cesar, y casi sin pensar.

¿Qué decimos?

Hubo un santo que aconsejaba, antes de hablar piensa si lo que vas a decir es verdadero, luego piensa si es bueno, y por último piensa si será de utilidad para quien lo dirijas y para la sociedad.
Si no se cumplen esos tres requisitos, calla, no lo digas.

Si hacemos un ranking de las palabras emitidas en cualquier sociedad, las suaves, dulces, amigables y amorosas ocupan los últimos lugares en la cantidad de palabras emitidas.

El fenómeno es tal, que se ha transmitido a otras formas de sonido, en especial a la música, la música hoy en día es violenta, ríspida, casi imposible de escuchar por la dimensión de sus decibeles.

Amemos al hombre y a la naturaleza.
Mimemos al hombre y a la naturaleza.

Que nuestros actos sean bondadosos, amigables, solidarios y amables.

Y que nuestras palabras también lo sean...


Elías D. Galati

wolfie@speedy.com.ar

No hay comentarios: