Editorial I - LA NACION 12/12/2010
La actitud del Gobierno frente al conflicto en Soldati, entre otros ejemplos, indica que el espíritu sectario no ha cambiado
ES bastante evidente que, tras la muerte de Néstor Kirchner, el oficialismo está procurando despejar la escena pública de la agresividad con que él mismo la fue cargando desde 2003. Pero distintas decisiones del Poder Ejecutivo Nacional, como la deserción del Estado frente al conflicto suscitado en Villa Soldati, indican lo contrario.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner retomó las relaciones con la dirigencia industrial y asistió a una conferencia de la UIA. Sus reacciones fueron muy sobrias frente a los contenidos, muy poco enaltecedores, de los cables diplomáticos de los Estados Unidos que se filtraron a un sitio de Internet. La propensión a la intolerancia de la administración fue siempre tan marcada, que hasta llamó la atención que la jefa del Estado saludara a un par de opositores políticos durante una ceremonia organizada por YPF.
Estas conductas constituyen una novedad. Pero es necesario determinar cuál es la profundidad del cambio. ¿Estamos ante un nuevo estilo para la administración del poder o sólo frente a una mejora en los modales?
Cuando se analizan algunas disposiciones estratégicas de la política oficial, los resultados pueden ser menos alentadores. La más relevante atañe a una cuestión tan sensible como es la seguridad de la población.
Hasta la tarde de ayer, cuando dispuso la movilización de la Gendarmería, el Gobierno resolvió retirar de la escena a las fuerzas federales en las violentas intrusiones sobre el espacio público en Villa Soldati. El argumento fue descargar en la administración de la ciudad de Buenos Aires y su incipiente fuerza de seguridad la misión de garantizar la vida de las personas y la tranquilidad del lugar.
Aun cuando se considerara que la Policía Federal carece de responsabilidades en un distrito donde tiene radicada la mayor parte de su personal y sus recursos, no existen antecedentes de que el Estado nacional desista de auxiliar a una jurisdicción ante un caso grave de alteración del orden. Basta recordar que el actual jefe de Gabinete, en momentos en que ejercía como ministro del Interior de Néstor Kirchner, no dudó un minuto en destacar a personal de la Gendarmería para custodiar la vivienda particular de la familia presidencial en Río Gallegos, durante una protesta sindical. En Soldati hubo que esperar 72 horas y lamentar dos muertes más.
Otra resolución relevante de la Presidenta que desmiente el cambio de temperamento que indicarían algunos ademanes se relaciona con el manejo de los recursos del Estado. El kirchnerismo decidió no negociar la redacción del presupuesto nacional, aun cuando desde hace un año está en minoría en la Cámara de Diputados. Sin esa negociación, es imposible que se trate esa ley, que ni siquiera fue incluida en el temario de las sesiones extraordinarias del Congreso por el Poder Ejecutivo.
El oficialismo defendió en el Senado dos dispositivos cesaristas: la actual composición del Consejo de la Magistratura, que favorece el intervencionismo del Poder Ejecutivo en la Justicia, y la posibilidad de emitir decretos de necesidad y urgencia con mínimas restricciones, que usurpa facultades parlamentarias. También logró que no se trate una restricción a los denominados "superpoderes".
La vocación de la Presidenta por manejar los recursos del Estado sin control parlamentario revela un desdén por el acuerdo político frente al cual todo gesto de cordialidad es trivial.
Es de lamentar que haya en estos días muchas otras manifestaciones de esa tendencia autocrática. Una de ellas es la decisión de la señora de Kirchner de seguir alimentando con recursos de los contribuyentes una red de empresas que no llegan a disimular, detrás de un formato de dudoso periodismo, una verdadera maquinaria de difamación de la dirigencia opositora y la prensa independiente.
La manipulación estadística es otro indicio de que la Presidenta y sus colaboradores no renuncian a construir una realidad aparte. El Gobierno parece haber reconocido esta desviación recurriendo a la asistencia técnica del FMI para confeccionar un índice de precios. Pero, al mismo tiempo, resuelve ignorar las correcciones propuestas al Indce por un conjunto de universidades nacionales.
Si el país estuviera ante esa nueva aurora de tolerancia y pluralismo que parecen insinuar algunos gestos presidenciales, el Gobierno no pondría ningún empeño en manipular la vida interna de la oposición. El mismo impulso conduce al Poder Ejecutivo a trabajar con nuevos bríos por la división de la Comisión de Enlace agropecuaria, o a presionar a los socios de la Asociación de Empresas Argentinas para que abandonen esa institución o promover la división en su seno.
Estas conductas desnudan la apuesta a obtener poder a través del conflicto y la fobia por cualquier ejercicio de diálogo o negociación. Revelan una concepción completa de la vida en común. Suponen que el otro, por el sólo hecho de ser otro, de sentir y pensar distinto, no debe ser convencido ni respetado, sino doblegado. Esta visión se asienta en una creencia que renuncia de antemano a cualquier perspectiva pluralista: la convicción de que sólo las propias ideas, los propios intereses, los propios éxitos merecen un lugar en la esfera pública.
Detectar este espíritu sectario y faccioso es indispensable para que el reino de las apariencias no se termine confundiendo con el de la realidad. Para darnos cuenta de que lo que ha cambiado son las formas y no el fondo.
En definitiva, para que el maquillaje no oculte la esencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario