"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 24 de mayo de 2011

La gangrena

Un muerto sin sepultura gobierna nominalmente España.
¿Quién manda de verdad?
Es difícil decirlo

GABRIEL ALBIAC / ABC.es

LO muerto atrapa a lo vivo, reza el apotegma francés: le mort saisit le vif.
Es lo que hoy experimenta España tras el mazazo de las urnas.
Todo ha cambiado.
Empezando por una suma total de abstención y voto en blanco que nadie en su sano juicio debería pasar en silencio, porque es el síntoma de un enojo muy profundo que apenas ha comenzado a esbozar su trayecto.

Siguiendo por el estupor que a cualquier analista produce la fosilización de un delirante en la presidencia del gobierno:
Zapatero estaba muerto desde muchos meses antes de las elecciones, y el ejercicio del poder ejecutivo real pasó automáticamente entonces al último superviviente de los gobiernos GAL, Alfredo Pérez Rubalcaba. 

Se mantuvo la ficción, sin embargo, hasta unas semanas antes de la convocatoria electoral.
Desde entonces, un muerto sin sepultura gobierna nominalmente España.
¿Quién manda de verdad?

Es difícil decirlo. Puede ser que nadie.
Si es así, lo de verdad enigmático es que ni dentro ni fuera de su partido haya quien mueva ficha para enviar bondadosamente a una casa de salud al presidente.
Bien fuere mediante designación por el Partido Socialista de un provisional sustituto menos deteriorado para proceder lo antes posible al recambio electoral...
Bien mediante el acuerdo mínimo de salvación que permitiese al resto de los partidos parlamentarios consensuar una moción de censura que, más que objetivo político, fuera hilo al cual agarrarse antes de que todo el edificio se venga abajo.

No hay demasiado tiempo.
Todo se está pudriendo con velocidad de vértigo.
Es lógico que así suceda.
Son los extraños acontecimientos que inevitablemente se desencadenan en las enfermas coyunturas descritas por Antonio Gramsci:
"Cuando lo viejo no acaba de morir ni lo nuevo de nacer, el sendero de lo peor queda expedito"

Lo sucedido en el País Vasco es primer síntoma.
Se podía haber legalizado a Bildu. O haberla ilegalizado.
Dentro de la monótona normalidad con la cual se hacen esas cosas en países cuyas leyes se cumplen.

El cruce de sables entre el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional (con durísima batalla entre partidos como último telón de fondo) era la peor de todas las opciones.
Bildu ganaba por partida doble.
La legalización es lo de menos.
Lo esencial es haber hecho saltar por los aires la normalidad que define las funciones propias y nunca amalgamables entre un órgano jurisdiccional inapelable (el Supremo) y el órgano político encargado de velar por la Constitución (el Tribunal Constitucional)
Después de aquello Bildu no tenía más que exhibirse como motor de la voladura constitucional que ese conflicto entre poderes manifestaba.
Y revestirse con la épica de quien ha burlado las trampas de un enemigo que ni siquiera defiende sus leyes.

El efecto de arrastre irracional que ese «victimismo heroico» arrastra ante su clientela era tan previsible cuanto letal.
No hay mejor campaña para un nacionalista.

Sólo un gran pacto de Estado podría poner dique, de aquí a las elecciones generales, al desmoronamiento económico y social.

Un nuevo marco legal es necesario, antes que en las Vascongadas y en Cataluña haya sido cruzada la raya sin retorno.

Temo que sea demasiado tarde.

El tiempo ya sólo juega a favor de la podredumbre.

Quien se abraza a un cadáver, perece en su gangrena...

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