Quizá cambiaron unas parcas palabras olvidadas.
No recordaba de él sino una cosa: el dorso de la oscura mano izquierda cruzado de zarpazos.
En la estancia cada uno cumplía su destino:
Éste era domador, tropero el otro,
Aquél tiraba como nadie el lazo
y Simón Carvajal era el tigrero.
Si un tigre depredaba las majadas o lo oían bramar en la tiniebla,
Carvajal lo rastreaba por el monte.
Iba con el cuchillo y con los perros.
Al fin daba con él en la espesura.
Azuzaba a los perros.
La amarilla fiera se abalanzaba sobre el hombre
que agitaba en el brazo izquierdo el poncho,
que era escudo y señuelo.
El blanco vientre quedaba expuesto.
El animal sentía que el acero le entraba hasta la muerte.
El duelo era fatal y era infinito.
Siempre estaba matando al mismo tigre inmortal.
No te asombre demasiado su destino.
Es el tuyo y es el mío,
Salvo que nuestro tigre tiene formas que cambian sin parar.
Se llama el odio, el amor, el azar...
Cada momento.
Jorge Luis Borges
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Taller de Literatura -
Recreación del poema de Jorge L. Borges
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A la luz del cigarro recien elaborado, en cada pitada refleja los surcos de las manos,
surcos obscuros, profundos como huellas de arado oxidado.
Un rostro apergaminado donde brillan como dos cobres incadescentes sus ojos negros.
Es que cuando relampaguen en la noche,
el negro se hace fuego, como el tabaco, como el bracero...
Simon esta tranquilo hechado sobre un respaldo de madera de quebracho.
Abajo el banco con un cuero de yaguarete protegiendo el tronco.
El cuerpo elástico agazapado en actitud de espera... aparenta calma y lejanía.
Esa quietud va a resolverse en vértigo y en remolino
El aroma del humo del bracero con resina de vigual y de hojas secas más el aroma del tabaco
producen una sensacion de vaguedad y de infinito.
Es como que lejanas estrellas transnochadas vigilan atentas los espirales del humo.
La habitación está en silencio.
...
Y entra ella como una ráfaga de luz y de futuro.
Las negras trenzas brillando en la humareda.
La piel fresca y humeda, bronceada.
Un brillo de soles nuevos retumban en la habitacion bordeando la penumbra...
Es apenas un chispazo, y la boca hermética y rígida por una mueca silenciosa
se extiende luminosa en una sonrisa transparente.
Y el hombre más temido por el tigre... deja su puñal sobre la mesa
Abandona su poncho sobre el asiento e irguiéndose pausadamente
extiende su brazo a la cintura de su china.
Ella sabiéndose su reina, acerca su rostro debajo de sus ojos.
Y la mirada furtiva, urgente, planetaria
Se queda alli cautiva y suplicante.
Todos tenemos nuestra fiera dominante.
Todos nos dejamos morir de una manera...
Afuera debajo de la luna
Los perros silenciosos protegen la manada.
Mara Fernández
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