"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Anarcocapitalismo


Por Justo J. Watson (*)

Durante una reunión cumbre del G-20 en Europa hace pocos días, nuestra presidente cedió una vez más a su vocación maestril amonestando a sus pares por lo que ella consideró como anarcocapitalismo, supuestamente aplicado al mundo en la actualidad por los países más desarrollados.

La respuesta no tardó en llegar desde la pluma de un perspicaz y conocido periodista argentino, quien sugirió que lo que la Sra. de Kirchner tal vez había querido recomendarles era nuestro propio modelo, sintética y crudamente desnudado en dicha nota y que con toda propiedad podría patentarse como… anarcodirigismo.

Como de costumbre, el origen de los desastres sociales no se encuentra aquí tanto en la maldad cuanto en la ignorancia. No sólo la obvia -por conocida- de nuestra presidente y la de casi todos nuestros políticos, cuanto la del resto del funcionariado dirigista de la burocracia mundial.

Ignorancia que difunden amplificada, aportando a la ya enorme confusión ideológica y utilitaria de sus sufridas poblaciones. Mayorías numéricas cuyo único pecado es errar -inducidas por esa misma y difundida confusión ignorante- en la designación de los líderes que deberían enriquecerlas, lanzándolas a un futuro de abundancia sin más pérdida de tiempo.

Aportando un grano de arena contrario populus sensu podemos empezar recordando, en desagravio a la verdad, que el anarcocapitalismo, también llamado capitalismo liberal libertario o libertarianismo de sociedad abierta y libre mercado es en realidad el único sistema no discriminatorio de cooperación social plenamente compatible con la naturaleza del ser humano.

Constituye la vanguardia evolutiva de la ciencia económica en este siglo y también un extraordinario retorno al contenido moral de la “cosa pública” así como el más poderoso sistema descubierto bloqueador del parasitismo oportunista, de los monopolios y de la corrupción desmoralizante con sus imparables

secuelas de enriquecimientos ilícitos. Se trata, claro, de un camino que termina en la abolición del Estado tal como lo conocemos por caro, innecesario y peligroso.

Plantea un sistema de fuertes respetos dentro de la ley, que protejan la vida, las decisiones personalísimas y la propiedad.

Un camino de cooperación voluntaria, sentido común, optimismo y -sobre todo- confianza en la mil veces demostrada capacidad humana para superarse sorteando las más desafiantes situaciones.

¿Por qué no habríamos de confiar en nuestra propia gente? ¿En los acuerdos personales libremente pactados y aún en las redes inter comunitarias de acuerdos de segundo y tercer grado para resolver nuestras necesidades? ¿En la solidaridad natural inteligente y en el deseo mayoritario de vivir en una sociedad verdaderamente libre, tolerante, integrada, no violenta, rica, justa, amigable con el ambiente y segura para todos?

Con sentido común, porque si en verdad creyéramos que lo que prevalece es la maldad humana ¿Cómo es que por propia voluntad votamos para elevar a esos mismos y ruines seres al comando de una maquinaria artillada de opresión, tan grande y discrecional como es el Estado? ¡Una institución “amiguista” que rompe o interfiere, por definición, con el poderoso freno auto equilibrante de la libre competencia!

La infraestructura, la seguridad, la defensa, la salud, la educación el bienestar general y la justicia evolucionadas, opinan los libertarios, pasan (mucho más y mejor) por otro lado.

Cuando el Estado declara público (o “de todos”, lo que equivale a decir “de nadie” y en la práctica “de los funcionarios”) un recurso o una rama de negocios, como podrían ser el gas del subsuelo o una aerolínea pero también una nueva calle asfaltada o la mismísima provisión de justicia eficiente…, los excluye del sistema competitivo de la propiedad privada, condenándolos a ser gestionados sólo por la burocracia del monopolio estatal.

Pero la realidad es que cuando surge una situación de necesidad pública y siempre que la misma no se vea estatizada por decreto ideológico, aparecen también los incentivos para que cualquier déficit que pudiera plantearse sea solventado mediante las innovaciones jurídicas, tecnológicas, de inversión de riesgo o por descubrimientos empresariales a surgir en lo específico.

Sin que pueda muchas veces determinarse de antemano cuál será exactamente esa solución dinámica de lógica cooperativa y voluntaria que no comprometa fondos de terceros extorsionados (es decir, de imposición estatal coactiva).

Siguiendo los últimos desarrollos de la Escuela Austríaca de Economía y teniendo en cuenta que a los eventuales usuarios les interesa el resultado según sus propias -e individuales- ecuaciones costo-beneficio, sucederá que al “permitirse” la captación plena por parte del empresario del resultado efectivo de su propia creatividad  surgirá aquel flujo natural de innovaciones (ya no bloqueadas), inversiones y empujes (locomotoras de riqueza y capitalismo popular en cada área liberada) de gran energía, al que denominan concepción dinámica del orden espontáneo impulsado por la función empresarial.

Las concepciones “de Estado”, por su parte, pretenden resultados basándose en anticuados criterios de eficiencia estática.

Son costosas, forzadoras de la naturaleza humana, monopólicas y carentes de incentivos reales. Lentas e intrínsecamente corruptas, resultan incompatibles (o al menos muy obstaculizadoras) para con la velocidad de avance potencial en una economía de conocimiento como la que se plantea hoy, de alta eficiencia y seguridad jurídica, altos ingresos per cápita, demanda laboral y bienestar, con muy alta inversión de fondos y coordinación privados para todas las necesidades imaginables y por imaginar.

Aunque estén en el poder, “fueron”. Son un pasado  científica y moralmente  inviable y son la causa del hambre, la muerte, las guerras, el atraso, la contaminación, la desesperanza y las crisis financieras que azotan sin pausa a la humanidad desde que el primer déspota se encaramó en una estructura de dominación dirigista para dictar qué es lo que todos los demás debían hacer.

¿Quién es el zorro en el gallinero, entonces?  

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Justo J. Watson por gentileza de su autor.

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