"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

jueves, 1 de noviembre de 2012

La señorita K


 La señorita K


Por Roberto Alifano
“Buena parte de la Historia argentina ocurrió entre gangsters” (Borges, 30-9-69)
Los hechos se vienen sucediendo de manera penosa hasta desembocar en estos últimos años en un verdadero “festival del juicio” hacia quienes estamos vivos y con nuestros escritos seguimos diciendo presente y, obviamente, incomodando (la escritora María Esther Vázquez, Alejandro Vaccaro, el autor de esta nota y otras personas hemos recibido en los últimos días citaciones por juicios penales iniciados por la señorita K.). Los demás, como no pueden defenderse, son atacados de manera feroz, calumniados e injuriados por la relación que mantuvieron en vida con Jorge Luis Borges.
Esto viene desde largo tiempo atrás cuando esa gente estaba en este mundo y todos éramos felices. ¡Tiempos aquellos, ya lejanos y memorables de los que fuimos privilegiados testigos! Borges cenaba a menudo en casa de Bioy Casares y Silvina Ocampo, sus más entrañables amigos y válidos interlocutores, y no había declaraciones públicas ya que el ámbito era íntimo. Divertidos y polémicos, definitivamente originales y hasta chismosos, esos pares registraban en sus memorias o en diarios personales lo que ocurría en los extraordinarios encuentros. Ya casi sin testigos y con espurios intereses mediantes, la historia se empezó a tergiversar y a elaborar de muy otra manera de como en verdad había sido. Aparecieron, póstumamente, libros firmados por los protagonistas y se dieron a conocer algunos secretos que dejaron mal parados a unos cuantos que ahora sangran por la herida. Todo se volvió cada vez más intrincado y aquellas anécdotas memorables se empezaron a transformar en causas judiciales y en conflictos cada vez menos gratos. El que acaba de ocurrir es verdaderamente repudiable.
 
En declaraciones hechas en los Estado Unidos, la señorita que se proclama falsamente viuda de nuestro genio literario (hoy está debidamente comprobado que su matrimonio no es válido) afirma que Bioy Casares era “el Salieri de Borges”; si esto es así qué rol tuvo ella, quizá cumplió el de la siniestra enfermera de Misery, la novela de Stephen King.
Vamos a los hechos que nos repugnan a todos. Borges dejó amigos, no muchos, pero dejó amigos. No es necesario conocer la historia de la literatura argentina para saber quiénes fueron esos amigos, y qué contrariados quedaron por su sorpresivo viaje a Ginebra de donde nunca más volvió; luego vino la precipitación de su enfermedad que ya lo tenía mal aquí, en Buenos Aires. Llegaron después noticias sorprendentes desde Europa, por ejemplo, que Borges se había casado. Algo de eso ya habíamos sospechado quienes estábamos cerca de él cuando en Buenos Aires fue vaciado, literalmente con autorización en mano, su departamento de la calle Maipú, del que fuimos testigos con Bioy Casares; digamos vaciado en sus cosas esenciales, libros y papeles, y todos esos premios, especialmente en oro (los europeos suelen ser espléndidos) que involucraban unos cuantos kilos y, lo que es más extraño, ese oscuro matrimonio vía Paraguay a través de un cónsul que resultó ser un vulgar estafador, cómplice del tirano Stroessner, y sigue preso en Europa. Todo ese, digamos, “entuerto guaraní” hizo desmoronarse como un muro de arena la legalidad del matrimonio. Lo cierto es que Borges murió soltero de este último casamiento, pues el que tuvo, en 1968, con Elsa Astete Millán nunca fue deshecho, ya que no existía el divorcio por esos años.
A partir de allí de su muerte, la verdad de Borges empezó a ser recordada por los que lo conocíamos y, también, por quienes no lo conocían y se tomaban, como siempre ocurre, las indebidas atribuciones. Los muertos se llevan a la tierra no sólo sus grandes secretos, sino también sus cosas minúsculas, sus obviedades o sus monosílabos (Emmanuel Berl escribió alguna vez, ya en sus noventa años: “Es verdad que los muertos son frágiles: hurgamos sus papeles, divulgamos sus secretos, transgredimos su voluntad, pero también vemos de qué regresos fulgurantes son capaces a veces esos seres abolidos”). Queda entonces en nosotros reconstruir aquel mundo maravilloso que dejaron tras de sí Borges, Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Carlos Mastronardi, Manuel Peyrou, José Bianco, Juan José Hernández, Alicia Jurado, Enrique Pezzoni y tantos otros que omitimos injustamente al citar algunos. Nadie es dueño de los muertos, mucho menos de los ilustres.
Pero hay una cotidianeidad conocida por quienes estábamos cerca y fuimos testigos que es posible reconstruir. Digamos entonces que no nos resultó tan extraño lo que ocurrió después de la muerte de Borges; quizá era lo previsible, aunque nunca creímos que el descaro iba a llegar tan lejos.
Han transcurrido veinticinco años y la desmemoria ha hecho su trámite, ya Borges está con los numerosos habitantes del pasado, pero hasta su estilo post mortem, sigue incomodando. Está muy bien allá, en Ginebra, una de sus patrias, pero podría estar mejor aquí en la Recoleta, como él quería, junto a sus padres y abuelos. Pero esa es ya otra historia.
Nos preguntamos: ¿Quién es el dueño de los recuerdos de los demás? ¿Existe acaso una especificación legal que lo determine?
No, sin ninguna duda, no. La señora Fani sabía hasta lo más íntimo de Borges, era su ama de llaves desde hacía treinta años, y lo había sido también de doña Leonor, su madre. No era tonta. Quienes frecuentábamos a Borges y lo acompañamos en infinidad de circunstancias, tenemos, junto a sus sobrinos, María Ester Vázquez y los amigos que quedan, todo el derecho para hablar de él, es lo que se suele llamar, memoria colectiva. Y todos coincidimos en lo ya señalado.
Sin embargo, sigue habiendo gente que se ha beneficiado con Borges -¡de qué forma!, y lo sigue haciendo- y ahora se arroga la exclusividad de su recuerdo. Nosotros suponemos que es una atribución fuera de lugar, absurda y demencial.
Llegará el día -y siempre falta mucho menos tiempo del que creemos-, en que todos los que conocimos a Borges habremos de pasar al pasado. Seamos más humildes, ya habrá gente que se dedicará a separar la paja del trigo, mientras tanto nosotros seguiremos reclamando por esto, apasionadamente, por encima de leguleyos, teniendo como meta, recordar con la mayor fidelidad, esa vida maravillosa que nos dejó Jorge Luis Borges y su entrañable amigo Adolfo Bioy Casares, a quien el autor de Ficciones llamó dos días antes de su muerte para despedirse.
Como muestra de lo que afirmo me basta con citar estas opiniones de Borges sobre su querido Adolfito: “Se conjetura que no queda lejos la fecha en que la historia no podrá ser escrita por excesos de datos; Gibbon, en el siglo dieciocho, pudo edificar su admirable Decline and fall porque el tiempo, que también se llama olvido, ya había simplificado las cosas. En el caso de Adolfo Bioy Casares, éstas son tantas para mí, que sé que mencionar una sola es omitir un número indefinido, y casi infinito, de otras. Prefiero aventurar un juicio. En una época de escritores caóticos que se vanaglorian de serlo, Bioy es un hombre clásico…” (prólogo al relato Los afanes que me fuera dictado por Borges cuando colaboré con él en el libro Cuentistas y pintores argentino, Ediciones Gaglianone, 1985).
“Cuando nos conocimos, en 1932, yo lo sentí a Adolfito casi en seguida como un amigo. Él era un joven muy inteligente y de una gran cultura. Es cierto, yo le llevaba más de diez años; en estos casos se supone que el mayor se convierte siempre en maestro del menor. Esto acaso ocurrió al principio, pero luego, cuando empezamos a trabajar juntos, él era en realidad y secretamente el maestro”… (de Conversaciones con Borges, Roberto Alifano ,Editorial Atlántida, 1984).
Tengo cintas grabadas para hacer oír al que quiera, donde Borges se refiere siempre elogiosamente a su amigo y coautor.
Hablar así, hacer declaraciones tan denigrantes, es difamar gratuitamente al escritor con quien Borges escribió una parte de su obra; ahora resulta que Borges y Bioy nunca fueron amigos y los libros que escribieron juntos no existen. Son autores de literatura fantástica, es cierto, pero no son capaces de tan increíble acto de magia. La íntima amistad que los unió durante más de cincuenta años fue verdadera, no fue una ficción y, mal que le pese a la señorita K., aún quedan demasiados testimonios. Por otro lado, las obras que escribieron juntos se siguen editando y alguien cobra esos jugosos derechos de autor que Bioy cedió generosamente en vida para no entrar en el “Festival del juicio”. Esos textos escritos a cuatro manos no los compartió con su acompañante en los viajes al exterior, con su enfermera, sino con alguien a quien consideraba su par.
Teniendo en cuenta estos testimonios, seguramente Borges se hubiera horrorizado por tamañas injurias, donde se califica al admirado Bioy Casares de “cobarde y desecho humano”. Además, estas horribles declaraciones son una ofensa al propio Borges. ¿Cómo pudo ser amigo por más de cincuenta años de un personaje tan deleznable como afirma la señorita K.? ¿Alguien que acepta una relación así tampoco es digno de respeto? Pero, bueno, viniendo de quien viene y de alguien que no se maquilla, la cosa no da para más.
Por último, si bien es cierto que la Señorita K. es ajena al ámbito de la literatura (salvo por los derechos de autor que ella usufructúa), no puede desconocer que Bioy Casares obtuvo, entre muchos otros, el premio Cervantes, el más importante de nuestra lengua, otorgado por el Rey de España (¿un zonzo más engañado por Bioy, según este parecer?) y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, entre tantos otros en diversos países, donde se lo tradujo, se lo leyó, se lo sigue leyendo; además de ser estudiado en muchísimas universidades del planeta por la calidad de la obra literaria que legó a la humanidad.
En fin, creemos que la miopía que la señorita K. declara padecer, donde dice no ver a menos de un metro, es más bien mental; los años no pasan en vano y el tiempo, como dice don Francisco de Quevedo “es un enemigo que mata huyendo”. La mente se reblandece inapelablemente. Es probable que lo que ocurre en verdad es que Bioy Casares fue testigo del destrato que tantas veces ella tuvo hacia Borges y eso no se lo perdona.
Aclarados estos enojosos asuntos, no queremos ser contestatarios de banalidades groseramente alejadas de toda veracidad, pero no podemos pasar por alto las recientes declaraciones publicadas en el diario La Nación el 10 de octubre. Conste, además, que no queremos aunarnos a la atmósfera de escándalo que se está viviendo en tantos ámbitos del país y el mundo; todo eso se acomodará, se aquietará y cada cual tendrá lo suyo. Rogamos que cesen ahora estas canalladas que en nada benefician la memoria de nuestros admirados escritores.
Roberto Alifano
[Poeta, traductor, narrador y ensayista. Fue secretario de Borges entre 1974 y 1985. Su foto es del acto de desagravio en la SADE del pasado 24 de octubre. El título de la nota es de Adolfo Bioy Casares, o la invención de la señorita K
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