"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 17 de enero de 2015

No se trata de blasfemia, sino de respeto


Por Héctor M. Guyot | LA NACION

La locura del ataque a la revista Charlie Hebdo, en el que dos fanáticos asesinaron a mansalva a doce personas, marcó un punto de inflexión y disparó debates urgentes para la encrucijada en que se encuentra Europa y, por extensión, el resto de Occidente.

Al calor de las muestras de solidaridad y dolor por los periodistas y caricaturistas muertos, la consigna "Yo soy Charlie" se multiplicó por el globo.
Fue una adhesión viral que desembocó en marchas que ganaron las calles de París y de otras capitales, Buenos Aires incluida.
La barbarie terrorista tocaba una fibra nueva, distinta.
Se percibía en las marchas un sentimiento que iba más allá de las nacionalidades.
Signo del nuevo orden globalizado, había allí un sentido de comunidad afincado en valores y aspiraciones compartidas, más que en el color de una bandera. 
La gente, ante el horror, salía de a millones a la calle a defender el modo en que quería vivir, hoy bajo amenaza.
Esa energía es un antídoto contra el miedo, que suele ser mal consejero.

Pero, a pesar de que eran muestras de buena salud, un detalle empañaba las manifestaciones.
Un detalle por el cual no fui capaz de decir "Yo soy Charlie".
Mientras reclamaban por el derecho a la libertad de expresión, las marchas y los carteles de algún modo reivindicaban también, aun sin proponérselo, el derecho a ofender al otro.
Eso era lo que ponían en práctica muchos de los integrantes de la revista con dibujos de dudoso gusto en los que, más que el humor, prevalecía la aspiración adolescente de provocar.
Es difícil celebrar la burla lanzada a sabiendas de que va a ofender y causar un dolor en otros.

Por supuesto, ninguna ofensa justifica el asesinato.
Y el derecho a la libertad de expresión, imprescindible en la democracia, no debe ser regulado.
Aclarado esto, hay que advertir que, como dijo anteayer Bergoglio, el derecho a la libertad de expresión no es absoluto.
Las creencias del otro merecen un respeto que se basa en otra libertad imprescindible:
La de profesar la religión que me venga en gana (o ninguna) sin que nadie me estigmatice o se burle de lo que para mí es sagrado.

La burla genera violencia.
No hablo de la violencia de los asesinos de la masacre de Charlie Hebdo, hombres alienados que hubieran encontrado cualquier otra justificación para matar.
Hablo de la violencia que genera, por ejemplo, la ofensa de un dibujo de Mahoma desnudo en millones de musulmanes pacíficos que han hecho de Europa su casa y que jamás harían daño a nadie para responder a esa burla.
Posiblemente, muchos Kouachi y muchos Coulibaly crecen en familias pacíficas de las que son arrancados gracias a humillaciones capitalizadas por profetas del odio que les lavan la cabeza y los convierten en fanáticos dispuestos a morir matando.

"La blasfemia forma parte del espíritu del Je suis Charlie"
, dijo Richard Malka, abogado de la revista, durante el anuncio del nuevo número.
Debería haber dicho ofensa, porque la blasfemia es subjetiva y sólo existe para quien practica una religión, cuando se profana uno de sus símbolos.
Hace apenas un par de siglos, la Inquisición arrojaba a la hoguera a los "blasfemos".
En las sociedades laicas tal vez no haya blasfemia posible.
Por eso el respeto, valor universal, no debería dirigirse al dogma, que me puede resultar indiferente o absurdo, sino a la dignidad de las personas que lo profesan.

Pero no se trata sólo de una cuestión de principios o filosófica.
Hay aquí algo más urgente:
No conviene jugar con fuego.
Y eso es lo que parece estar haciendo Charlie Hebdo.
Tal vez crean que defienden la libertad de expresión, y es posible que así sea.
Pero también es posible que al burlarse de lo que otros veneran abran aún más una brecha que, en las actuales circunstancias, sólo beneficia a los extremos.
Por un lado, a los yihadistas, que necesitan el odio de alimento para sumar soldados en el ejército sin uniforme que ha puesto en jaque a Europa en lo que algunos llaman una verdadera guerra, aunque formalmente no declarada.
Y por el otro, a movimientos como el alemán Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, de inquietantes resonancias nazis, que también ganan las calles y pretenden erradicar a los musulmanes del continente, convencidos de que son un cáncer que atenta contra las tradiciones occidentales y cristianas.

Así, iremos hacia un mundo cada vez más intolerante y peligroso...

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