El
abrazo y los besos fraternales del Papa Francisco con el Patriarca Ortodoxo
Kirill, no sólo cierran la grieta milenaria que dividió al cristianismo, sino
que elevó un repudio firme contra la persecución de la que es objeto en la
actualidad.
Un
volcán escupe lava y amenaza multitudes.
El
ala fundamentalista del Islam, tras varias décadas de latencia, se ha erguido
con furia y avanza con diversas intensidades, métodos y justificaciones.
Pretende
devolver el mundo a la oscuridad de la Edad Media.
La
ONG llamada MECHRIC (Comité Cristiano del Medio Oriente), formada por
instituciones de Irak, Líbano, Sudán, Irán, Siria y todo el norte de África,
fue fundada en 1981 para monitorear las agresiones que se venían cometiendo
contra las poblaciones cristianas desde el Atlántico hasta el océano Indico.
La
masacre contra la iglesia copta de Alejandría determinó que esa entidad
publicase un documento en el que –¡por fin palabras claras!- condenó a sus
autores directos e intelectuales.
“Este
acto atroz fue realizado por los seguidores jihadistas de una ideología
criminal corporizada por Al Qaeda, la red Salafi y sus aliados, que están
infiltrando las elites de toda la región”.
MECHRIC
urge a los pueblos cristianos del orbe a movilizarse en favor de sus hermanos
del Medio Oriente gravemente amenazados por una permanente discriminación.
“También
convocamos a los sectores democráticos y las organizaciones defensoras de los
derechos humanos de los países árabes y musulmanes a condenar la barbarie
cometida contra los coptos de Egipto y contra los cristianos de Irak y otras
regiones de la zona”.
Desde
entonces la situación ha empeorado.
No
es un secreto que en Arabia Saudita está terminantemente prohibido construir
una iglesia o exhibir una cruz, pese a que ese país construye mezquitas
suntuosas por doquier.
Bajo
la Autoridad Palestina, el hijo de un peluquero en la ciudad de Qalkilia fue
encarcelado por el “crimen” de haber formulado dudas respecto al Islam.
Los
intendentes cristianos de varias ciudades cisjordanas fueron reemplazados por
musulmanes.
Un lento y
permanente éxodo vacía de cristianos a todos los territorios llamados
“palestinos”.
Los
católicos están desapareciendo de Irán.
No
cesan de disminuir los maronitas en el Líbano.
Casi
no quedan en Siria.
Las
matanzas ocurridas en Sudán a lo largo de muchos años por hordas que irrumpían
en las aldeas cristianas conforman una muestra del más extremo horror.
Ni
hablar sobre el genocidio de Darfur.
Pero
Sudán y otros países que oprimen a la mujer y discriminan a sus minorías
religiosas, siguen formando parte de las Naciones Unidas y ¡hasta integran comisiones vinculadas con los derechos humanos!
En
Eritrea se propagó la fantasía de que los cristianos deseaban voltear la Junta
dictatorial y se puso en marcha una campaña para limpiar el país de “los
subversivos que portan una cruz”.
En
Bagdad hubo un asalto a la catedral, en medio de la misa, y se asesinó a 58
personas.
Esto
viene de lejos y ha crecido por la apatía del resto del mundo.
Durante
la dictadura del general Muhammad Zia, en Pakistán, se sancionó una ley contra
la blasfemia, término vago que incluye desde una expresión insultante hasta una
ingenua sospecha sobre las verdades del Corán.
En Nigeria
fueron secuestradas centenares de niñas, forzadas a convertirse al Islam y ser
esclavas sexuales.
La
misma técnica, pero agravada, ocurre en Irak:
Después
de asesinar a todos los varones de la familia, son secuestradas sus mujeres
para que también sirvan de esclavas sexuales.
El
espanto es más intenso al enorgullecerse los fanáticos por la decapitación de
sus prisioneros y someter otras víctimas al suplicio de la crucifixión.
¡En
pleno siglo XXI!
Estos
sectarios aspiran a un Medio Oriente Christenrein (limpio de cristianos), así
como ya lograron que sea Judenrein (limpio de judíos) cuando expulsaron de sus
países a todos los judíos en 1949, que terminaron refugiándose en Israel.
Se
estima que la población cristiana del Medio Oriente, hasta fines del siglo XX,
se acercaba a un 20 por ciento. Los
últimos censos la han reducido a un 5 por ciento.
Y
su número sigue bajando.
Ahora
se ha exacerbado el odio contra los inermes yaseríes y otras minorías, que son
objeto de un exterminio sistemático.
Aquí corresponde
emplear la palabra “genocidio”, que se ha banalizado en boca de muchos
ignorantes. Genocidio es precisamente eso:
Liquidar
un vasto grupo humano por razones de nacionalidad, raza, etnia o religión.
Exterminarlo,
hacerlo desaparecer de la faz de la tierra.
En
el siglo XX sufrió genocidio el pueblo armenio y otro más atroz el judío.
Luego
llegaron las matanzas africanas.
Ahora
se destacan los crímenes perpetradas por las ramas asesinas del Islam.
Algunos
líderes, envalentonados por sus éxitos, han manifestado que también recuperarán
España y, en la misma España, ciertos imanes respaldan ese “derecho”, para lo
cual se reproducen imágenes de la antigua presencia musulmana en el país.
En
otras palabras, el infierno del Medio Oriente –para estos sicarios- no se
reducirá al Medio Oriente. Su ambición es planetaria, aunque parezca absurda.
El
delirio ya se extendido más de lo sospechado.
Crece
bajo el calor de la tolerancia religiosa que floreció en Occidente.
Pero
esa tolerancia no es asumida por muchos líderes musulmanes.
En
Italia, el ministro del Interior acaba de expulsar al imam Raoudi Aldelbar con
este mensaje:
“Es inaceptable
que se hagan explícitas invitaciones a la violencia y el odio religioso. Por
eso he dispuesto su inmediata expulsión del territorio nacional. Que mi
decisión sirva de advertencia a todos quienes piensen que en Italia se puede
predicar el odio”.
La
medida fue adoptada tras una serie de investigaciones del Servicio Central
Antiterrorista Italiano.
Durante
sus alocuciones el imam maldijo a Israel y pidió la intercesión de Alá para que
“muera hasta el último judío”.
“Israel es un
pueblo que merece ser encadenado y maldito.
Alá: búscalos de
uno a uno y mata hasta el último de ellos.
Haz que su
comida se convierta en veneno y se convierta en llamas el aire que respiran”.
No
es un estilo nuevo.
Prédicas
similares abundan en Irán y son propaladas a diario por Hezbollá y Hamás.
Urge
que la porción civilizada del mundo ponga las manos en el fuego.
Lo
acaba de hacer el papa Francisco con su habitual valentía.
Falta
que también eleven su voz los gobiernos y las organizaciones internacionales.
Pero
sobre todo, falta que haya condenas explícitas contra esta versión canallesca
del Islam por parte de los mismos musulmanes.
Es
decisivo.
A
estos les corresponde defender los aspectos nobles de su religión.
Hacerlo
con fuerza.
Es
cierto que los atraviesa el miedo a represalias cargadas de salvajismo.
Pero su silencio
los hace cómplices.
No
alcanza con poner las culpas afuera.
Las
matanzas en Siria, Irak, Nigeria y otros países no dan lustre a las enseñanzas
del Corán ni corresponden a las palabras con las que empieza cada una de sus
suras, que dicen:
“En el nombre de
Alá, clemente, misericordioso”.
En
esos crímenes no hay clemencia ni misericordia, sino agravio a los cielos, si
se considera que Alá es el creador de la vida.
Lamentablemente,
en el Corán existen versículos reñidos con la paz, la pluralidad y la
tolerancia.
Son
los versículos que citan los jihadistas.
Es
obligatorio decirlo y reconocerlo.
Como
también es obligatorio decir y reconocer que existe ese tipo de versículos en
la Biblia.
Pero
la civilización ha logrado que se haga abstracción de las porciones hostiles y
se acentúen las piadosas y fraternales.
Ellas
convierten a las religiones en un motor de la paz exterior e interior, luego de
siglos en que parecían condenadas a lo contrario.
Es inmoral la
relativa indiferencia con la que el mundo civilizado responde a este
salvajismo.
Desde
la prehistoria existieron guerras de religión y también ocurrieron entre
diversas denominaciones cristianas. Pero se han realizados valientes y
denodados esfuerzos por superar semejante aberración.
Este
esfuerzo debe ser más intenso que nunca antes...
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