Humor
político
Alejandro
Borensztein
Debe
ser que los suecos tienen otros beneficios allá en Estocolmo.
Si
no, no se entiende por qué todavía no se vinieron todos a vivir a Buenos Aires
o al Conurbano bonaerense, donde el gas, la luz, el agua, el tren y el bondi
hace años que te los regalan.
Para
ellos, esto sería un paraíso.
Imagínese
amigo lector lo que debe ser la factura de gas que recibe el pobre sueco cuando
la temperatura máxima es de 20 grados bajo cero.
Ni
hablar de la cuenta de luz, teniendo en cuenta que en pleno invierno el sol
sale a las 14:00 horas y se pone a las 14:20.
Tal
vez la razón por la que estos escandinavos no terminan de animarse a venir, es porque en el fondo son medio
desconfiados y saben que cuando la mano viene tan regalada, tarde o temprano,
tenés un quilombo padre.
Y
eso es exactamente lo que ahora nos está pasando a nosotros.
Veamos.
Primero
hay que decir que el gobierno anterior, el que fundó la democracia y gobernó hasta que se instauró la
dictadura de Macri, no tuvo tiempo de resolver la cuestión energética.
Hay
que entenderlos.
Terminar
con la pobreza, eliminar el trabajo en negro, erradicar el narcotráfico,
liberar Saigón.
Todo no podían…
Así
fue que decidieron gastar 12.000 palos verdes por año en importaciones
energéticas para cubrir el déficit producto de no haber hecho nada.
Este simple dato
(12.000 x 4 años = 48.000 palos verdes) explica buena parte del vaciamiento de
las reservas del Banco Central durante el segundo mandato de Ex Ella y su
consecuente cepo cambiario.
Por
el resto del faltante habría que preguntarle a la monjita.
El
segundo punto a comprender es que gracias a la gran revolución cultural
nacional y popular, los argentinos aprendimos que tenemos el derecho universal
de recibir energía gratis.
Allá
en Suecia, les lavaron la cabeza y los tipos creen que hay que garpar.
Y
los boludos ¡¡¡garpan!!!
En cambo acá,
hay canilla libre de agua, luz y gas.
Esto
es así, salvo que uno sea pobre y tenga que comprarse una garrafa, en cuyo caso
deberá pagar una fortuna.
Que
se joroben por ser pobres.
Si
hubieran elegido ser ricos podrían vivir en la Avenida del Libertador y tener
el gas gratis como tienen todos los vagos que viven en Palermo y Barrio Norte.
Por
suerte, lo de la garrafa le pasaba a poca gente ya que, según dijo Ex Ella el 8
de junio de 2015 en la FAO, sólo el 4%
de los argentinos eran pobres.
Lamentablemente,
después vino el Führer Mauri, le cortó el chorro de la pauta publicitaria a
Spolsky y a Gvirtz, y en 7 meses la pobreza pasó del 4% al 32%.
El
tercer problema es el más duro de aceptar.
Le
explico.
¿Usted
conoce a alguien que haya aprendido a tocar el piano de grande y lo haga bien?
Seguramente
no.
Hay
cosas que se aprenden de chico o no se aprenden más.
En
política pasa lo mismo.
Y
el kirchnerismo aprendió progresismo de grande.
Una
de las principales banderas del progresismo en todo el mundo es la causa
ambientalista.
El
ahorro energético.
La
conciencia ecológica.
El
desarrollo de energías renovables.
Eólica.
Solar.
En
fin, lo que el mundo moderno, democrático y progresista denomina “políticas
verdes”.
Pero como los
Kirchner se hicieron progres de grande, malinterpretaron
el concepto y creyeron que “políticas verdes” era enterrar dólares en
el jardín.
Por
eso, pese a la inmensa bonanza regional, no desarrollaron un carajo y fueron a
contramano del mundo.
Mientras
los uruguayos a fin de este año van a llegar al 30% de generación de energía
eólica, nosotros todavía no tenemos ni un ventilador y vivimos mendigando gas
por el mundo luego de décadas de auto abastecimiento.
Conclusión:
Llevaron
adelante una de las políticas energéticas más reaccionarias del planeta.
Mal
que les pese, pensaron la cuestión energética igual que la piensa Donald Trump:
Gastemos,
derrochemos, contaminemos.
De
yapa, aprovechemos la compra de barcos de gas y “ya que estamos, afanemos”.
¿Termina
acá el problema?
Obviamente
no.
Acá
recién empieza.
Y
es justamente cuando aparece un nuevo inconveniente:
Los
tipos que tienen que resolverlo son los cráneos de Cambiemos.
Unos
muchachos muy entusiastas a quienes la Corte Suprema de Justicia les acaba de
parar el carro con un extenso fallo cuya síntesis sería algo así como:
“Che
macho, garren los libros que no muerden y hagan las cosas como dice la ley”.
El
supuesto responsable de todo este zafarrancho es un señor al que el país acusa
injustamente de las peores cosas de las que se puede acusar a un tipo.
Desde
que se curró millones de dólares hasta que por su culpa este verano los niños y
jubilados argentinos fallecerán en los hospitales por falta de luz y de agua:
Don Julio De
Vido.
…
Pero
esta semana, la vida le dio a este buen señor una oportunidad extraordinaria:
Le
avisaron que el jueves iba a tener la posibilidad de defenderse en el Congreso,
frente a frente con sus acusadores, en su propia oficina, para limpiar su buen
nombre y honor, para gritarle a Aranguren en la cara que todo lo que está
diciendo es mentira, y para demostrar que es un patriota que se sacrificó por
el país, y que se fue del poder con lo mismo que tenía cuando llegó.
Casi
como Don Arturo Umberto Illia.
¿Y
qué hace el tipo ante semejante oportunidad?
No va. Falta.
Los
deja plantados y manda una cartita por Facebook:
“Disculpen,
tengo turno con el dentista”.
Así
fue amigo lector.
Después
se quejan de que hay una persecución judicial, cosa que por otra parte es
absolutamente cierta.
Los
persigue la Justicia como suele pasarle a todos los tipos sospechados de ser
chorros.
Cosas
raras que tiene el fucking Estado de Derecho.
En
el final de “La vuelta al mundo en 80 días”, la inmortal novela de Julio Verne,
el protagonista de la historia Phileas Fogg y su mayordomo Jean Passepartout,
navegan contra reloj rumbo a las costas de Inglaterra para llegar a tiempo y
ganar la apuesta que hicieron con sus amigos:
Viajar
alrededor del planeta en 80 días.
Avisados
por el capitán de que se terminaba el combustible, Fogg decide comprarle el
barco e ir desmantelándolo para usar la madera y alimentar las calderas.
Finalmente,
logran llegar al puerto de Queenstown, a seis horas de Londres, flotando en una
plancha de madera que fue lo único que quedó de aquel barco destartalado.
Eso mismo hizo
el kirchnerismo con la energía y tantas otras cosas para llegar al 10 de
diciembre.
Si
los genios que están ahora lo podrán resolver o no, es un asunto que está por
verse.
Ni
el visionario de Julio Verne podría saberlo.
Por las dudas, compren velas…
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