Norma
Morandini
El
18 de septiembre de 1977 fueron secuestrados en Buenos Aires mis dos hermanos,
Néstor y Cristina.
Tan
sólo poco tiempo atrás supe que habían sido arrojados al mar.
No
lo denunció un represor sino alguien que, preso, había colaborado con la
dictadura.
El
18 de septiembre de 1985 el fiscal Julio César Strassera, en el alegato final
de su acusación a los jerarcas de la muerte, pronunció la frase “Nunca Más”.
El
18 de septiembre de 2006 desapareció Jorge Julio López.
Tres
fechas unidas en el calendario, pero que también están ligadas por esa
corriente subterránea que comenzó cuando el Estado se hizo terrorista, luego
condenado en un juicio memorable que marcó el fin de la impunidad.
Sin
embargo, la desaparición de Jorge Julio López en democracia, bajo un gobierno
que se jacta de defender los Derechos Humanos, nos increpa sobre la herencia de
los que hicieron todo en la clandestinidad y utilizaron la mentira como
justificación.
Han
pasado casi cuarenta años.
Para
mí, fue ayer.
Nadie
puede decir que mi familia, sobre todo mi madre, mi hermana Lisy y yo misma, no
tuvimos la vida comprometida con la causa de los Derechos Humanos.
No
nos beneficiamos.
No
nos pusimos por encima de la ley.
No
buscamos los favores del Palacio.
No
andamos por la vida como comisarios políticos juzgando a los otros.
En
estos días, en los que maliciosamente desde algunos organismos de Derechos
Humanos me difaman porque hablo de perdón y la reconciliación, para los que me
respetan y han acompañado mi lucha debo reiterar que cuando hablo de
reconciliación, como lo dice la misma palabra, me refiero a reconciliar lo que
fue violado:
La
convivencia democrática.
El
perdón es una actitud íntima, individual, sólo posible en nosotros mismos.
¿Qué
nos tenemos que perdonar?
Nada
más y nada menos que haber permitido que tantos compatriotas hayan desaparecido
ante nosotros mismos, una sociedad aterrorizada que no quiso saber, nos cerró
las puertas, nos estigmatizó.
Y es con esa
sociedad con la que quiero reconciliarme, con los que me negaron, me cerraron
las puertas, me estigmatizaron.
No
con los torturadores.
No
debo darle cuentas a ningún comisario político sobre lo que pienso, hago e
hice.
Este
18 de septiembre reafirmo mi compromiso con la democracia y los auténticos
Derechos Humanos, los que conjugan con la vida, para evitar que nuevas
generaciones sean inmoladas por los fanáticos, los que no entendieron que el mayor consenso al que llegó nuestro país
es el NUNCA MÁS a la violencia política y a la persecución.
Me
entristece, sí, que personas de buen corazón desconfíen de mi conducta y en
lugar de promover el debate, el diálogo en torno a la relación con el pasado,
se llenen de desconfianza, ese veneno que nos dejó la dictadura y hace crecer
el autoritarismo.
El monopolio del
pasado no lo tienen los organismos de Derechos Humanos.
No
son de nadie porque nos pertenecen a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario