Por Hadrian Bragation.
Sucedió
el tiempo...
En
2015 visité Berlín y me acerqué, con la timidez de los herederos inmerecidos, a
la editorial.
Me
recibieron con comprensión, como quizás mi padre haya recibido a ese extraño.
En
un cajón acorralado por la impiedad tecnológica, yacían copias de esas líneas
que mi padre había compuesto y deshecho durante tantas jornadas (los originales
nunca dejaron la casa familiar; mi padre se sentía el depositario y aun el
verdadero poseedor, y no los compartió ni reveló).
Allí
estaban el latín macarrónico, los párrafos de mi padre interpolados con los del
autor (que algunos sospechan pudo haber sido Virgilio Piñera), las breves
anotaciones al margen y unas cuantas iluminaciones con las que mi padre habrá
querido morigerar la fatiga.
Mansamente,
humildemente, traduje de regreso al español.
Vuelve,
para asombro atroz, el fantasma de Hiram.
Hadrian
Bagration
Apocolocyntosis
Divi Fideli
Prólogo
El
manuscrito, no importa la fecha de su lectura, resulta una anticipación.
No
hay consenso sobre su autor: hay quienes sindican a Prado como aquél que
compuso las dolorosas líneas; otros afirman que las dictó (no faltan quienes aseveran que se trató de un plagio o de un robo)
Prado,
nos recuerdan sus detractores, había ejercido un oficio despreciable pero
cercano a la literatura:
Esa
sombría familiaridad le habría enseñado, aun involuntariamente, ciertas
astucias.
Hiram
Prado menciona escasos datos firmes:
Unas
cuantas dataciones, una ciudad, nombres sin demasiada precisión.
El hábito del
secreto y el hábito del disimulo lo habitaron hasta el final.
Es
posible que creyera que ciertas revelaciones incómodas pudieran perjudicar a
los nombrados, pero quiere la coincidencia que ninguno de ellos, al menos según
el relato de Prado, more ya entre los vivos.
Los
párrafos de Prado son un diálogo de muertos, un coloquio detallado y hasta
cruel con quienes lo esperan (la sentencia es de Borges) del otro lado del
mármol.
La
metáfora sonará risible a oídos de quienes conozcan vida, muerte y destino de
Hiram Prado:
No
acabó, ni en memoria ni cuerpo, en tumba digna.
Hiram
Prado, hacia el fin de sus horas, padeció una insana pasión por la confección
de desordenadas listas de libros.
Los
títulos figuran, no así los autores, que probablemente Prado ignoraba o aun
quería ocultar.
Hemos
resaltado su propensión a la sombra.
Por
accidente o designio del destino, esas listas ya no existen:
Un
descuido de investigadores o forenses, o quizás la inclemencia del azar, ha
borrado su acalorado trabajo.
Tienen
razón quienes afirman que a la hora de escribir su testamento Hiram Prado ya no
creía pertenecer a este mundo.
La
versión presentada aquí no contiene omisiones.
Nada
hay ya entre las líneas de Hiram Prado que solicite discreción.
Como
post Facio (bella palabra que la Academia se rehúsa, quizás fundamentada mente,
a habilitar) se incluye una brevísima relación del texto que indujera a Hiram
Prado a decretar tantas caídas en desgracia, aun la suya propia.
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