Ideología
de género
Por
Agustín Laje
En
1969, la feminista radical Kate Millet publicaba su afamado libro Sexual
Politics —considerado en 1998 por el New York Times como una de las diez obras
más influyentes del Siglo XX—.
Una
renovada narrativa feminista se expresaba en aquellas páginas, articuladas por
un viejo vocablo que, aggiornado, volvía a tomar centralidad discursiva: “el patriarcado”.
El
concepto ya había sido utilizado antes por Friedrich Engels quien, en El origen
de la familia, el Estado y la propiedad privada, adjudicaba su raíz a la
aparición de la propiedad privada.[1]
Pero
Millet le daba, 85 años más tarde, un alcance mucho más importante.
El
“patriarcado” es ahora el régimen político “a través del cual la mitad de la
población, que es femenina, es controlada por la otra mitad, que es
masculina”.[2]
El
“patriarcado” es el sistema de dominación fundamental, vale decir, atraviesa
todos los otros tipos de sistemas de dominación (si en Engels el sistema de
clases es fundamento del “patriarcado”, en Millet el “patriarcado” es fundamento
del sistema de clases).
En una palabra,
el “patriarcado” es un sistema estructurado para colocar, de manera
inexorable, a la mujer en inferioridad respecto del hombre.
Las
tesis más extremas del “patriarcado” motorizan el lesbianismo como “forma de resistencia”,
pues la heterosexualidad equivaldría a “dormir con el enemigo” (la propia
Millet, sin ir más lejos, era lesbiana).
No
obstante, aquí argumentaré que, en verdad, el “patriarcado” ya no existe en los
países occidentales, y ello no gracias a la vocinglera militancia feminista,
sino gracias al sistema económico y político que tanto odian las feministas: el
capitalismo de libre mercado y la democracia liberal.
Los
datos de la realidad, en efecto, parecen mostrar algo bien distinto de lo que
establece el discurso del “patriarcado”: en numerosas dimensiones e indicadores
de la vida social, cuidadosamente omitidos por el feminismo, el hombre aparece
mayormente perjudicado.
Veamos algunos
ejemplos.
A
nivel mundial, el 79% de las víctimas de homicidio son hombres[3] (Oficina de
las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito).
En
Argentina, por caso, en el año 2014 —los datos más actualizados de que
disponemos— se cometieron 3.269 asesinatos, de los cuales el 83,60% corresponde
a hombres asesinados (2733 hombres), y el 16,40% a mujeres asesinadas (536
mujeres).[4]
En
las guerras, históricamente, el más perjudicado ha sido siempre el hombre.
En
una de las más recientes, la de Irak, las bajas correspondientes a Estados
Unidos fueron un 97,68% hombres.[5]
En
lo que hace a la violencia contra la mujer, es interesante advertir que las más
altas tasas se registran precisamente en aquellos países donde menos libertad
económica hay, si se compara el siguiente gráfico del Banco Mundial[6] con los
datos del ranking de libertad económica de la Heritage Foundation.[7]
(Llamativamente,
ni el Banco Mundial ni otras Organizaciones Internacionales han hecho estudios
profundos sobre la violencia de la mujer contra el hombre).
A
nivel mundial, la esperanza de vida de una mujer es 5 años mayor que la de un
hombre.
En
un análisis entre países, podemos advertir asimismo que la mujer vive más allí
donde la economía es más libre (Organización Mundial de la Salud).[8]
Un
dato curioso complementario: también a nivel mundial, hay tres veces más
suicidios en hombres que en mujeres (Organización Mundial de la Salud)[9].
Veamos algunos
datos relativos al mundo laboral.
En
lo que hace a la mano de trabajo infantil, la Organización Internacional del
Trabajo calculó en 2012 que los niños tienden a participar más en la producción
económica que las niñas (148,3 millones en comparación con 116,1 millones en el
caso de las niñas).
La
tasa de empleo fue de 18,1% para los niños en comparación con 15,2% para las
niñas.[10]
Las
tasas de accidentes laborales son desproporcionadamente desventajosas para los
hombres. En Argentina por ejemplo, la Superintendencia de Riesgos del Trabajo
informó que en 2014 el 81% de los perjudicados por “Accidentes de Trabajo y
Enfermedades Profesionales” eran hombres, en comparación con un 19%
mujeres.[11]
A
partir de la Revolución Industrial, la mujer ha ido tomando cada vez mayor
participación en el mundo laboral. La ampliación progresiva que desde entonces
ha experimentado lo que llamamos “mercado”, ha beneficiado esta incorporación
femenina a la economía, debido a que su propia estructuración lógica
maximizadora impide la discriminación sexual (y de cualquier tipo) bajo el
riesgo de incurrir en mayores costos: nadie que quiera maximizar económicamente
su negocio pagará más alguien “por ser hombre”.
A nivel mundial,
casi un 40% de la población activa actual son mujeres según el Banco Mundial.
En
los países económicamente más libres, otra vez, la tasa es mayor.
Veamos
el caso de Estados Unidos.[12]
Hacia
1870, sólo un 14% de las estadounidenses en edad laboral trabajaban fuera de la
casa. Pero hacia 1940, el número ya se había duplicado.
Para
1970, aproximadamente el 43% de las mujeres de Estados Unidos con edad superior
a los dieciséis años tenía un trabajo asalariado. En 1996, eran casi el 60% las
que trabajaban.
En
2014, según datos del Banco Mundial, un 46% de la mano de obra norteamericana
estaba formada por mujeres.[13]
Y
no menos importante, según estudios de la revista Fortune, hoy las mujeres son
propietarias del 65% de todos los bienes de Estados Unidos.[14]
La
igualdad de la mujer respecto al hombre es un proceso y, como tal, debe ser
analizado como una película y no como una fotografía.
La mayoría de
los errores del feminismo consiste en analizar la instantánea en lugar del
largometraje.
En
la base de este proceso igualador se encuentra el sistema económico que,
paradójicamente, el feminismo insiste con atacar.
La
antropóloga Helen Fisher ha destacado precisamente cómo los cambios económicos,
desde la Revolución Industrial hasta la actual Revolución de la Información,
benefició a la mujer.
Su
tesis es que el actual capitalismo puede incluso darle grandes ventajas por
sobre el hombre; de ahí que su trabajo se haya titulado El primer sexo.[15]
Fundamentalmente,
Fisher destaca el crecimiento del sector servicios frente al industrial,
respecto de lo cual ya podemos darle razón en virtud de datos concretos como
que a nivel mundial el sector servicios es ocupado por un 54% de mujeres (Banco
Mundial).[16]
Probablemente
se nos diga, empero, que “si bien la mujer se incorporó al mundo laboral, el
patriarcado se expresa pagándoles menos salarios a éstas en comparación a los
hombres”.
Es la falacia de
la “brecha salarial”, que ha sido destruida por la feminista (disidente)
Christina Hoff Sommers.[17]
En
una palabra, el origen de la falacia tiene que ver con comparar hombres y
mujeres haciendo diferentes trabajos; cuando se los compara en un mismo trabajo
y misma cantidad de horas, no hay desigualdad (conforme a la lógica de mercado
ya expuesta).
Pero
los análisis feministas no tienen en consideración cuestiones tan importantes
como profesiones elegidas, tipos de trabajo y cantidad de horas laboradas por
mes.
Sumemos
otra curiosidad respecto del “patriarcado” en lo que hace a la dimensión
económica de la sociedad:
Entre el 75% y
el 80% de las personas en situación de calle son hombres.[18]
Curioso
sistema de dominación contra la mujer, que tiene a sus hombres sin techo.
¿Y
qué hay de la educación?
En
este ámbito tampoco parecemos encontrar ya rastros del mentado “patriarcado”.
En
el siguiente gráfico del Banco Mundial[19] podemos ver, a nivel global, que las
curvas de niños y niñas ya se encuentran prácticamente solapadas, lo cual
significa que hay igualdad en la finalización de la educación primaria y
secundaria.
En
lo referente a la educación terciara y universitaria, no podemos decir que haya
actualmente igualdad, sino clara ventaja para la mujer.
A
nivel global, la mujer se egresa un 33% más de universidades que los
hombres.[20]
Según
el Informe Global de la Brecha de Género 2015 (Foro Económico Mundial), “las mujeres ya representan la mayoría de
estudiantes en casi 100 países”.[21]
Veamos
de cerca el caso argentino:
Según
los datos del último censo, de los 1.929.813 argentinos que completaron su
formación universitaria, 1.050.662 son mujeres, y apenas 879.151, hombres.
Significa que
hoy si una empresa publica una búsqueda profesional recibirá 55 currículas femeninas,
contra 45 masculinas.
Hay
que destacar en el censo anterior los egresados eran 582.574 mientras las
egresadas 559.577, lo cual significa que la brecha sigue en crecimiento:
Mientras
que en una década estas últimas se duplicaron, los egresados hombres crecieron
sólo 50%.[22]
Midiendo
precisamente salud, educación e ingreso, el “Nuevo Índice de Desarrollo Humano
relativo al Género” (Naciones Unidas) dio para Argentina un valor de 1,001,
donde 1 representa la igualdad total, >1 desigualdad en favor del hombre y
<1 de="" desigualdad="" en="" favor="" la="" mujer.="" o:p="">1>
Es
decir, hay una completa igualdad, incluso con una centésima a favor de la
mujer.
Nos
detenemos aquí a insistir con la importancia del sistema económico (para
profundizar este punto, ver artículo de mi autoría en Revista FORBES).
El
Cato Institute ha cruzado los datos del Índice de Libertad Económica en el
Mundo con indicadores sociales relativos a las mujeres, que se desprenden del
Índice de Desigualdad de Género (IDG) del Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (2010), y ha encontrado cosas asombrosas.
Entre
otras, ha comprobado que la desigualdad entre hombres y mujeres es dos veces
más baja en los países con una economía capitalista que en aquellos que
mantienen una economía cerrada y reprimida.
Asimismo,
otros indicadores nos resultan significativos:
En
los países económicamente más libres, 71.7%
de las mujeres ha terminado la educación secundaria,
mientras
en los menos capitalistas sólo 31.8% ha podido pasar por ella y finalizarla.
Los Parlamentos
de los países económicamente más libres tienen una media de representantes
mujeres doblemente mayor a la de los menos capitalistas.
La
mortalidad maternal en los países económicamente más libres es de 3.1 por cada
100,000 nacimientos, mientras en los países menos capitalistas ese valor se
encuentra en 73.1 muertes;
la
tasa de fecundidad de adolescentes en los países económicamente más libres es
de 22.4 por cada 1,000 mujeres de entre 15 y 19 años, mientras en los países
menos capitalistas encontramos 87.7 casos.
Pero
subrayemos lo siguiente.
El
feminismo insiste en ver “patriarcado” precisamente en las sociedades que, con
arreglo a sus sistemas políticos y económicos, más igualdad lograron para los
sexos.
Así,
nunca faltan protestas tan extravagantes como aquella que se hizo recientemente
contra la depilación femenina por ejemplo (¡justo cuando muchos hombres
empiezan también a depilarse!), mientras se guarda un silencio de tumba
respecto a lo que acontece en otros puntos del globo donde otros sistemas
políticos, económicos y culturales, mantienen a la mujer oprimida
—principalmente en África y Medio Oriente—, con prácticas tales como la
ablación (mutilación del clítoris) o el matrimonio de niños.
Frente
a estos hechos, esta Nueva Izquierda de la cual el feminismo radical es parte,
tiene listo su discurso contra el “etnocentrismo”, en favor del
“multiculturalismo”, y da por cerrada epistemológicamente cualquier tipo de
crítica.
Son
contradicciones de ideologías que, diciendo estar del lado de la mujer, sólo
buscan atacar los fundamentos del propio sistema que hizo del llamado
“patriarcado” una pieza de museo histórico para Occidente.
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