"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 7 de noviembre de 2016

El patriarcado no existe.

Ideología de género
Por Agustín Laje

En 1969, la feminista radical Kate Millet publicaba su afamado libro Sexual Politics —considerado en 1998 por el New York Times como una de las diez obras más influyentes del Siglo XX—.
Una renovada narrativa feminista se expresaba en aquellas páginas, articuladas por un viejo vocablo que, aggiornado, volvía a tomar centralidad discursiva: “el patriarcado”.

El concepto ya había sido utilizado antes por Friedrich Engels quien, en El origen de la familia, el Estado y la propiedad privada, adjudicaba su raíz a la aparición de la propiedad privada.[1]
Pero Millet le daba, 85 años más tarde, un alcance mucho más importante.
El “patriarcado” es ahora el régimen político “a través del cual la mitad de la población, que es femenina, es controlada por la otra mitad, que es masculina”.[2]
El “patriarcado” es el sistema de dominación fundamental, vale decir, atraviesa todos los otros tipos de sistemas de dominación (si en Engels el sistema de clases es fundamento del “patriarcado”, en Millet el “patriarcado” es fundamento del sistema de clases).
En una palabra, el “patriarcado” es un sistema estructurado para colocar, de manera inexorable, a la mujer en inferioridad respecto del hombre.
Las tesis más extremas del “patriarcado” motorizan el lesbianismo como “forma de resistencia”, pues la heterosexualidad equivaldría a “dormir con el enemigo” (la propia Millet, sin ir más lejos, era lesbiana).
No obstante, aquí argumentaré que, en verdad, el “patriarcado” ya no existe en los países occidentales, y ello no gracias a la vocinglera militancia feminista, sino gracias al sistema económico y político que tanto odian las feministas: el capitalismo de libre mercado y la democracia liberal.
Los datos de la realidad, en efecto, parecen mostrar algo bien distinto de lo que establece el discurso del “patriarcado”: en numerosas dimensiones e indicadores de la vida social, cuidadosamente omitidos por el feminismo, el hombre aparece mayormente perjudicado.

Veamos algunos ejemplos.
A nivel mundial, el 79% de las víctimas de homicidio son hombres[3] (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito).
En Argentina, por caso, en el año 2014 —los datos más actualizados de que disponemos— se cometieron 3.269 asesinatos, de los cuales el 83,60% corresponde a hombres asesinados (2733 hombres), y el 16,40% a mujeres asesinadas (536 mujeres).[4]
En las guerras, históricamente, el más perjudicado ha sido siempre el hombre.
En una de las más recientes, la de Irak, las bajas correspondientes a Estados Unidos fueron un 97,68% hombres.[5]
En lo que hace a la violencia contra la mujer, es interesante advertir que las más altas tasas se registran precisamente en aquellos países donde menos libertad económica hay, si se compara el siguiente gráfico del Banco Mundial[6] con los datos del ranking de libertad económica de la Heritage Foundation.[7]
(Llamativamente, ni el Banco Mundial ni otras Organizaciones Internacionales han hecho estudios profundos sobre la violencia de la mujer contra el hombre).



A nivel mundial, la esperanza de vida de una mujer es 5 años mayor que la de un hombre.
En un análisis entre países, podemos advertir asimismo que la mujer vive más allí donde la economía es más libre (Organización Mundial de la Salud).[8]
Un dato curioso complementario: también a nivel mundial, hay tres veces más suicidios en hombres que en mujeres (Organización Mundial de la Salud)[9].

Veamos algunos datos relativos al mundo laboral.
En lo que hace a la mano de trabajo infantil, la Organización Internacional del Trabajo calculó en 2012 que los niños tienden a participar más en la producción económica que las niñas (148,3 millones en comparación con 116,1 millones en el caso de las niñas).
La tasa de empleo fue de 18,1% para los niños en comparación con 15,2% para las niñas.[10]

Las tasas de accidentes laborales son desproporcionadamente desventajosas para los hombres. En Argentina por ejemplo, la Superintendencia de Riesgos del Trabajo informó que en 2014 el 81% de los perjudicados por “Accidentes de Trabajo y Enfermedades Profesionales” eran hombres, en comparación con un 19% mujeres.[11]
A partir de la Revolución Industrial, la mujer ha ido tomando cada vez mayor participación en el mundo laboral. La ampliación progresiva que desde entonces ha experimentado lo que llamamos “mercado”, ha beneficiado esta incorporación femenina a la economía, debido a que su propia estructuración lógica maximizadora impide la discriminación sexual (y de cualquier tipo) bajo el riesgo de incurrir en mayores costos: nadie que quiera maximizar económicamente su negocio pagará más alguien “por ser hombre”.
A nivel mundial, casi un 40% de la población activa actual son mujeres según el Banco Mundial.
En los países económicamente más libres, otra vez, la tasa es mayor.

Veamos el caso de Estados Unidos.[12]
Hacia 1870, sólo un 14% de las estadounidenses en edad laboral trabajaban fuera de la casa. Pero hacia 1940, el número ya se había duplicado.
Para 1970, aproximadamente el 43% de las mujeres de Estados Unidos con edad superior a los dieciséis años tenía un trabajo asalariado. En 1996, eran casi el 60% las que trabajaban.
En 2014, según datos del Banco Mundial, un 46% de la mano de obra norteamericana estaba formada por mujeres.[13]
Y no menos importante, según estudios de la revista Fortune, hoy las mujeres son propietarias del 65% de todos los bienes de Estados Unidos.[14]

 La igualdad de la mujer respecto al hombre es un proceso y, como tal, debe ser analizado como una película y no como una fotografía.
La mayoría de los errores del feminismo consiste en analizar la instantánea en lugar del largometraje.
En la base de este proceso igualador se encuentra el sistema económico que, paradójicamente, el feminismo insiste con atacar.
La antropóloga Helen Fisher ha destacado precisamente cómo los cambios económicos, desde la Revolución Industrial hasta la actual Revolución de la Información, benefició a la mujer.
Su tesis es que el actual capitalismo puede incluso darle grandes ventajas por sobre el hombre; de ahí que su trabajo se haya titulado El primer sexo.[15]
Fundamentalmente, Fisher destaca el crecimiento del sector servicios frente al industrial, respecto de lo cual ya podemos darle razón en virtud de datos concretos como que a nivel mundial el sector servicios es ocupado por un 54% de mujeres (Banco Mundial).[16]

Probablemente se nos diga, empero, que “si bien la mujer se incorporó al mundo laboral, el patriarcado se expresa pagándoles menos salarios a éstas en comparación a los hombres”.
Es la falacia de la “brecha salarial”, que ha sido destruida por la feminista (disidente) Christina Hoff Sommers.[17]
En una palabra, el origen de la falacia tiene que ver con comparar hombres y mujeres haciendo diferentes trabajos; cuando se los compara en un mismo trabajo y misma cantidad de horas, no hay desigualdad (conforme a la lógica de mercado ya expuesta).
Pero los análisis feministas no tienen en consideración cuestiones tan importantes como profesiones elegidas, tipos de trabajo y cantidad de horas laboradas por mes.
Sumemos otra curiosidad respecto del “patriarcado” en lo que hace a la dimensión económica de la sociedad:
Entre el 75% y el 80% de las personas en situación de calle son hombres.[18]
Curioso sistema de dominación contra la mujer, que tiene a sus hombres sin techo.

¿Y qué hay de la educación?
En este ámbito tampoco parecemos encontrar ya rastros del mentado “patriarcado”.
En el siguiente gráfico del Banco Mundial[19] podemos ver, a nivel global, que las curvas de niños y niñas ya se encuentran prácticamente solapadas, lo cual significa que hay igualdad en la finalización de la educación primaria y secundaria. 


En lo referente a la educación terciara y universitaria, no podemos decir que haya actualmente igualdad, sino clara ventaja para la mujer.
A nivel global, la mujer se egresa un 33% más de universidades que los hombres.[20]
Según el Informe Global de la Brecha de Género 2015 (Foro Económico Mundial), “las mujeres ya representan la mayoría de estudiantes en casi 100 países”.[21]
Veamos de cerca el caso argentino:
Según los datos del último censo, de los 1.929.813 argentinos que completaron su formación universitaria, 1.050.662 son mujeres, y apenas 879.151, hombres.
Significa que hoy si una empresa publica una búsqueda profesional recibirá 55 currículas femeninas, contra 45 masculinas.
Hay que destacar en el censo anterior los egresados eran 582.574 mientras las egresadas 559.577, lo cual significa que la brecha sigue en crecimiento:
Mientras que en una década estas últimas se duplicaron, los egresados hombres crecieron sólo 50%.[22]
Midiendo precisamente salud, educación e ingreso, el “Nuevo Índice de Desarrollo Humano relativo al Género” (Naciones Unidas) dio para Argentina un valor de 1,001, donde 1 representa la igualdad total, >1 desigualdad en favor del hombre y <1 de="" desigualdad="" en="" favor="" la="" mujer.="" o:p="">
Es decir, hay una completa igualdad, incluso con una centésima a favor de la mujer.

Nos detenemos aquí a insistir con la importancia del sistema económico (para profundizar este punto, ver artículo de mi autoría en Revista FORBES).
El Cato Institute ha cruzado los datos del Índice de Libertad Económica en el Mundo con indicadores sociales relativos a las mujeres, que se desprenden del Índice de Desigualdad de Género (IDG) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2010), y ha encontrado cosas asombrosas.
Entre otras, ha comprobado que la desigualdad entre hombres y mujeres es dos veces más baja en los países con una economía capitalista que en aquellos que mantienen una economía cerrada y reprimida.
Asimismo, otros indicadores nos resultan significativos:
En los países económicamente más libres, 71.7% de las mujeres ha terminado la educación secundaria,
mientras en los menos capitalistas sólo 31.8% ha podido pasar por ella y finalizarla.
Los Parlamentos de los países económicamente más libres tienen una media de representantes mujeres doblemente mayor a la de los menos capitalistas.
La mortalidad maternal en los países económicamente más libres es de 3.1 por cada 100,000 nacimientos, mientras en los países menos capitalistas ese valor se encuentra en 73.1 muertes;
la tasa de fecundidad de adolescentes en los países económicamente más libres es de 22.4 por cada 1,000 mujeres de entre 15 y 19 años, mientras en los países menos capitalistas encontramos 87.7 casos.

Pero subrayemos lo siguiente.
El feminismo insiste en ver “patriarcado” precisamente en las sociedades que, con arreglo a sus sistemas políticos y económicos, más igualdad lograron para los sexos.
Así, nunca faltan protestas tan extravagantes como aquella que se hizo recientemente contra la depilación femenina por ejemplo (¡justo cuando muchos hombres empiezan también a depilarse!), mientras se guarda un silencio de tumba respecto a lo que acontece en otros puntos del globo donde otros sistemas políticos, económicos y culturales, mantienen a la mujer oprimida —principalmente en África y Medio Oriente—, con prácticas tales como la ablación (mutilación del clítoris) o el matrimonio de niños.
Frente a estos hechos, esta Nueva Izquierda de la cual el feminismo radical es parte, tiene listo su discurso contra el “etnocentrismo”, en favor del “multiculturalismo”, y da por cerrada epistemológicamente cualquier tipo de crítica.


Son contradicciones de ideologías que, diciendo estar del lado de la mujer, sólo buscan atacar los fundamentos del propio sistema que hizo del llamado “patriarcado” una pieza de museo histórico para Occidente.

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