BASTA
DE IDIOTEZ
Christian
Sanz
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“Yo
tengo códigos”,
me dice un colega a la hora de cajonear una investigación relacionada con un
conocido referente de la política con el que supo trabajar en el pasado.
“Es
una cuestión de códigos”, me explica una editora que decidió
eliminar un artículo periodístico que mencionaba a un amigo de ella.
“A
vos te faltan códigos”, le dice otro colega a un tercero por ventilar la
corrupción de un famoso cronista de política.
¿Acaso
se volvieron todos locos?
¿Qué
es este “chiste” de los códigos?
De
pronto, no se puede hablar de nada ni de nadie por esa bendita palabra.
No
importa si ese alguien es corrupto o cometió una falta grave, lo que importa
son los “códigos”.
¿Dónde
quedó el amor por la verdad y la justicia?
¿Cuándo alguien
entenderá que en lugar de "códigos" hay que tener
"principios"?
¿Dónde
quedó la tan necesaria cordura?
Estoy
harto de los códigos, una palabra que hizo popular la mafia.
Estoy
podrido de los colegas, amigos y conocidos que me mencionan ese término
funesto.
¿Está bien
callar una injusticia por “códigos”?
Es
una buena pregunta que bien podrían responder los periodistas que abusan de esa
palabrita.
¿Por
qué no se dedicaron a otra profesión si iban a optar por callar en nombre de
una regla de la mafia?
En lo personal,
los únicos códigos que conozco son el Civil y el Penal.
En
ellos me baso para mi trabajo cotidiano y para manejarme en mi vida personal.
Lo
saben mis amigos, mis conocidos, mis familiares e incluso mis fuentes de
información.
A
todos ellos se los he dejado en claro en más de una oportunidad:
Si
alguno comete un delito, sea cual fuere, sufrirá el rigor de mi pluma.
Así
de simple, no hay “código” que lo
evite.
No
son solo palabras:
He
denunciado a amigos, conocidos y fuentes de información cuando fue menester, en
docenas de oportunidades. No soy responsable de sus desaguisados, sino ellos
mismos.
El
día que todos entendamos algo tan básico como lo antedicho, habremos dado un
gran paso para ser un país del primer mundo.
Mientras
tanto, hasta tanto sigamos escudándonos en conceptos como este, el de los
perniciosos “códigos”, persistiremos en
revolvernos en nuestra propia decadencia.
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