El
granito de arena de los medios
En
el caso que estamos estudiando, hubo una particularidad que trasvasa todo el
análisis:
Aquellos
encargados de informar eran actores y partes en la crisis que se vivía.
Ellos
habían puesto mucho más que un granito de arena para que los hechos se
desencadenaran como lo hicieron, porque algunos se encontraban en grandes
problemas financieros y de pronto, con las medidas económicas posteriores al
2001, se vieron altamente beneficiados.
Pero
también tenían otros intereses, como simple y llanamente hacer negocios.
Lo
cierto es que la situación de la prensa después del colapso de 2001 pasó a la
categoría de “libertad asistida”.
De
buenas a primeras las protestas en las calles empezaron a ser ignoradas por los
distintos noticieros, y durante los sucesivos y cortos gobiernos a partir de la
caída de De La Rúa se tapó sistemáticamente que se habían fundido casi todas
las provincias, con la de Buenos Aires a la cabeza, la cual había dejado
despojado a su histórico Banco Provincia (BAPRO).
No
hubo una sola denuncia en los medios a raíz de los desmanejos (por usar una
palabra amable) de ese banco, que debió inventar un fideicomiso para disimular
su situación patrimonial.
A
tal punto fue así que cuando el presidente del Banco Central, doctor Pedro Pou,
trató de verificar el estado legal patrimonial del banco, esta entidad autónoma
se amparó en el Pacto de San José de Flores, que la preservaba del poder
central de la Nación, argumentando que la creación del banco local había sido
anterior a ese pacto (que databa del 11 de Noviembre de 1859).
El
intento del doctor Pou le costó el cargo por un supuesto “mal desempeño”, que
se habría cometido al tratar de cumplir con su deber en momentos de gran
confusión y contra el poder de la provincia de Buenos Aires.
Imaginando
hoy una mera hipótesis, si el doctor De La Rúa en lugar de decretar el estado
de sitio, que de nada sirvió, hubiera intervenido en el BAPRO o la propia
provincia de Buenos Aires, desde donde se gestó gran parte de su caída, tal vez
su suerte habría sido otra.
El
manejo de la publicidad oficial no solo era tan discrecional como el de los
fondos reservados, sino que todas las empresas, incluidas las periodísticas, se
encontraban en un estado de subsistencia precaria.
Y
de eso Duhalde supo sacar provecho político.
Si
se hace un recorrido por los diarios de la época durante los primeros meses del
2002, se verá que el nivel de crítica y virulencia contra la Corte dan un salto
a partir del caso “Smith” y la consecuente decisión oficial de quitarse de
encima a la cabeza del Poder Judicial, es decir, a la Corte Suprema de
Justicia.
El
uso del concepto de “Corte menemista” por parte de Página/12, acuñado por
Verbitsky antes de la reforma constitucional de 1994, se trasladó a
prácticamente todos los medios.
Lo
mismo ocurrió con la apelación a la expresión “mayoría automática” para
desprestigiarnos.
La
Corte paso a ser llamada “Corte adicta”, “mayoría automática” o “Corte
menemista”, y otros exabruptos por el estilo.
Y
la descalificación fue el paso previo a la distribución completa del alto
tribunal.
Con
anterioridad al dictado del fallo “Smith”, según los medios el problema con la
Corte residía en que se la suponía atada y dependiente de las necesidades del
Poder Ejecutivo.
Después
de aquella sentencia que reafirmaba el derecho de propiedad, esa misma
institución desafiaba y ponía en peligro a ese Poder.
Así,
muchos de los que semanas antes gritaban “independencia” ahora se quejaban,
justamente, de la independencia.
Eduardo
van der Kooy, por ejemplo, como consecuencia del fallo “Smith” decía en uno de
sus panoramas políticos:
“El
gobierno, ante el más grave desafío de poder.
El
fallo de la Corte Suprema buscó acorralar a Duhalde.
Y
quizá torcer el nuevo rumbo económico.
Pero
la alianza oficial reaccionó rápido.
El
juicio político, ineludible, añade otro conflicto y más tensión a la crisis”.
Y
calificaba de “desbarro” a la sentencia que poco antes nos decían que la
sociedad estaba reclamando:
“Está
el divorcio tajante de la sociedad con las instituciones y con la totalidad de
la clase dirigente; hierve una queja popular legitima, pero también
repetidamente desmadrada; se acaba de declarar, además, con el desbarro de la
Corte, un gravísimo conflicto de poderes”.
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