Sertorio
Fuente:
El Manifisto.com
Cuando
escribo estas líneas, todo lo que podemos hacer es especular, imaginar
escenarios y calcular infinitas posibilidades sobre el futuro inmediato de
Venezuela.
El régimen de
Chávez se resquebraja bajo el peso del dictador más bruto, idiota e ignorante
que la progresía, el castrismo y la Teología de la Liberación hayan puesto
jamás en el poder.
Ahora
se trata de saber si los bolivarianos son comunistas de verdad, como los
españoles de Izquierda Unida —los de Alberto Garzón, el que ha pedido al
Ejercito que salga a la calle—, o si son populistas de izquierdas.
En
el primer caso, el Ejército intervendrá, como mandan los cánones rojos, y
masacrará a la oposición; véase lo que paso en China en 1989, lo que sucedió en
Budapest en el 56, en Berlín en el 53 y en el larguísimo etcétera de lugares
donde el marxismo se ha impuesto.
Si son
populistas de izquierdas, el régimen se desmoronará, ya sea de
manera inmediata, con Maduro colgando patas arriba de una gasolinera, o tras un
arduo proceso de negociaciones en el que la cleptocracia bolivariana busque una
serie de salidas personales a sus fondos mal hayados, bien con una amnistía o
con una incorporación del chavismo menos criminal al nuevo régimen que prepara
el Departamento de Estado.
Para
Maduro, la única salida que le queda es sacar los tanques.
Pero
veo dictador más bruto, idiota e ignorante que la progresía, el castrismo y la
Teología de la Liberación hayan puesto jamás en el poder (y mira que es
difícil): Nicolás Maduro, padrino de la extrema izquierda española, desde Bildu
hasta Podemos.
La
operación puesta en marcha por los servicios americanos recuerda a la que llevó
a la caída de Mossadegh en Irán, a la de Marcos en Filipinas o a las que
acabaron con Arbenz en Guatemala y Allende en Chile.
El
estrangulamiento económico del régimen no es muy complicado, ya se ocupan
los comunistas desde siempre en hambrear a su propio pueblo, pero queda el
factor determinante de esta operación, que es el Ejército, un cuerpo armado de
250.000 hombres dirigido por 2.000 generales, es decir, que por cada 125
soldados hay un general.
Para
que el lector se haga una idea, el Ejército español, de contingentes semejantes
al venezolano, tiene 200 generales.
La
Wehrmacht de la Segunda Guerra Mundial, que llegó a movilizar a 9 millones de
combatientes, disponía de unos 2.700 generales en todas las armas.
Es
decir, que el ejército de Maduro es una montonera de escasa eficacia militar
que refleja en sus cuadros la inflación del país, tras la catastrófica
experiencia del Socialismo del siglo XXI, tan parecida a la del socialismo de
1917.
Y,
como todos sabemos, la inflación implica la pérdida de valor, tanto monetario
como castrense.
Es
difícil que los corruptísimos generales venezolanos quieran sacrificar sus
bienes por semejante mascarón de proa, cuando lo más fácil es sustituirlo por
otro.
Difícil
que los corruptísimos generales venezolanos quieran sacrificar sus bienes por
semejante mascarón de proa, cuando lo más fácil es sustituirlo por otro.
Incluso en caso de que los tanques pasen por encima de la gente, nada impediría
a un duro de verdad, a un hombre de Cuba como Diosdado Cabello, quitar de en
medio a semejante espantajo.
Ya
veremos qué pasa.
Lo
que nos importa aquí es contemplar el hundimiento de la izquierda hispanoamericana,
aquel batiburrillo de guevarismo, populismo, bolivarismo y catolicismo
postconciliar que parecía a punto de dominar el hemisferio hace diez años.
Incluso
acabó teniendo sus avanzadas en Europa, como Podemos, Bildu, Izquierda Unida y,
sobre todo, al papa de Roma, jesuita y demagogo porteño, que veía con
complacencia como toda la América hispana iba camino de convertirse en una
gigantesca reducción jesuítica, en un gulag indigenista.
No es de
extrañar que Bergoglio sea equidistante entre el pueblo y el tirano, siempre
que el mandamás sea de izquierdas, claro.
Todo
el gran designio jesuítico, todo el cristo-marxismo elaborado por Ellacuría y
Jon Sobrino, se viene abajo con estrépito y deja tras de sí a tiranos
sangrientos como Daniel Ortega en Managua o el Mulo Nicolás en Caracas.
Las avanzadas de
la izquierda hispanoamericana en Europa, como Podemos, Bildu, Izquierda Unida
y, sobre todo, el papa de Roma.
A
Arturo Sosa (venezolano, por cierto) el papa Negro (como se llama al General de
los Jesuitas), sólo le quedan ya Cuba y Nicaragua.
En
toda la repugnante política del Vaticano frente a Maduro y sus sicarios, no hay
que desdeñar el papel que juega Sosa como valedor de la extrema izquierda en
Venezuela, aunque haya tratado de distanciarse algo de su bolivarismo en los
últimos tiempos.
Recordemos
que, en una reciente entrevista, el papa Negro se mofó de la existencia del
Diablo.
No
nos extraña, el pobre Satanás es un
torpe aficionado frente a los saduceos de la Compañía… ¿de Jesús?
Ahora
bien, ¿qué plan hay para Venezuela?
Sin
duda, el chavismo es una aberración política, una más en la larga historia de
las izquierdas americanas.
Pero
el régimen anterior, el que salió de Punto fijo en 1958, fue el directo
responsable de la situación actual.
Cuando,
en 1992, Chávez dio su golpe fallido contra Carlos Andrés Pérez, la opinión
bien informada no podía sino ver con cierta indulgencia la acción de aquel
militar vesánico que se alzaba contra uno de los políticos más odiosos,
corruptos, homicidas y ladrones de Hispanoamérica, el espejo en el que siempre se miró Felipe González, lo cual nos ahorra
mayores explicaciones.
El
régimen de Punto fijo llevó al país más rico de América a una crisis económica
sin precedentes, sólo superada por la nefasta gestión de los bolivarianos.
Retornar a aquella situación de cleptocracia bipartidista no augura nada bueno
para el futuro de Venezuela.
Quizás
los sufridos súbditos de Maduro deberían volver la vista atrás y recordar cómo
las bases de la gran prosperidad que gozó su país no las construyeron los
parásitos de AD o de COPEI, sino los gobiernos de Eleazar Pérez Contreras, de
Isaías Medina Angarita y de Marcos Pérez Jiménez.
¿Y
qué hace España a todo esto?
Lo
mismo que el papa y que toda la progredumbre: intentar salvar al bolivarismo del juicio inexorable de la Historia.
Darle
balones de oxígeno.
Pedro
Sánchez, tan valiente con los dictadores muertos, tiembla y se esconde cuando
ha de plantarle cara a uno vivo y de izquierdas, de los suyos, pese a que sólo
se le han adelantado sesenta países en la condena del bolivarismo, entre ellos
los vecinos de Venezuela.
Ahora,
el deber de cualquier español decente es apoyar con todos los medios a su
alcance la caída de Maduro y de toda la banda de facinerosos que le sostiene.
Frente a esta gentuza, frente a estas bestias narco marxistas, no cabe
negociación alguna.
Y
que nadie se engañe: a los comunistas
nunca les ha temblado el pulso a la hora de disparar sobre el pueblo ni de
aniquilarlo por centenares de miles. Esperemos que no prevalezcan en
Caracas durante estas horas decisivas.
Esperemos
que, como Batista en 1958, tomen el avión y se larguen con viento fresco.
En
caso de que no lo hagan, toda resistencia armada es justa y necesaria.
De
eso sabía mucho el
padre Mariana, quien explicó los casos en los que era un deber el tiranicidio.
Pero eso fue hace
mucho, en 1599, cuando los jesuitas todavía creían en Dios…
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