Votar a un peronista y no morir en el intento
Por
Gabriela Pousa
Estupor,
sorpresa, intento vano de reaccionar con moderación, y el sapo posado en la
bandeja con todos los condimentos del bocado más sofisticado pero con el olor
rancio de lo rechazado.
Así
nos agarró la noticia aun cuando ya debiéramos estar curados de espanto.
Pasa
que esta vez no estábamos siendo lo suficientemente conscientes de que el
espanto merodeaba este teatro.
“Mauricio
Macri eligió a Miguel Ángel Pichetto”, sonaba menos brutal que cuando
se dijo:
“Cambiemos sumó
a un peronista a su fórmula presidencial”.
La
vena se nos puso en el cuello casi igual que a Pichetto cuando Julio Cobos (el
radical en la fórmula peronista), osó
balbucear el voto no positivo en la madrugada en que se jugaba la bendita 125.
“El
campo somos todos” de acuerdo aunque uno no tenga ni una mísera
hectárea, ni una vaca de peluche resabio de la infancia.
Pero
de ningún modo “somos todos peronistas”
¡Vade
Retro!
Al
unísono comenzaron a aparecer archivos con los momentos más peronistas del
peronista Pichetto.
Todo
al divino botón porque el mismísimo candidato a la vicepresidencia de la Nación
salió a ratificar lo que antaño dijo.
Miguel
Ángel Pichetto no “panquequeó” como suele decirse de los políticos hoy.
Ni
remotamente es un Alberto Fernández, paladín
de la negación.
Y
justamente, a Pichetto, se lo eligió por lo mismo que lo critican:
Estuvo
con todos los oficialismos.
No
se gasten buscando audios, recortes de diarios o videos, no hace falta, no.
A Pichetto se lo
eligió por todo eso.
Es
la diferencia entre lo importante y lo urgente, nada raro en política y, menos
que menos, en Argentina.
De
nuevo, el problema no es si Pichetto es o no peronista, el problema es que algunos piensan sólo en la elección, y el resto
en el día después de la elección:
En
la gobernabilidad de un país partido en dos.
En
rigor deberíamos estar satisfechos y agradecidos: Nos la hicieron fácil.
Ahora es blanco
o negro.
Los
grises desentonaron y no hallan espacio en este cuadro.
Esto
es política no religión.
Miguel
Ángel Pichetto quería ser Presidente de la Nación, el cuero no le daba para
tanto.
Mauricio
Macri quería que el kirchnerismo no regrese, sólo no podía...
A
ambos le faltaban dos para el peso.
Pichetto
armó una alternativa peronista que diezmó, en el Congreso, al bloque
kirchnerista.
Macri
advirtió que esa era la jugada que Cambiemos no supo -o no pudo- hacer en el
Parlamento.
No sé si la
unión hace la fuerza pero juntos se potencian frente a los escollos de mentes
maquiavélicas.
Hay
razones que llevaron a la fórmula “Juntos
por el Cambio”, no es un capricho del jefe de Estado que ayer se levantó de
mal humor, y quiso jorobar a un radical como si gobernar fuese un fulbito de
potrero.
No
subestimemos…
Por
subestimar al kirchnerismo soportamos doce años de caos y cinismo.
Pichetto
es un armador, Macri es un ejecutor.
No
es un juego de suma cero.
A
menos de dos días de debutar como candidato, Pichetto ya logró menguar las
listas de Misiones, Chubut y Río Negro, tres provincias que el kirchnerismo
contaba como aliadas antes de conocer el nombre del vice que Macri tenía bajo
la manga.
Son
votos no contemplaciones ni pruritos.
Las
elecciones se ganan con sufragios, no con purismos ni exquisiteces de argentino
medio pelo.
No
sé es blasfemo por votar un supuesto peronismo, y digo supuesto porque desde la
desaparición física de Perón, el movimiento justicialista mutó en estructuras
tan dispares entre sí que, pocos o nadie, se atreverían a decir cuál es la
facción política pura a la que su constructor le daría el visto bueno hoy.
Carlos
Menem se sintió y sigue sintiendo el más leal de los herederos, Néstor Kirchner
y Cristina Fernández también dijeron profesar su credo.
Peronista
es Miguel Ángel Pichetto y el “pollo” Sobrero.
Hugo
Moyano y Julio Bárbaro, Sergio Massa y el Papa Francisco…
Unos
emanados de los gremios, otros afines a los descamisados, no faltan los
autoproclamados ni aquellos inevitables que se ponen el sayo a sabiendas que en
una sociedad como la nuestra, todavía “garpa” la marchita, y el bombo del Tula
en cualquier acto.
Si
acaso desafío a algún lector a entonar completas las estrofas del Himno
Nacional muy posiblemente quedará en “off side”, pero ninguno dudaría en
tararear la marcha peronista.
No
porque sea adepto al recitado de esos párrafos sino porque la venimos
escuchando cual canción de cuna, por razones que merecen más un estudio psiquiátrico
que un simple análisis político de coyuntura.
En
los noventa vimos sucumbir un aparente liberalismo tras un proceso de
privatizaciones más peronista que la mismísima Evita.
Si
quieren discutir el grado de peronismo de cada actor del escenario político
pueden hacerlo, pero las variantes en las ideologías y también en los
principios impiden que hallemos alguna suerte de purismo.
Rogelio
Frigerio ¿sigue siendo desarrollista como el abuelo?
¿Es
Mauricio Macri el neoliberal que acusa la izquierda con el dedo?
Argentina
ya no es una geografía homogénea en ninguno de sus aspectos, somos un
conglomerado de grises matizados en extinción que esta vez no pueden alcanzar
límites precisos en un mapa electoral dibujado,
sin arte y sin marco.
Todo
se mezcla como estamos mezclados cada uno de nosotros en los hábitat que
frecuentamos.
Y ya no hay
margen para más grises, sólo queda negro o blanco en la paleta del pintor que
nos está retratando.
Asumirnos
peronistas es un reto a la autocomplacencia.
No
somos el imberbe que gritaba en Plaza de Mayo, pero tampoco somos los militares
que permitieron a Perón salir al balcón.
No somos Eva pero tampoco Isabelita, a quien vimos
con beneplácito refugiarse en El Mesidor mientras se golpeaban las puertas de
los cuarteles para que nos salven del espanto.
Y
está bien que no nos identifiquemos con nada de ello, porque nada de ello
existe hoy.
No hay Evas, no
hay María Estela Martínez de Perón, ni nada de lo que nos causa tanto escozor.
La
historia nos espanta.
No
somos lo que queremos ser, pero tampoco lo fuimos ayer.
¡Ay
si nuestros abuelos nos viesen en el cuarto oscuro ensobrando un papel donde el
candidato a vicepresidente pertenece al partido de Perón!
El
gen gorila hace mella.
Cambiemos
no era solo el nombre de un espacio político:
Era
el verbo de lo que todos, y cada uno, debíamos (y debemos) hacer si pretendemos
un presente y un mañana más afín al mundo civilizado que al pasado.
Calmados.
Nuestros
abuelos no nos verán en ese “acto de indignidad”, no saborearán el sapo que
está en nuestros platos.
Son
otros tiempos, tampoco ellos degustaron el sushi y el “fast food” del delivery
contemporáneo.
Leopoldo
Moreau no es el pibe que entraba a un canal de televisión con la boina blanca y
el escudo radical defendiendo a la Coordinadora o la renovación, ni siquiera
Ricardo – siendo el hijo de don Raúl-, es el alfonsinista que se emocionó hasta
el tuétano en la 9 de Julio cuando su padre recitó el preámbulo de la
Constitución.
Hemos
roto las fuentes sin necesidad de que vaya tanto el cántaro a ellas.
Hemos
visto derrumbarse las tradiciones más férreas, las raíces han sido mutiladas,
ya no somos las ramas del árbol que nuestros ancestros plantaron. Destruimos
todo o casi todo en décadas de ceguera voluntaria.
Hay que
construir un país desde el vamos.
Hay
que ensuciarse las manos.
Desde
el cómodo sillón del living no aportamos un ápice a este desbarajuste de país
que dejaron doce años de engaño.
Y
no somos nosotros los que estamos sentados en el Sillón de Rivadavia.
Les
aseguro que la perspectiva desde allí, debe ser mucho más clara como inviable
sin un sapo que tragarse.
La indignación
detrás de un tuit o un post en Facebook tampoco suma al sueño de volver a ser
la República que la generación del 80 gestó.
Esto
es política no religión.
No
cometeremos una herejía por votar a un peronista. ya lo hemos hecho conscientes
o no, y además el peronista en cuestión no es Perón:
Es
la encarnación del pragmatismo, de la estrategia – mala o buena -, es la
emanación del acto de elegir entre lo urgente y lo importante, que deberá
adaptarse a los tiempos que corren, y nos corren hoy.
Los
puristas que se rasgan las vestiduras están siendo funcionales al horror que paradójicamente,
quieren evitar nos socave como República y Nación.
El voto en
blanco es la actitud de un Poncio Pilato contemporáneo que después no podrá
perdonarse el lavado de manos.
Las
consecuencias las sufrirá él tanto como el otro.
Ya
no hay singularidades que priorizar, ni es momento para egoísmos y egos que si
se caen hacen más ruido que un sismo o un huracán.
Pichetto es la
herramienta que le falta a Mauricio Macri para que la Casa de Gobierno no sea
solo un edificio engalanando al Paseo del Bajo,
ni
que el Paseo del Bajo sirva nada más que para llegar a Ezeiza con equipaje de
desilusión.
Hay
que meter los pies en el barro.
Nada
tan grave que no amerite luego la redención de un baño, y la satisfacción de
haber obrado – no por viejos mandatos o límites que ni sabíamos que habíamos
plantado -, sino por la demanda de un
presente donde lo imprescindible es hacer lo que jamás hubiésemos hecho de
haber sido diferente el escenario.
Con
las abismales diferencias que caben, dudo que José de San Martín haya cruzado
la cordillera por placer o por agrado, descreo que haya sido cómodo liberar
América.
Tampoco
le debe haber gustado a Sócrates beber la cicuta, y muchos de nosotros
preferiríamos un buen asado a este sapo que yace en la bandeja junto a nuestro
plato.
Así como el
hambre no hace caso al pan duro, tampoco podemos hacer caso al sapo cuando se
juega la libertad institucional y me atrevo a decir que también la libertad
individual de los ciudadanos.
Algunos
tendrán mayor sensación de pertenecer a un mañana mejor, otros terminarán
siendo cómplices de un país que pudo ser pero no fue, gracias a un muerto que resucitan como fantasma para justificar no
haber sido capaces de embarrarse un rato.
Mañana
quizás otro sea el menú, y no sea la elección presidencial una invitación a la
última cena de una Argentina que dejamos de lado por no entender – o no
animarnos a ver la diferencia entre lo imprescindible, lo urgente y lo
importante -, en el momento indicado en que sin grises en la paleta, había que
optar por negro o blanco.
Perón
murió hace años.
Y
los “ismos” sólo sobreviven si nosotros los oxigenamos.
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