"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

viernes, 14 de junio de 2019

Macri-Pichetto:


Votar a un peronista y no morir en el intento
Por Gabriela Pousa

Estupor, sorpresa, intento vano de reaccionar con moderación, y el sapo posado en la bandeja con todos los condimentos del bocado más sofisticado pero con el olor rancio de lo rechazado.
Así nos agarró la noticia aun cuando ya debiéramos estar curados de espanto.
Pasa que esta vez no estábamos siendo lo suficientemente conscientes de que el espanto merodeaba este teatro.

“Mauricio Macri eligió a Miguel Ángel Pichetto”, sonaba menos brutal que cuando se dijo:
“Cambiemos sumó a un peronista a su fórmula presidencial”.
La vena se nos puso en el cuello casi igual que a Pichetto cuando Julio Cobos (el radical en la fórmula peronista), osó balbucear el voto no positivo en la madrugada en que se jugaba la bendita 125.
“El campo somos todos” de acuerdo aunque uno no tenga ni una mísera hectárea, ni una vaca de peluche resabio de la infancia.
Pero de ningún modo “somos todos peronistas”
¡Vade Retro!

Al unísono comenzaron a aparecer archivos con los momentos más peronistas del peronista Pichetto.
Todo al divino botón porque el mismísimo candidato a la vicepresidencia de la Nación salió a ratificar lo que antaño dijo.
Miguel Ángel Pichetto no “panquequeó” como suele decirse de los políticos hoy.
Ni remotamente es un Alberto Fernández, paladín de la negación.
Y justamente, a Pichetto, se lo eligió por lo mismo que lo critican:
Estuvo con todos los oficialismos.

No se gasten buscando audios, recortes de diarios o videos, no hace falta, no.
A Pichetto se lo eligió por todo eso.
Es la diferencia entre lo importante y lo urgente, nada raro en política y, menos que menos, en Argentina.
De nuevo, el problema no es si Pichetto es o no peronista, el problema es que algunos piensan sólo en la elección, y el resto en el día después de la elección:
En la gobernabilidad de un país partido en dos.
En rigor deberíamos estar satisfechos y agradecidos: Nos la hicieron fácil.
Ahora es blanco o negro.

Los grises desentonaron y no hallan espacio en este cuadro.
Esto es política no religión.
Miguel Ángel Pichetto quería ser Presidente de la Nación, el cuero no le daba para tanto.
Mauricio Macri quería que el kirchnerismo no regrese, sólo no podía...
A ambos le faltaban dos para el peso.
Pichetto armó una alternativa peronista que diezmó, en el Congreso, al bloque kirchnerista.
Macri advirtió que esa era la jugada que Cambiemos no supo -o no pudo- hacer en el Parlamento.

No sé si la unión hace la fuerza pero juntos se potencian frente a los escollos de mentes maquiavélicas.
Hay razones que llevaron a la fórmula “Juntos por el Cambio”, no es un capricho del jefe de Estado que ayer se levantó de mal humor, y quiso jorobar a un radical como si gobernar fuese un fulbito de potrero.
No subestimemos…
Por subestimar al kirchnerismo soportamos doce años de caos y cinismo.
Pichetto es un armador, Macri es un ejecutor.
No es un juego de suma cero.
A menos de dos días de debutar como candidato, Pichetto ya logró menguar las listas de Misiones, Chubut y Río Negro, tres provincias que el kirchnerismo contaba como aliadas antes de conocer el nombre del vice que Macri tenía bajo la manga.
Son votos no contemplaciones ni pruritos.
Las elecciones se ganan con sufragios, no con purismos ni exquisiteces de argentino medio pelo.
No sé es blasfemo por votar un supuesto peronismo, y digo supuesto porque desde la desaparición física de Perón, el movimiento justicialista mutó en estructuras tan dispares entre sí que, pocos o nadie, se atreverían a decir cuál es la facción política pura a la que su constructor le daría el visto bueno hoy.

Carlos Menem se sintió y sigue sintiendo el más leal de los herederos, Néstor Kirchner y Cristina Fernández también dijeron profesar su credo.
Peronista es Miguel Ángel Pichetto y el “pollo” Sobrero.
Hugo Moyano y Julio Bárbaro, Sergio Massa y el Papa Francisco…

Unos emanados de los gremios, otros afines a los descamisados, no faltan los autoproclamados ni aquellos inevitables que se ponen el sayo a sabiendas que en una sociedad como la nuestra, todavía “garpa” la marchita, y el bombo del Tula en cualquier acto.
Si acaso desafío a algún lector a entonar completas las estrofas del Himno Nacional muy posiblemente quedará en “off side”, pero ninguno dudaría en tararear la marcha peronista.
No porque sea adepto al recitado de esos párrafos sino porque la venimos escuchando cual canción de cuna, por razones que merecen más un estudio psiquiátrico que un simple análisis político de coyuntura.

En los noventa vimos sucumbir un aparente liberalismo tras un proceso de privatizaciones más peronista que la mismísima Evita.
Si quieren discutir el grado de peronismo de cada actor del escenario político pueden hacerlo, pero las variantes en las ideologías y también en los principios impiden que hallemos alguna suerte de purismo.
Rogelio Frigerio ¿sigue siendo desarrollista como el abuelo?
¿Es Mauricio Macri el neoliberal que acusa la izquierda con el dedo?
Argentina ya no es una geografía homogénea en ninguno de sus aspectos, somos un conglomerado de grises matizados en extinción que esta vez no pueden alcanzar límites precisos en un mapa electoral dibujado,  sin arte y sin marco.

Todo se mezcla como estamos mezclados cada uno de nosotros en los hábitat que frecuentamos.
Y ya no hay margen para más grises, sólo queda negro o blanco en la paleta del pintor que nos está retratando. 
Asumirnos peronistas es un reto a la autocomplacencia.
No somos el imberbe que gritaba en Plaza de Mayo, pero tampoco somos los militares que permitieron a Perón salir al balcón.

No somos Eva pero tampoco Isabelita, a quien vimos con beneplácito refugiarse en El Mesidor mientras se golpeaban las puertas de los cuarteles para que nos salven del espanto.
Y está bien que no nos identifiquemos con nada de ello, porque nada de ello existe hoy.

No hay Evas, no hay María Estela Martínez de Perón, ni nada de lo que nos causa tanto escozor.
La historia nos espanta.
No somos lo que queremos ser, pero tampoco lo fuimos ayer.
¡Ay si nuestros abuelos nos viesen en el cuarto oscuro ensobrando un papel donde el candidato a vicepresidente pertenece al partido de Perón!

El gen gorila hace mella.
Cambiemos no era solo el nombre de un espacio político:
Era el verbo de lo que todos, y cada uno, debíamos (y debemos) hacer si pretendemos un presente y un mañana más afín al mundo civilizado que al pasado.
Calmados.
Nuestros abuelos no nos verán en ese “acto de indignidad”, no saborearán el sapo que está en nuestros platos.
Son otros tiempos, tampoco ellos degustaron el sushi y el “fast food” del delivery contemporáneo.

Leopoldo Moreau no es el pibe que entraba a un canal de televisión con la boina blanca y el escudo radical defendiendo a la Coordinadora o la renovación, ni siquiera Ricardo – siendo el hijo de don Raúl-, es el alfonsinista que se emocionó hasta el tuétano en la 9 de Julio cuando su padre recitó el preámbulo de la Constitución.
Hemos roto las fuentes sin necesidad de que vaya tanto el cántaro a ellas.
Hemos visto derrumbarse las tradiciones más férreas, las raíces han sido mutiladas, ya no somos las ramas del árbol que nuestros ancestros plantaron. Destruimos todo o casi todo en décadas de ceguera voluntaria.

Hay que construir un país desde el vamos.
Hay que ensuciarse las manos.
Desde el cómodo sillón del living no aportamos un ápice a este desbarajuste de país que dejaron doce años de engaño.
Y no somos nosotros los que estamos sentados en el Sillón de Rivadavia.

Les aseguro que la perspectiva desde allí, debe ser mucho más clara como inviable sin un sapo que tragarse.
La indignación detrás de un tuit o un post en Facebook tampoco suma al sueño de volver a ser la República que la generación del 80 gestó.

Esto es política no religión.
No cometeremos una herejía por votar a un peronista. ya lo hemos hecho conscientes o no, y además el peronista en cuestión no es Perón:
Es la encarnación del pragmatismo, de la estrategia – mala o buena -, es la emanación del acto de elegir entre lo urgente y lo importante, que deberá adaptarse a los tiempos que corren, y nos corren hoy.
Los puristas que se rasgan las vestiduras están siendo funcionales al horror que paradójicamente, quieren evitar nos socave como República y Nación.

El voto en blanco es la actitud de un Poncio Pilato contemporáneo que después no podrá perdonarse el lavado de manos.
Las consecuencias las sufrirá él tanto como el otro.
Ya no hay singularidades que priorizar, ni es momento para egoísmos y egos que si se caen hacen más ruido que un sismo o un huracán.

Pichetto es la herramienta que le falta a Mauricio Macri para que la Casa de Gobierno no sea solo un edificio engalanando al Paseo del Bajo,
ni que el Paseo del Bajo sirva nada más que para llegar a Ezeiza con equipaje de desilusión.

Hay que meter los pies en el barro.
Nada tan grave que no amerite luego la redención de un baño, y la satisfacción de haber obrado – no por viejos mandatos o límites que ni sabíamos que habíamos plantado -, sino por la demanda de un presente donde lo imprescindible es hacer lo que jamás hubiésemos hecho de haber sido diferente el escenario.

Con las abismales diferencias que caben, dudo que José de San Martín haya cruzado la cordillera por placer o por agrado, descreo que haya sido cómodo liberar América.
Tampoco le debe haber gustado a Sócrates beber la cicuta, y muchos de nosotros preferiríamos un buen asado a este sapo que yace en la bandeja junto a nuestro plato.

Así como el hambre no hace caso al pan duro, tampoco podemos hacer caso al sapo cuando se juega la libertad institucional y me atrevo a decir que también la libertad individual de los ciudadanos.
Algunos tendrán mayor sensación de pertenecer a un mañana mejor, otros terminarán siendo cómplices de un país que pudo ser pero no fue, gracias a un muerto que resucitan como fantasma para justificar no haber sido capaces de embarrarse un rato.

Mañana quizás otro sea el menú, y no sea la elección presidencial una invitación a la última cena de una Argentina que dejamos de lado por no entender – o no animarnos a ver la diferencia entre lo imprescindible, lo urgente y lo importante -, en el momento indicado en que sin grises en la paleta, había que optar por negro o blanco.

Perón murió hace años.
Y los “ismos” sólo sobreviven si nosotros los oxigenamos. 

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