Héctor
M. Guyot
LA
NACION
Entre
las definiciones que Miguel Ángel Pichetto dio durante su conferencia de prensa
del martes, en su debut como candidato a vice, podría haber deslizado lo
siguiente:
"Soy
un general que se entrega a una causa”
Cuando asumo una
divisa, la defiendo con fidelidad y disciplina.
No
discuto las órdenes.
Ante
los altos mandos, solo cabe cuadrarse y ejecutar.
La
moral del soldado tiene su épica, pero puede resultar ingrata.
El
fragor de la lucha, el humo de los cañones, oscurece el campo de batalla.
En
medio de esa ceguera, se sigue luchando hasta el final.
Eso
fue lo que hice durante la década perdida.
Y
sí, ayudé a engendrar un monstruo.
Porque
eso es el populismo autoritario que pretende barrer la división de poderes y la
república.
Pero
aquí estoy, dispuesto a revertir lo que hice.
A
enmendarme.
Hoy,
mi causa es impedir que lo consiga.
“Y
esa batalla la peleo de este lado".
Nadie
le exigió al flamante compañero de fórmula de Macri semejante declaración, y
acaso no hiciera falta.
El
problema soy yo.
Acostumbrado
a leer novelas, me gustan los personajes de trayectorias inteligibles, con
cambios que se desprendan de procesos psicológicos estimulados a su vez por
experiencias previas.
Romanticismo
inútil:
Nada
más alejado de la política, que hoy es presente puro.
Con
suerte y viento a favor, a veces es futuro, como parece ser el caso.
La
psicología de Pichetto, que como principal espada del Senado durante el
kirchnerismo le sacó a la Cristina eterna todas las leyes, es asunto suyo.
En
las actuales circunstancias, nadie le va a reclamar por su pasado.
Lo
urgente, lo dramático, es el futuro.
Ese
que está a la vuelta de la esquina.
Pintaba
sombrío, tormentoso, y ahora se despejó un poco.
A Pichetto hay
que pedirle que sostenga la espada con la misma convicción y fidelidad que
mostró cuando defendía la causa que ahora combate.
Parece
convencido.
Abrió
los ojos hace rato y ahora, en
términos perdidamente románticos, va camino a su redención…
Lo
que todavía no está tan claro es si sucederá lo mismo con el país.
Ante
la conformación definitiva de los frentes, alguno señaló que somos todos
peronistas.
Es
verdad que hay herederos de Perón en las tres principales alianzas que
competirán en octubre.
Pero
el dato puede llevar a una impresión falsa.
Los
muchachos no se están multiplicando.
Lo cierto es que
la dispersión es consecuencia del cisma que provocó en el partido el fenómeno
inédito del kirchnerismo.
Asistimos
al desarrollo de un proceso que contradice los antecedentes y la tradición.
Hay
algo nuevo:
Esta
vez el peronismo no va todo junto y de cualquier modo a reconquistar el poder.
Esta
vez, algunos peronistas han expresado, en gestos y palabras, que recuperar la manija no lo justifica
todo.
Habrá
que revisar el "todos unidos triunfaremos".
El
kirchnerismo cruzó un límite -varios, en verdad- que otros peronistas no
parecen dispuestos a cruzar.
El
competitivo Frente de Todos en el que Sergio Massa vio el espejismo de su
oportunidad personal fue rechazado por muchos.
Uno
de los efectos no deseados del kirchnerismo (un daño colateral, desde su
perspectiva) es haber parido un peronismo que se define y actúa como
democrático.
En
ellos acaso esté el futuro del partido.
Otro
efecto de la revolución nac&pop de bolsos llenos y sueños
hegemónicos es el modo en que su renovada aspiración de poder reconfiguró el
tablero electoral.
El
sistema de partidos hoy se muestra más desdibujado que nunca.
No
alcanza para encuadrar las visiones del país en disputa.
De
allí también la dispersión.
Y
la polarización, que está justificada.
Ante
las urnas de octubre, el color de la camiseta dice poco.
Lo
que está en juego es algo previo a eso.
Lo que está en
juego son,
precisamente, las reglas de juego.
Pichetto
lo ha visto claro.
Y
lo ha dicho con todas las letras:
En octubre se
vota entre democracia y populismo autoritario.
Conoce
a la señora y no se va a dejar engañar por el enroque formal de la fórmula.
Lavagna
parece estar demasiado ocupado mirándose el ombligo.
Prescindente,
anotó su candidatura como si el sistema en el que piensa proyectarse estuviera
garantizado.
En
campaña, iguala en su discurso al oficialismo y al kirchnerismo.
A
ese palenque se ató Urtubey.
Aunque
no sea la intención, esta respetable fórmula es algo más que un canto a la intrascendencia:
Restándole
votos al oficialismo, podría favorecer el triunfo del populismo.
Se
les podría exigir, a ambos, que no lo hagan:
El
kirchnerismo fue una creación del peronismo, y el peronismo debe participar de
su superación.
Todavía
no es tarde.
Es
lo que entendió justo a tiempo el Gobierno, que ante la necesidad depuso la
soberbia y salió de la endogamia.
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