Listos a despiezar España
Javier
R. Portella
El
Manifiesto.com
Os
paso la traducción de mi último artículo publicado en el digital francés
«Boulevard Voltaire».
Ah,
sí al menos fueran los viejos rojos de antaño...
Los
de la Guerra Civil, por ejemplo.
Eran
terribles, desde luego.
Con
qué ganas masacraban, con qué ganas
aplastaban todo lo que estaba a su alcance, pero al menos no lo hacían con los
modales dulzones y la sonrisa bobalicona que despliegan sus nietos y que
desplegarán sobre todo después de este martes 7 de enero de 2020 en que un minoritario gobierno
social-comunista acaba de tomar el poder con el apoyo de todo lo que España
cuenta de izquierdista, secesionista y terrorista (los de la antigua ETA).
Los
viejos rojos de antaño aplastaban, es cierto, todo cuanto tenían delante.
Pero
su mundo no era líquido: l
La
consistencia, por más que fuera la consistencia del mal, era lo suyo.
Aplastaban,
por ejemplo, en nombre del proletariado.
Sus
nietos, en cambio, aplastan en nombre de... los transexuales.
También
en nombre de las mujeres alzadas en lucha contra sus enemigos de raza (perdón,
de sexo; perdón, de género); también en nombre de los inmigrantes, que desde
ahora vendrán aún más numerosos para sustituir a los españoles, a quienes se
conmina a disolverse tanto en la Gran Sustitución como en la Gran Dislocación
de una de las más viejas naciones fundadoras de Europa (y del Nuevo Mundo,
dicho sea de paso).
Muchos
son quienes verían con sumo placer la disolución de la nación española, patria
carnal de las personas de igual nombre.
En
primer lugar, los propios sepultureros españoles (separatistas, socialistas y
comunistas de toda laya, sin olvidar a la derecha liberal, que en los últimos
cuarenta años no ha hecho sino concesiones y genuflexiones sin tasa ni medida).
Seguidamente,
todos los que, en Europa o en otros lugares, desean la disolución de nuestras
viejas naciones (eso que ciertos identitarios llaman, con una mueca de desdén, «el
Estado nación», limitándose a ver tan sólo el primero de ambos términos).
Pero
no era en ellos en quienes estaba pensando, sino en los Soros y los globalistas
de toda condición, incluidos los de una Bruselas que corre el riesgo de pagar
un muy alto precio por la hispanofobia de la que sus tribunales acaban de hacer
gala al bendecir el acta de diputado europeo de un golpista condenado en firme
por el Tribunal Supremo español, así como la de un cierto prófugo, catalán
también, que ha encontrado refugio en Waterloo.
La Unión llamada
Europea corre el riesgo, decía, de
pagar un alto precio por semejante vileza.
Resulta
que el único país donde no había ningún verdadero sentimiento contra la UE
acaba de conocer, por fortuna, el estallido de una especie de ira popular que
ha tomado muy espontáneamente la forma del Spexit, nombre dado a la exigencia
de que España salga de la UE.
Por
lo que a reacciones populares y espontáneas respecta, las que suscita estos
días la formación del nuevo gobierno rojo-rosa son aún más significativas.
Lo
muestra un pequeño pero significativo hecho:
El
primer día del debate de investidura un joven totalmente desconocido convocó en
Madrid, él solito y a través de las redes sociales, una manifestación de apoyo
a la unidad de España.
Vox
no tuvo nada que ver, pues su manifestación está prevista para el próximo
domingo.
Resultado:
¡15 000 personas se concentraron espontáneamente ante las Cortes (o todo lo
cerca que la policía les dejó)!
Está
claro, pues, que no todo el pescado está vendido... y disuelto en España.
Ante
la incalificable traición cometida por el socialista Pedro Sánchez (había
prometido no aliarse nunca con la extrema izquierda podemita, había prometido
no buscar nunca el apoyo de los separatistas catalanes…); ante los grandes
riesgos también que todo ello entraña para el ser mismo de España se está
desarrollando tal sentimiento de rabia y amargura en una parte creciente del
pueblo español que cada vez está quedando más claro que la alternativa ya no
está en el régimen nacido en 1978.
La
alternativa está clara y definitivamente fuera de él.
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