Por
Darío Lopérfido
El
problema del coronavirus está dejando al desnudo un problema crónico en la
Argentina:
El
desprecio por la libertad y las tendencias hegemónicas de los políticos
argentinos.
El gobierno nacional funciona sin
control.
La
Justicia está, insólitamente, de vacaciones por la feria que decretó la Corte
Suprema.
El
Congreso está cerrado sin explicación ni justificación alguna.
En
casi ningún país serio ocurre eso.
Este escenario se parece más a una
monarquía que a una democracia.
El oficialismo genera esta situación y
la durmiente oposición realiza un seguidismo que oscila entre la mediocridad y
la complicidad.
Según el artículo 35 del reglamento de
la Cámara de Diputados basta que diez diputados pidan una “sesión especial”
para que se lleve a cabo.
Algo así podría servir, al menos, para
sentar posición sobre algunos temas.
Además
del descalabro institucional, hay
cada vez más señales de avances sobre la libertad individual.
Ante
la lógica necesidad de cuidarse en una epidemia, se ve a políticos que, por
ignorancia o por ideología, ponen sobre el tapete agendas que solo tienen que
ver con el recorte de derechos y el avance corporativo de un Estado mafioso.
El espíritu
triunfalista y las ensoñaciones galtierianas del oficialismo tienen que ver con
el monstruoso tamaño del Estado argentino que crearon.
Se
trata de un Estado incapaz de poner en práctica las enseñanzas de los países
que están cerca de empezar a solucionar el problema.
Nuestros
gobernantes gastan dinero en cosas intrascendentes e insignificantes en lugar
de hacer foco en lo imprescindible y llegan a situaciones perversas como las de
La Matanza, en donde las cifras de camas de terapia son ridículamente bajas
teniendo en cuenta el número de habitantes.
La
fórmula del éxito en varios países se debió a un testeo masivo y una gran
capacidad hospitalaria.
En cambio, la
estricta y hermética cuarentena argentina tiene que ver con la falencia para
realizar tests y con el deficiente sistema de salud.
Debido
al bajo nivel intelectual y al desconocimiento del mundo, el Estado argentino
elige la épica idiota y la ideologización por sobre la eficiencia.
Siembran
miedo para decir que te van a cuidar. Exponen cifras de infectados que nadie
puede tomar en serio porque no se llevan a cabo tests. Es el escenario ideal
para las ideas hegemónicas y para los políticos que sueñan con una carrera
política brillante después de “salvar a los argentinos”.
La
cantidad de fracasos acumulados en esas gestas épicas no los desalientan.
Solo
tendrían que intentar, por una vez, ser eficientes.
Utilizan,
además, discursos grandilocuentes con el fin de poner en marcha mecanismos
administrativos que permiten la corrupción generalizada.
Esta
semana nos enteramos de que el Ministerio de Seguridad adquirió, por compra directa, kits de seguridad a una
mono tributistas de 20 años sin antecedentes.
Peor
aún, al momento de la adjudicación realizaron un aumento del 20 por ciento
sobre lo pagado.
El progresismo
argentino habla de solidaridad, pero rapiña en plena epidemia.
A
esto se le suman los fideos del Ministerio de Desarrollo Social y el alcohol en
gel del PAMI.
El
Gobierno de la Ciudad también se expone a escándalos como el de la compra de
barbijos ($3.000.- c /u)
Es
verdaderamente triste para los que creemos que la oposición republicana tiene
que dar el ejemplo.
Es patético y
vergonzoso lo de los sobreprecios en la administración pública mientras los
ciudadanos pagan impuestos y no pueden trabajar.
Al
mismo tiempo que ocurre esto, reaparece el tema de los médicos cubanos, ese gran
despropósito impulsado por sectores del kirchnerismo que tienen como modelo y
horizonte para la Argentina a las dictaduras cubana y venezolana.
Está claro que
el plan de los médicos sólo beneficia económicamente a Cuba.
El
proyecto de la dictadura cubana lleva a rastras varios escándalos y existen denuncias de que los integrantes
del programa sufren condiciones cercanas a la esclavitud por parte del régimen.
Allegados a CFK
siguen agitando la idea de un impuesto a las grandes empresas.
Es
una idea carente de toda credibilidad al no estar acompañada de una mínima
intención por eliminar los excesos de la corrupción y el malgasto.
El gasto del
Estado argentino aumentó 17 puntos del PBI en los 12 años del kirchnerismo y no existe
afán alguno de achicar ese disparate.
Tampoco
hablan de destinar el dinero incautado en causas de corrupción de los años K
para combatir el coronavirus o ayudar a los que están sin trabajo por la
cuarentena.
Un
sector de la oposición presentó un proyecto para lograr justamente eso (extinción
de dominio).
Si
lo aprobaran y achicaran el Estado, que está repleto de áreas improductivas y
corruptas, tendrían algo de credibilidad.
También
por estos días anunciaron, como si se tratara de la llegada a Marte, que un
avión de Aerolíneas Argentinas iría a China a recibir limosna de ese régimen:
6.000 millones
de dólares acumula de déficit esa empresa aérea y hacen una épica de un viaje.
La
decadencia de los regímenes políticos siempre produce hechos graciosos y
patéticos.
En
cualquier momento inaugurarán un inodoro en un hospital de La Matanza mientras
entonan la marcha peronista. Tengan por seguro que los millonarios políticos
peronistas se emocionarían al oír los acordes mientras observan el flamante
retrete.
El
exceso de épica conduce directo a la idiotez.
En
términos de pérdida de calidad democrática, la idea del Gobierno de la Ciudad
acerca de que los mayores de 70 años deban solicitar un permiso especial para
salir a la calle es aberrante.
Muestra a qué
niveles de pobreza intelectual y poco apego al respeto por la libertad
individual puede llegar la clase política argentina.
Un
gobierno local se arroga el poder de crear normas autoritarias que están por
encima de la Constitución metiéndose de ese modo en la vida y la privacidad de
las personas.
El desprecio por
la inteligencia de los ciudadanos es alucinante.
El
Estado podría haber dado consejos sobre cómo usar barbijo o mantener el
“distanciamiento social” (no acercarse a menos de un metro y medio de otra
persona). Esto funciona en muchos lugares del mundo donde los gobiernos cuidan
la salud pública y no violan derechos elementales. Larreta, sin embargo,
instrumentó ese adefesio de plan y, por supuesto, el presidente Fernández lo
apoyó. Que un adulto, para hacer un trámite o para hacer lo que se le dé la
gana, tenga que pedir permiso al gobierno es una idea conceptualmente
siniestra. Se trata de un paternalismo populista que trata de idiotas a los
demás.
No
se cuida discriminando; se da información y se aconseja.
Y,
por sobre todas las cosas, se ofrecen servicios de salud eficientes.
Cuando
hace unos días le preguntaron a Ángela Merkel sobre esas estrategias, la
canciller respondió:
La
distancia entre políticos serios y humanistas frente al promedio de gobernantes
argentino es abismal. El mae“No voy a entrar ni siquiera en el debate.
Encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es
inaceptable desde el punto de vista ético y moral”.
El
maestro Juan José Sebreli expresó que corresponde aplicar el concepto de
“desobediencia civil”.
En
un artículo fantástico publicado en Infobae, el especialista en el tema, Prof.
Dr. Diego Bernardini, afirmó:
“La
pérdida de calidad democrática se vio en su plenitud en estos días con el
proyecto del gobierno de la ciudad que pone en estado de virtual 'prisión
domiciliaria’ a los mayores de 70 años que deberán llamar a un número y
solicitar autorización.
Ayer
me fui a descansar preocupado.
Hoy
al despertar, la preocupación se tornó indignación.
¿Cómo
es posible que se limite las libertades de las personas mayores con el
argumento de pretender cuidarlas? ¿Cómo es posible desconocer cómo piensan
quienes son uno de cada cuatro habitantes de tu sociedad?
¿Se
puede ser tan torpe?
Señores
políticos, a la población se la cuida de muy diversas formas, no limitando sus
derechos bajo un argumento tan burdo y anacrónico.
La
edad no es sinónimo de funcionalidad ni de estado de salud en una persona...
Hay muchas personas mayores que son sanas y que conocen otras personas mayores
que tienen buena salud y son tan sanas como ellos, trabajan, se enamoran,
cuidan, viajan y tiene un proyecto de vida independientemente de su edad”.
Esa
pérdida de calidad democrática, los avances sobre la libertad individual, la
brutal crisis económica y la corrupción de la política están armando un caldo
de cultivo propicio para la pérdida de derechos.
La
ciudadanía debe poner límites a los atropellos.
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