Carlos
Mira
El populismo
fascista se ha colgado una medalla que buscaba desde hace largo tiempo:
Logró que
cerrara LATAM Argentina, una empresa de
1700 empleados y que operaba en el mercado de cabotaje desde hace más de 15
años.
El
gremialismo aeronáutico, con Biró a la cabeza, en conjunción con el gobierno
kirchnerista, ahogaron el último oxigeno que le quedaba a la compañía al
prohibirle readecuar su personal a la crítica situación por la que atraviesa el
mercado aerocomercial y además impedirle una renegociación de los salarios.
No
caben dudas que varias copas de champagne se abran levantado para celebrar este
hito en la cadena que el fascismo viene jalonando en la Argentina para asfixiar
al país, someterlo a un aislamiento atroz y terminar con las pocas
vinculaciones que le quedan con el mundo.
La conectividad
aérea es un símbolo de la libertad, un baluarte de las decisiones
autónomas, un sinónimo de la capacidad individual para decidir la propia vida.
Cañonear ese emblema de la soberanía individual era, además de un propósito
estratégico, un objetivo psicológico que se había propuesto el populismo
aislacionista.
Y
lo logró.
¿Qué
ocurrirá con las personas que trabajaban en LATAM?
Todavía
no hay nada seguro, pero es muy posible que alguna lumbrera del
estatismo proponga crear una compañía estatal que absorba al personal que
pasará a ser un nuevo plantel de empleados públicos a cargo de la sociedad.
El
desbarranco de la Argentina es ostensible y triste.
De
ser el país en donde la gente venía a hacer despegar sus vidas, a dar rienda
suelta a sus inventos y a multiplicar la riqueza, se ha convertido en una tierra mísera, abatida por la pobreza y la
escasez.
La
Argentina era el país donde la ley permitía a hombres como Torcuato Di Tella,
por ejemplo, inventar en 1911 una amasadora de pan, el origen de SIAM (Sección
Industrial Amasadoras Mecánicas).
SIAM
empezó con las amasadoras y siguió fabricando heladeras, cocinas, autos, motos,
todo esto para lo que dicen que la Argentina de la Constitución era un modelo
“agroexportador”.
SIAM
es un símbolo de lo que no debe hacerse:
Nació
en un país libre y comenzó a decaer
en un país con protección industrial, hasta que los hijos de Torcuato
Di Tella mordieron el anzuelo y se metieron en la política, quebrando a la
empresa en 1972.
Bartolomé Elong
inventó en 1875 la primera desgranadora en Colonia Hesller, Santa Fe.
En 1917 aparece
la primera cosechadora autopropulsada del mundo, inventada por José Frick en
Pihué.
En 1878 Nicolás
Scheneider fabrica el primer arado en Esperanza;
Jacobo Peuser,
en 1867 creó un emporio de artes gráficas y puso a la industria editorial
argentina a la cabeza de Iberoamérica por mucho tiempo.
En
1870 Sebastián Bianchetti creó las balanzas que llevaban su nombre.
En
1889 surge en Barracas, de la unión de varias empresas más chicas, la Compañía General de Fósforos.
Teníamos
tremendos empresarios como Ernesto Tornquist que invirtieron en la fundación de
ciudades y en empresas como la Fundición Samboni, Ferrum, Tamen, Sancicena, los
Astilleros de Berisso, entre otros emprendimientos.
En 1886
Tornquist invierte en la industria de ferrocarriles en el norte de Santa Fe,
cuando recién llegaban los primeros colonos y empezaba a poblarse la zona y
también invirtiendo en la exploración y explotación de petróleo.
En 1860 el
austrohúngaro Nicolás Mihanovich inicia el imperio naviero que luego
continuaría Dodero.
Pensar
que hoy en día la mayor parte de la flota mercante está en manos de empresarios
paraguayos que se aprovechan de las ventajas del sistema fiscal y laboral de su
país.
En 1824 Joris
Steverlynck funda Algodoneras Flandria, con tal éxito que a su alrededor crece
la ciudad del mismo nombre, cerca de Luján.
Este
era el país que en 1889 con motivo de los cien años de la Revolución Francesa,
en la Exposición Universal de París, asombraba al mundo.
Había
dos símbolos que se llevaban las miradas:
La
Torre Eiffel y la otra era un pabellón, que imitaba un palacio, era el pabellón
argentino, donde, por supuesto, que se veían los productos agrícolas y
ganaderos que venían de las pampas pero también los ejemplos de multitudes de
industrias como la cámara de conservación en frío de la empresa Sancicena y
otros tantos que se exponían allí mismo.
Todo
ese asombro hacía decir, por ejemplo, a algunos periódicos franceses de la
República Argentina:
“Su
futuro es tan grande, su prosperidad creciente, su situación excepcional, que
es comparable a los Estados Unidos del Norte”.
Todo
esto se logró en un país que respetó en esos años el sistema económico alberdiano plasmado en
la Constitución de 1853, que podríamos resumir en cinco parámetros:
Respeto absoluto
a la propiedad privada
Libertad de
comercio
Muy pocos
impuestos
Moneda sana
Libertad para
producir y trabajar
Sin
subsidios, sin protecciones, sin transferencias de ingresos, sin
“redistribución” del ingreso.
Este es el país
que estaba entre las siete mayores potencias económicas de la Tierra y que hoy luce,
en los índices de nivel de vida, al lado de los peores del mundo, echando
empresas como LATAM en lugar de inventarlas, de crearlas, de recibirlas, de
expandirlas, de desarrollarlas.
¡Volvamos
a las bases libertarias de Alberdi!
Esas
mismas bases que nos convirtieron en el país más rico del mundo y dejemos el
populismo fascista que hizo de nosotros una republiqueta y nos está llevando a
un desastre irrecuperable.
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