Alberto
Fernández (1)
PARA
LA NACION / 20 de Abril 2015
Hubo un tiempo
en que la sociedad argentina tranquilizó su conciencia cargando culpas sobre
las víctimas del terrorismo de Estado.
Eran
tiempos en donde algunos eran detenidos y torturados, muchos otros eran
obligados al exilio y miles eran asesinados o simplemente desaparecidos de la
faz de la tierra.
La
dictadura, que causaba tantos males, se ocupaba de sembrar dudas sobre esas
víctimas.
"Por
algo será"
o "algo
habrán hecho", repetían hasta penetrar el inconsciente colectivo y
lograr la pasividad social ante tantos atropellos.
Tanto
éxito tuvieron en esa práctica que millones de argentinos lavaron cínicamente
sus culpas y acabaron haciéndose cómplices de los perseguidores.
Aquella
"acción psicológica" desplegada por los genocidas acaba de ser revivida por el gobierno nacional.
Ahora
se trata de tapar tan sólo una muerte:
La de un fiscal
que denunció el objetivo final del inexplicable pacto firmado entre el gobierno
argentino y el iraní.
Alberto Nisman,
el fiscal del que hablamos, murió hace 90 días de un tiro en la cabeza.
Su
vida acabó seis días después de haber promovido aquella denuncia y un día antes
de tener que fundamentarla ante los diputados de la Nación.
La Presidenta
dijo inicialmente que se trataba de un suicidio.
Casi
inmediatamente se corrigió y aseguró que estábamos ante un asesinato del que no
tenía pruebas, pero sobre el que no tenía dudas.
Agregó
algo más: la causa de ese asesinato era
una disputa entre servicios de inteligencia que, sin duda, dependían de ella.
Una
sola conclusión debería sacarse de tamañas afirmaciones:
Según
la Presidenta, a Nisman lo mataron los
servicios de inteligencia que dependían de ella.
A
partir de ese instante, tal vez advertidos del acto fallido presidencial, el
Gobierno se ocupó de sembrar dudas sobre el muerto.
Entonces
Nisman fue sospechado de ser víctima de un crimen pasional en una relación
homosexual de la que era parte.
Cuando
la idea no cuajó socialmente, lo mostraron rodeados de mujeres bonitas y de
homosexual se convirtió en "mujeriego".
En
esa carrera de descrédito, un ministro se animó a plantear que pagaba esas
compañías femeninas con dineros públicos, y para avalar la historia plagaron
las calles de la ciudad con afiches que mostraban al fiscal muerto rodeado de
mujeres en un escenario festivo.
Nada
de eso les bastó.
Descubrieron
después que el fiscal tenía una cuenta en el exterior junto a un colaborador,
su madre y su hermana, y sembraron más dudas sobre su ética pública.
Días
atrás, un periodista norteamericano me consultó sobre la muerte de Nisman.
Empezó
con un comentario: "La imagen del fiscal ha quedado dañada".
Entonces
creí entender lo "exitoso" de la campaña de descrédito que el
Gobierno lanzó sobre el fiscal que lo acosaba.
Me
animé a preguntarle si creía que esa muerte era el resultado de la violencia
emergente de una relación homosexual, de la acción de un proxeneta que le
reclamaba deudas al asesinado o de algún financista de Wall Street que se había
enojado con el titular de una cuenta.
Obviamente
sonrió casi avergonzado.
Sabía que la
razón del deceso era la denuncia realizada y advirtió rápidamente lo
desafortunado de su comentario inicial.
Ninguno
de los hechos que el Gobierno atribuye a Nisman tiene que ver con su muerte.
Sólo
los exhiben para mostrarlo frívolo y turbio y así restarle veracidad a su
relato incriminador.
Lo
hace para tapar que su muerte sólo se originó en la denuncia que hizo y que
hasta aquí nadie se dignó a investigar.
Recurriendo
a argumentos teóricos, los jueces interpretaron que el delito denunciado no había
comenzado a ejecutarse porque el Parlamento iraní no lo había aprobado.
En
consecuencia han dicho que si ello hubiera ocurrido el delito se hubiera
perfeccionado.
Siendo
así, ¿quién
investiga la maniobra dolosa de los que promovieron la concreción del delito?
En
un sistema judicial que investiga ligeras denuncias anónimas cuando cargan
culpas sobre opositores, es lamentable ver que la imputación de tres fiscales
no basta para dar inicio a una pesquisa,
si cargan responsabilidades sobre la rígida Presidenta, su patético canciller y
algunos de sus marginales seguidores.
Es obvio que la
calidad institucional de la justicia federal está en tela de juicio por la
conducta de muchos de sus miembros.
Pero
no cabe duda de que en el caso en el que se ventila la muerte de Alberto Nisman
el dislate judicial que parece irreversible acaba minimizado en el imaginario
público por la demoledora acción de desprestigio que el gobierno nacional lanzó
sobre la víctima.
Entonces
una vez más aparece la circularidad de la historia argentina, y todo vuelve a
repetirse.
Casi
cíclicamente, como ratificando "el mito del eterno retorno" de
Nietzsche.
Pero
esta vez no son los genocidas los que inyectan la idea de "que algo habrá
hecho" la víctima.
Esta vez lo hace
un gobierno que aunque propicia el castigo de esos genocidas acaba repitiendo
una de sus más infames prácticas, que consiste en enterrar la memoria
del muerto en el mar de los infames y dejar impunes a sus perversos asesinos.
Así procede el
Gobierno.
Por
algo será…
(1) El
autor fue jefe de Gabinete (2003-2008) y hoy es referente del Frente Renovador
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