Por
Enrique Guillermo Avogadro
“Los
populismos del tercer mundo, una caricatura de los totalitarismos, fueron semi totalitarios
escondidos en un marco democrático. El parlamento siguió funcionando pero
subordinado al poder ejecutivo, y la prensa fue sometida a todo tipo de
presiones”.
Juan José Sebreli
Tras
la oscura niebla generada por la pandemia, agravada por cien días de inédito
confinamiento (se cumplen hoy), dispuesto en un país que entró en ese
complicado escenario arrastrando la generalizada crisis que lo golpea desde
hace, al menos, nueve años, el Poder
Ejecutivo está modificando violentamente el marco institucional y el tejido
socio-económico, ambos bien endebles por cierto, en que vivimos.
Si
en el mundo entero la cuarentena se ha convertido en el experimento de control
social más grave de la historia, aquí
adquiere características alucinantes.
Apoyado
en un comité de “expertos” –que no pueden tener experiencia alguna por tratarse
de un nuevo virus, como lo demuestran las muchas diferencias de opinión sobre
las medidas preventivas y sobre los tratamientos aplicables en cada país- el Gobierno optó por una medida que
producirá más enfermedades y muertes que las que se han evitado pues está
destruyendo, en muchos casos en forma terminal, a miles y miles de
empresas, las mismas que resultarán
imprescindibles en la post-pandemia para una sociedad pauperizada.
Mientras
otros países tratan de evitar que los emprendedores colapsen con un apoyo
monumental y quita de impuestos, en la Argentina se les impide trabajar y
producir, y se persigue –hasta con actos de vandalismo- al único sector capaz
de generar las esenciales divisas.
El Gobierno
utiliza el ya injustificable encierro para intentar aplanar otra curva, la de
la grave inflación y la consecuente corrida al dólar, fundada precisamente en
la inexistencia de moneda, que se acentuará por la brutal emisión actual, que
parece no tener límite.
La
curiosa gestión del Ministro Martín Guzmán en la refinanciación de la deuda
externa, que ya nos ha costado unos US$ 10.000 millones adicionales desde
diciembre, parece destinada al fracaso.
Podría
achacarse a una mera torpeza de un profesor nada habituado a negociar con los
grandes fondos de inversión pero, en realidad, se debe a la ideologización que le ha impuesto su maestro, Joseph
Stiglitz, que pretende transformar nuestro problema en un leading case para
futuras conversaciones entre países deudores y fondos acreedores.
El caso Vicentín
es otra muestra de esa situación:
El
Presidente cometió un grave error de derecho al firmar el decreto de intervención
transitoria y anunciar el envío de un proyecto de expropiación al H°
Aguantadero, y eso quizás podría achacarse a la notable y general impericia que
exhibe el gabinete de “científicos, no de CEO’s” (sic) de Alberto Fernández, pero también en este tema la realidad
es otra:
Obedeció a la
decisión de Cristina Fernández de hacerse de una participación en el mercado
granario
pero, sobre todo, a su ansia de venganza por el grueso sopapo que le propinó el
campo, a través de Julio Cobos, en 2008.
El
efecto seguramente no deseado fue que la empresa –cuya existencia era ignorada
por la enorme mayoría de la ciudadanía hasta el día anterior al desaguisado
presidencial- se convirtió en bandera en la reciente y multitudinaria protesta
contra la prepotencia kirchnerista.
Eso
quizás, sólo quizás, evite otro zarpazo
sobre SanCor, que tiene tantos o más problemas.
Pero todo ello
empalidece frente a la actitud del Ejecutivo de violentar la Constitución y las
leyes.
El
miércoles se dio un caso paradigmático en el Senado, cuando la Vicepresidente
que, como tal, ejerce la Presidencia del cuerpo, no sólo modificó arbitrariamente la agenda legislativa sino que, para
obtener la constitución de una comisión investigadora sobre los créditos
recibidos por Vicentín durante la gestión macrista, negó a la oposición la
palabra y violó el reglamento que exige, para conformarla, el voto
afirmativo de dos tercios de los senadores.
Por si ello
fuera poco, las facultades atribuidas a esa ilegal comisión arrasan con la
división constitucional de poderes, puesto que le permite allanar
domicilios, disponer la comparecencia compulsiva de testigos, etc., todo
reservado a la Justicia.
Y
no contenta con ello, impuso a Claudio Cholakian, fundador de Justicia
Legítima, como Administrador General del Poder Judicial, es decir, quien decide cuánto, cuándo y dónde van
los fondos.
Podría
creerse que se trata de algo intrascendente pero, si se piensa que será quien
deberá darle a la Cámara Nacional Electoral, que expuso claramente el problema
el miércoles, el dinero necesario para organizar tanto las PASO como las
elecciones legislativas generales del año próximo, el tema adquiere una
importancia más que singular para el proyecto ladri-populista de perpetuarse en
el poder:
¿Se
invocará la falta de presupuesto para postergar los comicios en épocas de
pandemia?,
¿qué
métodos se usarán para alterar los resultados, si es que se celebran?
Las principales
espadas mediáticas del kirchnerismo están anunciando diariamente la voluntad de
su jefa de modificar la Constitución para, como dijo el propio Alberto,
crear un nuevo “contrato social”, y una sociedad enferma de pánico al contagio
podría mirar para otro lado ante ese despropósito y estar dispuesta a tolerar
tamaño desquicio.
Por
ello es imprescindible que tomemos conciencia del rumbo que Fernández² está
imponiendo al Gobierno.
La
forma de hacerlo, como expliqué la semana pasada, es constituir en cada pueblo,
barrio y ciudad grupos de ciudadanos organizados para hacer frente a todo y
cualquier tentativa de terminar con la República, la Constitución y la
democracia.
Si
usted comparte estas ideas, convenza a sus amigos y contactos, físicos y
virtuales, de nuclearse para la defensa de todo un sistema de vida en libertad,
tan en peligro hoy por los avances del “socialismo
del siglo XXI”, que Cristina pretende liderar en Latinoamérica.
Bs.As.,
27 Jun 2020
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