Carlos Mira
Los argentinos pueden creer que el gobierno transita un camino de vaguedades, mezcladas con una anomia de ideas y un amateurismo administrativo alarmante. Puede creer, en suma, que estamos frente a un conjunto de improvisados combinados con burros que no tienen demasiada idea de lo que hacen.
Y
es verdad que hay condiciones objetivas para pensarlo.
Hay
pruebas evidentes de mala praxis, de sostenimiento de ideas perimidas, de
burradas grosas cometidas aquí y allá y de mentiras insostenibles para cubrir
otros tantos malos resultados.
Pero
en realidad, mientras muchos creen eso, el gobierno y sus funcionarios trabajan
para la consecución de una serie de metas y para el cumplimiento de un plan.
Sé que la palabra “plan” despierta escozor porque muchos sostienen que para diseñar un plan y ejecutarlo hay que tener inteligencia, condición que le niegan de plano al kirchnerismo.
Y
yo puedo estar de acuerdo con el planteo referido a la inteligencia. En efecto,
creo que el kirchnerismo en general y los kirchneristas en particular no son
inteligentes.
Pero
son malos.
Malos de maldad,
de malicia.
Y
la malicia es una forma subalterna de la inteligencia.
La compulsión a
hacer el mal, por odio o por resentimiento, tiende a agudizar el ingenio hasta
producir resultados parecidos a aquellos que produce el ejercicio de la
inteligencia.
Por
supuesto que esas consecuencias son funestas y el inteligente no deriva su
esfuerzo a la obtención de resultados funestos.
Pero aquel al que lo anima la maldad puede, efectivamente, desarrollar instintos eficientes para conseguir lo que persigue.
El kirchnerismo es una organización ilícita disfrazada con las ropas de la política para que ese disfraz le permitiera llegar a ocupar los sillones del Estado y desde allí manejar los privilegiados hilos de las instituciones para avanzar hacia sus objetivos.
Naturalmente
uno de esos objetivos es enriquecerse, como lo perseguiría cualquier ladrón.
La
diferencia es que un ladrón que opera en “el sector privado” del hampa tiene un
nivel acotado de ganancias y mucho riesgo asumido.
El kirchnerismo,
trabajando desde el Estado y poco menos que encarnándose en él, accede a
fuentes de riqueza que un ladrón “privado” no sueña ni de cerca.
Las
arcas públicas ponen a disposición de quienes las manejan millonadas impensadas
para los pungas.
Además
a los chorros de la calle se supone (esto es cada vez más relativo, justamente
bajo el kirchnerismo) que los persigue la ley y que si los atrapan pagarán
algún tipo de consecuencia.
En cambio los
kirchneristas sentados (y encarnados) en el Estado pasan de, alguna manera,
a ser la ley.
Ellos
no solo cuentan con las puertas de acceso a delitos cuantiosos sino que también
manejan los privilegios de la impunidad pública y de transformar cualquier
insinuación que pretenda acusarlos en una “persecución política” o en un
“lawfare”.
Pero
no solo es el acceso directo a fuentes de fortuna que pasan directamente por
sus propias manos y dependen de sus propias decisiones sino también el manejo
de políticas y de relaciones que los delincuentes privados no tienen.
Uno de esos
casos es el narcotráfico.
Durante la administración de Cambiemos, uno de los puntos rescatables de su trabajo en el gobierno (junto con las relaciones exteriores, la vinculación con el mundo y el tema seguridad) fue el encarar la guerra contra el narcotráfico como uno de los puntos distintivos de su política.
Tanto
la central de inteligencia, como la UIF y la secretaría de lucha contra el
narcotráfico (que el kirchnerismo había
abolido) trabajaron en conjunto para desbaratar el accionar de bandas
criminales de tráfico y lavado de dinero, tanto en el país como fuera de él,
trabajando para ellos en conjunto con centrales de inteligencia de otros
países.
Uno
de esos casos fue el de Paraguay y el de la Hidrovía del Paraná.
Por allí circuló
durante el kirchnerato 2003-2015, gran parte de la droga que se
comercializaba en la Argentina y en el Paraguay y que también salía desde aquí
hacia Europa.
Bajo
ese convenio, celebrado en 2016, se
pudieron detener a varios barones de la droga como Luis Saucedo e Ibar Pérez
Corradi, este último operador de los cargamentos de efedrina que entraron al
país durante la gestión de Aníbal Fernández como ministro del interior y jefe
de gabinete de Cristina Fernández y que llevó al triple crimen de General
Rodríguez.
Una investigación de Periodismo y Punto demuestra que el gobierno kirchnerista está tomado la decisión de dar de baja ese acuerdo de cooperación con el Paraguay porque la nueva titular de inteligencia, Cristina Caamaño, entiende que se debe dejar de hacer inteligencia criminal para pasar hacer inteligencia “estratégica” entendiendo por ella el trabajo que “preserve los recursos naturales y evite que el país sea víctima de los fondos buitre”.
Periodismo
y Punto advierte que de concretarse el plan la droga volvería a fluir
libremente por la Hidrovía del Paraná.
Caamaño,
que expresamente dijo “no estar al tanto” de la situación en la Triple Frontera
porque “sus hombres no habían podido viajar hasta allí por el coronavirus”, es
un engranaje más para convertir, de la
mano del kirchnerismo, a la Argentina en un narco estado en donde los
narcotraficantes y los lavadores de dinero se asocian a los funcionarios
públicos para multiplicar sus ganancias con la protección de las instituciones
de la república.
Cambiemos claramente fue un fracaso económico.
Ese
fracaso el país lo pagó con el regreso al poder de la banda delincuencial más
grande que el país conoció desde 1810 hasta hoy.
El
trabajo de personas como Mariano Federeci, por ejemplo, va camino de perderse
por completo y una variante esencial del acceso a fortunas incalculables está
presta a ser reanudada.
El
kirchnerismo no deja nada por hacer en su plan de hacerse rico a costa de la
vida y la fortuna de los argentinos.
Quizás
no sean inteligentes.
Pero
tienen una profusión de malicia que reemplaza esa virtud con creces…
No hay comentarios:
Publicar un comentario