RADIOGRAFÍA DEL NUEVO NARCO-ESTADO EN LA IBEROSFERA
María
Zaldívar
La Argentina apesta.
Ya
no es ni una mala sombra de la potencia económica y cultural que fue.
Su
decadencia es estructural; el país hace gala de sus peores modales:
la
corrupción de los agentes del Estado se ha transformado en una forma de
gobierno;
pide dinero
prestado para gastar sin control y luego se niega a devolverlo y no se cansa de
desalentar la inversión que tanto necesita.
Los
primeros en desconfiar de ese estado cleptómano son los propios argentinos que,
como medida de precaución, depositan sus ahorros en mercados que garantizan la
seguridad jurídica, un concepto que su país desechó hace décadas y se evaporó a
la par del respeto por la propiedad privada.
Por
estos días nos enteramos de la venta de droga mezclada con alguna sustancia aún
más letal que la cocaína que se comercializaba ilegalmente en pequeños sobres;
esa composición desconocida, que produjo la muerte de decenas de adictos, ocupa
los medios nacionales como si fuese una novedad que la Argentina hace años dejó
de ser un país de tránsito para transformarse en uno de consumo, productor y
exportador de sustancias prohibidas.
Los
datos oficiales hablan de 24 muertos y más de 80 hospitalizados, pero como en
la Argentina ninguna cifra es creíble, es prudente tampoco tomar ésta por
cierta.
La
disolución nacional se muestra con desvergonzada claridad precisamente en estas
situaciones: cuando ocurre un hecho de extrema gravedad, la solución oficial es
sencilla y repetida, y consiste en la “no solución”;
el
Estado sólo espera el paso del tiempo para que todo quede impune.
Así
ocurrió con la voladura de la Embajada de Israel, 30 años atrás, o con el
atentado contra la mutual israelita AMIA, hace 28, que se cobró 85 vidas.
Con el caso del
fiscal Alberto Nisman, un magnicidio ocurrido hace siete años y cuya
investigación aún no ha concluido; o con las propiedades y millones de
euros en poder del kirchnerismo, imposibles de justificar.
Los
mencionados y tantos otros son ejemplo de cuestiones gravísimas que siguen sin
resolverse, cuyos responsables gozan de
impunidad y los castigos judiciales a las conductas delictivas nunca llegan.
Nadie parece
reparar que en la Argentina ocurren hechos de sangre que antes veíamos en
películas o en México
En
un primer momento se aseguró que se trataba de la mezcla de cocaína con
fentanilo, un poderoso opioide y cuya importación ha crecido de manera escandalosa
sin motivo que lo justifique.
Esto
mismo pasó años atrás con la efedrina, otro precursor que entraba en el país en
cantidades siderales. Tres días después ya se dudaba de esa primera información
y actualmente se menciona otra, aún más dañina. En resumen, no se sabe qué es,
quién la comercializó ni cuántas personas fueron las afectadas.
El
Estado se limitó a aconsejar a la población que, quienes hubiera adquirido
drogas de ese dealer por esos días, no las consumieran.
En
simultáneo, los ministros de Seguridad de Nación y provincia de Buenos Aires
pelean por Twitter y el presidente de la Nación lleva una ofrenda floral al
asesino chino Mao Tse Tung envuelto en una bufanda roja.
Si el
kirchnerismo es capaz de homenajear al responsable de la muerte de 75 millones
de personas, imagine el lector si se va a conmover por un puñado de adictos.
Este
dramático episodio ocurrió en el distrito más populoso y pobre del país, la
provincia de Buenos Aires, y encontró a su máximo responsable político, el
marxista Axel Kicillof, paseando y fotografiándose por Rusia y China también
envuelto en una refulgente bufanda roja.
Es
cierto que durante la presidencia de Mauricio Macri hubo una suerte de intento
por frenar el festival de tránsito de estupefacientes en el que se había vuelto
la Argentina después de 12 años de kirchnerismo.
Fronteras
“colador” y sin radarización, “mulas” humanas transportando drogas de variada
especie y calidades por aire y tierra, fuerzas de seguridad y elementos de la
justicia enredados en el multimillonario negocio no se desata en un rato.
El
presidente Uribe puede dar fe de ello.
La
droga espera y persiste, compra voluntades y la pobreza extrema es el caldo de
cultivo para su florecimiento.
Nadie puede
negar que la provincia de Santa Fe es tierra de narcos; tanto es así que hoy se
la menciona como la “Sinaloa del Paraná”, y nadie da la voz de alerta
Es
suficiente con acercarse a esos barrios marginales y absolutamente carenciados,
donde la venta de drogas al menudeo es la actividad económica principal, para
comprobar la connivencia policial.
Los
habitantes hablan de los “esquineros”, niños que el negocio utiliza para dejar
bolsas de dinero que luego la policía retira. La elección de menores no es
casual; su imputación resulta gratis, pues son liberados horas después de su
detención.
Para
los pequeños y sus familias este “trabajo” resulta sumamente lucrativo, en un
país con 50% de pobres y una desocupación por encima de 12 por ciento.
“Los tribunales
orales que deben juzgar a los narcos tienen 19 cargos vacantes y las causas se
diluyen” titula esta semana el diario Clarín.
La
acción perniciosa de unos y la inacción de otros es un combo tan letal como la
droga misma.
Sorprende
que la dirigencia sólo se escandalice de los avances del narcotráfico en los
estudios de televisión.
Sacando
contadas excepciones, nadie parece reparar que en la Argentina ocurren hechos
de sangre que antes veíamos en películas o en México.
Tiroteos
a plena luz del día, gente ajusticiada en las calles, familias de conocidos traficantes
que amenazan a jueces y fiscales se comentan en los noticieros de tv entre el
informe meteorológico y el último gol de Leo Messi.
La hipocresía de
toda la clase dirigente excede a los políticos, profesionales en el arte de
hacerse los distraídos; abarca también al empresariado y a los medios de
comunicación.
Claro
que los primeros son un puñado, cada vez más reducido atento al ritmo en que el
país se achica y cada vez más politizados y los segundos son oligopolios
vergonzosamente entreverados con el poder político cuyos intereses exceden la
información y la verdad.
Se debate si hay
que despenalizar el consumo de estupefacientes en lugar de preguntarse qué le
falta a la Argentina para convertirse en otro narco-estado
Nadie
puede negar que la provincia de Santa Fe, otro importante distrito argentino,
es tierra de narcos; tanto es así que hoy se la menciona como la “Sinaloa del
Paraná”, la capital de la vaina servida.
Sin
embargo, pasan los gobernadores, los diputados, los senadores, los representantes
de la sociedad civil, cámaras empresarias y reconocidas fundaciones sin que
ninguno haya dado la voz de alerta.
La
vida continúa sin hacerse preguntas mientras se debate el cambio climático.
El
episodio de la droga envenenada en la provincia de Buenos Aires debería
incomodar al Gobierno nacional, ya que tuvo lugar en el distrito que es el
bastión peronista insignia, al que debe agradecer la porción más generosa del
total de sus votos.
Pero
de la tibieza con la que ha sido tratado el episodio, se deduce que no preocupa
demasiado.
La
carencia de autoridades con mirada de estadista sobre las cuestiones de Estado,
de dirigentes que se atrevan a enfrentar el tema y de medios de comunicación
con un decidido sesgo izquierdista ha torcido el debate hacia el planteo de si
es momento de despenalizar el consumo de estupefacientes, en lugar de
preguntarse qué le falta a la Argentina para convertirse en otro narco-estado
de la iberosfera.
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