"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 20 de diciembre de 2009

Nuestro héroe de Navidad...

Por Cristina Bajo

Nació hace más de dos mil años, en un lugar al que no recordaríamos si no fuera porque allí lanzó su primer “ay”.

Las autoridades, sordas a cualquier problema que pudieran tener, obligaban a los judíos a empadronarse en ciudades a veces lejanas, así que su madre, María, tuvo que montar un burro –no podía pagarse un caballo– y marchar a Belén, a pesar de estar a punto de dar a luz.

Debido al éxodo, no había lugar en los albergues, y en la desesperación, se dieron por felices cuando se les permitió guarecerse en un establo.
Su madre lo trajo al mundo acostada sobre la paja, posiblemente ayudada por las criadas del lugar, mujeres con manos curtidas de atizar el fuego y desgranar gavillas.

Su cuna fue un manojo de pienso, y se durmió, sin un llanto, envuelto en el manto de María y calentado por la presencia de los animales que, según la leyenda, le dieron calor con su aliento.

Pero algo sorprendente sucedía afuera: unos pastores, que dormían al aire libre, fueron despertados por un ser hecho de luz y belleza que, ante el terror de sus almas sencillas, los tranquilizó diciéndoles que estaba allí por un niño, un niño nacido a pocas leguas.

No era el hijo de un príncipe, ni de un jerarca, ni de un rico comerciante, sino de gentes tan pobres como ellos.
Aquel niño debía ser resguardado, les advirtió, porque crecería para enseñar una nueva doctrina que lucharía contra la injusticia, que liberaría esclavos, que instaría a los hombres a amarse los unos a los otros, que elevaría el mérito de la mujer, que instaría a perdonar las ofensas, a propiciar la caridad sobre la indiferencia, la responsabilidad sobre la despreocupación.

Y el ángel les pidió que fueran a velar por la criatura, pues estaba sentenciada por un rey que mandaría sobre él un ejército mucho mejor armado que los simples cayados que ellos esgrimían ante los corderos.
También les dijo que el Niño era hijo de un Dios, aunque fuera un Dios al que no conocían.

Los Sabios vinieron después, trayendo las ofrendas del mundo, pero en los primeros días la familia, tan humilde como los más modestos trabajadores del reino, con su hijo, que representaba a un Dios indefenso y vulnerable en su recién estrenada humanidad, fue acompañada, ayudada y sostenida por unos criados que hurtaban algo para alimentarlos, y unos hombres que dormían al raso y que, como Jesús enseñara 30 años después, no guardaban ni ropa, ni dos pares de sandalias, ni una moneda más que la necesaria para sobrevivir.
Porque los justos, diría, se asemejaban a los lirios del campo.

De nuestra identidad

Esta historia es parte de nuestra identidad, y cuando llega diciembre, siento que nos desintegramos de a poco, porque los pueblos pueden sobrevivir sin un espacio físico al que llamar patria, pero rara vez sobreviven sin héroes o sin creencias –independientemente de la jerarquía que pretenda sustentarlas–, pues mitos, héroes y creencias representan lo más profundo de su esencia.

Y me pregunto, ¿cómo podemos ser tan ciegos en no ver la belleza de esta historia –dejando de lado la religión que practiquemos– que habla de dignidad, de seres sencillos y trabajadores, de animales mansos, de ángeles, de madres que paren en la soledad de los campos, sin ropaje para su hijo, mientras cumplen el mandato ciego de un gobierno que los obliga a moverse sin discernir en qué circunstancias? Donde se habla de un cometa que, en vez de predecir desastres, guía a los sabios para que no se extravíen en las rías de la ciencia sin conciencia.
Habla de ofrendas humildísimas, de gente del pueblo, de una familia.

Y cuando pienso en los personajes que representan a las naciones que detentan el poder de los imperios, más me confunde este adoptar a un gordo aturdido, vestido de rojo, que trae juguetes costosos; un personaje con mofletes de intemperante, al que no se le conocen mujer, ni hijo, ni padres, ni familia –como todos los héroes que nos han colonizado, desde el Pato Donald y el Ratón Mickey, pasando por Robín y Batman, el Llanero Solitario y Terminator– y desdeñamos la metáfora, la poesía, la belleza y la profunda humanidad que hay en esta criatura nacida en un pesebre y rodeada del amor de bestias, de ángeles, de sabios, de aquellas gentes bienaventuradas que conforman lo mejor de un pueblo.

Atención: Dra. Mónica De Luca

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