¿No pasó lo mismo con la primera victoria de Aznar, que antes perdió Felipe que ganó José Mari?
PILAR RAHOLA
Es la reina del baile y ahí está, en medio de la pista, demostrando que pisa fuerte.
El PP es, a todas luces, el gran triunfador electoral, y aunque se le resisten las aldeas díscolas del norte, ha demostrado una fuerza demoledora allí donde se bate el cobre, es decir, en el territorio.
Albert Camus decía que el éxito es fácil de obtener, pero que lo difícil es merecerlo.
Y si añadimos a la de Camus una famosa frase del gran publicista Maurice Saatchi, que asegura que “en general, no nos basta con tener éxito; los demás deben fracasar”, podríamos concluir que el principal factor de la victoria del PP radica en la descomunal derrota de su adversario socialista.
Al PP podría aplicársele aquel proverbio árabe que aconseja sentarse a la puerta de casa a ver pasar el cadáver del enemigo.
Porque sin un líder carismático, con sonoros escándalos en sus tripas y con un coro mediático que parece surgido de la noche de los zombis, es un milagro que haya ganado de forma tan arrolladora.
Hay que añadir, además, un conato de revolución tuitera que no abraza las tesis de la derecha.
Pero en este caso el rebote de la calle no ha ido contra el PP, sino contra el PSOE.
No en vano, los indignados lo están precisamente con la izquierda.
La primera conclusión nos lleva a confirmar los vasos comunicantes entre la caída de unos y la victoria de otros, como si los tiempos fueran un bucle que nos remitiera siempre a las mismas experiencias.
¿O no pasó lo mismo con la primera victoria de Aznar, que antes perdió Felipe que ganó José Mari?
Pero con todo lo dicho, sería un error de bulto creer que el PP no ha hecho méritos propios y que todo le ha venido dado por el harakiri colectivo que se han propinado los socialistas.
Y si hay proverbios para excusar el éxito, también los hay para valorarlo.
Dice, por ejemplo, Sainte-Beuve (por cierto, más conocido por el libro contra él que escribió Marcel Proust que por propios méritos), que
“el éxito consiste en vencer el temor al fracaso”.
Y algo hay de ello en el pausado, persistente y eficaz viaje al liderazgo que ha hecho Mariano Rajoy.
Sin ruidos, dejando para sus flancos más extremos las ideas ídem, con una cierta capacidad de parecer más de centro que su propio partido y con una innata habilidad para no meterse en según qué charcos, Rajoy ha conseguido navegar por las aguas turbulentas de un PP que tiene cóleras y aguirres.
Ninguneado por los micrófonos amigos, con ese aire de perdonarle la vida porque le sonríen los resultados, Rajoy ha ido haciendo su camino y el éxito del PP es, sin duda, un éxito personal.
La cuestión es qué pasará a partir de ahora.
Porque si Rajoy ha viajado al centro, algunos de los suyos se han aventurado por los extremos.
El primer éxito de Rajoy, por tanto, es evidente:
ha arrasado.
Ahora le toca el segundo reto, conseguir que su partido se parezca a él y, abandonada la seducción de la fuerza oscura, viaje definitivamente hacia el centro.
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